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“Hijos nuestros”: cuando alentar es denigrar

En busca de explicaciones a la violencia en el fútbol, los cantitos son un buen espejo de cómo las aficiones se piensan a sí mismas y a sus rivales. Machismo, racismo e insultos en un mismo paquete.

Por Juan Luna
| 25 de septiembre de 2018

“Que nacieron hijos nuestros / hijos nuestros morirán”, cantan desaforados los fanáticos de River Plate. Pero la misma letra o algunos versos muy similares podrían ser entonados por cualquier otra hinchada del fútbol argentino. Porque hay una especie de lógica o matriz que salpica a toda la lírica que se corea en nuestras canchas, desde el Monumental o la Bombonera hasta el “Mario Sebastián Diez” o “El Coliseo” puntano: para alentar al propio club hay que denigrar al otro.

 

En tiempos donde se buscan explicaciones a la violencia que rodea al deporte que se juega con los pies, poner la lupa sobre los cantos que tienen valor de himnos en las tribunas es una buena forma de entender cómo los hinchas construyen su propia identidad y la de sus rivales.

 

Porque aun antes de que el árbitro lance su estridente pitido y la bola empiece a rodar por el césped pasan muchas más cosas que sólo veintidós hombres corriendo de arco a arco. En una cultura como la argentina, el fútbol trasvasa los límites del simple juego e impregna todas las prácticas y discursos sociales. Tan incorporado está en nuestra vida cotidiana, que pensamos y hablamos con sus metáforas: “Hay que ir para adelante”, “dejar la vida en la cancha”, “transpirar la camiseta”, e incluso intentar “no quedar en offside”.

 

En el campo de las Ciencias Sociales, hay una pequeña pero creciente oleada de investigadores que supieron ver más allá del rectángulo de líneas blancas y empezaron también a prestar atención a todo lo que sucede en las gradas, donde se desarrolla una parte tan sustancial como la del propio campo de juego. Ahí también el fútbol se vive y se respira. Desde allí, entre la lluvia de papelitos, el calor de los cuerpos y la euforia volcánica de gritos e insultos, los simpatizantes no sólo están alentando a su equipo. Están construyendo un mundo. Su mundo.

 

Javier Bundío es un joven antropólogo que se licenció y se doctoró en la Universidad de Buenos Aires, y desde hace un par de años se ha dedicado a estudiar los cantos de cancha y a analizarlos. Llegó a formar una base de datos con más de quinientos cantitos pertenecientes a veintiséis hinchadas, entre las que se encuentran las de los llamados cinco grandes del fútbol argentino, otros equipos más pequeños de Buenos Aires como Dock Sud, Arsenal y Tigre, los clásicos rivales de Rosario (Newell’s y Central), los tucumanos Atlético y San Martín, los cordobeses Talle - res, Belgrano e Instituto, y Godoy Cruz de Mendoza, entre otros.

 


 

“Parto de una hipótesis que viene de la antropología simbólica que tuvo a Eduardo Archetti como principal exponente, que decía que a través del fútbol nosotros podemos entender lo que los argentinos piensan de sí mismos. Como si fuera un espejo, no del todo fiel, que refleja parte de nuestra identidad y de lo que somos”, explicó el bonaerense de 33 años, quien actualmente es becario posdoctoral del Conicet. Fue así que después de recorrer estadios, saltar en las tribunas, grabar, filmar y anotar todo lo que gritaban en los distintos campos, hizo de los cantitos su principal tema de investigación. De ese modo halló una serie de semejanzas entre la mayoría de las letras de los diferentes equipos, y trató de describir una poética común con tres lineamientos que siguen las aficiones para componer sus arengas.

 

El primer ítem, tal como ya lo habían señalado algunos estudios de la década del ochenta, se basa en una representación del rival en base al género. En el intento de agredirlo, se le quitan aquellos atributos que se consideran “masculinos”, y se lo trata de homosexual (en la cancha usan otra palabra), de mujer o directamente de niño (hijo nuestro). “Es decir, no tienen los atributos que consideran del varón adulto, como si eso fuera una forma de injuria o burla”, sostuvo Javier.

 

 

El segundo eje tiene que ver con la etnia o el origen como recursos recurrentes para desvalorizar a la hinchada contraria. Si en los ochenta apareció en los cantitos la figura del “negro villero”, en los noventa cobró fuerza la del inmigrante latinoamericano, el boliviano o paraguayo sobre todo.

 

Sin embargo, ese componente étnico está atravesado por una cuestión de clase. “Hay una idea de que el pobre es negro y extranjero, mientras que el de clase media o alta es blanco y descendiente de europeo. Esa forma de pensar la vemos en un montón de otros ámbitos (en la construcción: albañiles contra arquitectos, por ejemplo) y cuando hay rivalidades fuertes como River y Boca. Tiene que ver con la distribución geográfica, si un club está en una zona humilde es probable que se piense a todos sus hinchas como marginales, villeros, negros, extranjeros”, amplió el antropólogo.

 

El tercer gran tópico que aparece en los cantos argentinos está relacionado a un concepto que han trabajado muchos estudios culturales y que vertebra la gran investigación del equipo del sociólogo Pablo Alabarces en la UBA: el aguante. Es una palabra que define el principal valor que los hinchas presumen tener y disputarle a los contrarios en esa arena de “batalla” simbólica que es la cancha. Aguantar en las buenas y en las malas, aguantar los viajes para seguir al equipo, aguantar la lluvia o el calor, aguantar las drogas y el alcohol, aguantar, siempre aguantar. De lo contario, el mote de “pecho frío” emerge inmediatamente.

 

Dos hinchadas puntanas

 

En la provincia de San Luis, un joven comunicador social desarrolló una investigación similar pero analizando los cantos de los dos clubes principales de la capital: Juventud Unida y Estudiantes. Leandro Gun hizo su tesis de Licenciatura en la Universidad Nacional de San Luis (UNSL) entre el 2012 y el 2013, cuando esos equipos “eran los máximos representantes del fútbol sanluiseño en el país (lo siguen siendo), en la ciudad son los que más hinchas llevan a la cancha, y en los últimos años se convirtió en una especie de clásico moderno”, explicó.

 

Con el análisis de quince letras de cada uno, encontró dialécticas muy similares a las que detectó Bundío en otras partes del país. Por ejemplo, identificar a los aficionados propios como “machos” y acusar a los otros de miedosos, cobardes o tibios.

 

Porque Gun, que también se ha desempeñado como periodista deportivo en diferentes medios puntanos y bonaerenses, sostuvo que en las canciones de ambos bandos aparecen referencias al combate físico y el “mano a mano”, como si fueran esos enfrentamientos los que determinan quién “tiene huevos” y quién no. “Y albive no para de correr / siempre me chamuyás / y nunca te plantás”, cantan los de camiseta azul y amarilla. “Vamos a correr al Juventus, / le vamos a demostrar que el Verde / se la banca de verdad”, responden los de verde y blanco.

 

A nivel melódico, descubrió que muchos de los ritmos son tomados desde el rock y desde la cumbia, dos estilos musicales que surgieron de sectores marginales y que, en muchos casos, hacen una reivindicación de esa marginalidad, de la rebeldía contra la ley e incluso de la criminalidad. “El aguante también está relacionado con esto, estar al margen de la ley, en contra de la policía, consumir sustancias tóxicas y que el cuerpo aguante todo lo que pueda”, amplió.

 

Himnos a la violencia

 

Si como dice el cancionero que enarbolan las hinchadas, para asumir el amor a lo propio hay que desvalorizar el ajeno, la violencia está a sólo un paso de distancia. Bundío plantea que en las tribunas, las personas son capaces de hacer valoraciones y acciones que en otros espacios no harían o serían censuradas por terceros. Porque toda esa agresividad verbal contenida en los cantitos se diluye en un aliento que pasa a ser interpretado como una práctica lúdica: ofender es un juego. ¿Quién no ha visto en cualquier cancha a un padre incentivando a su hijo a insultar o escupir a un árbitro o un jugador?

 

De todos modos, el antropólogo sostuvo que se trata de sólo un nodo de una red que se teje de forma más amplia y compleja. “No hay violencia en el fútbol, sino condiciones que la posibilitan: el policía que trata el hincha como un enemigo (los cacheos son muy agresivos, por ejemplo), una infraestructura que te obliga a estar de pie noventa minutos, plateístas que insultan a jugadores y jugadores que insultan a plateístas, entre muchas más. Pero en esto también entran en juego los cantitos, porque es una forma de legitimar la violencia, de celebrar el enfrentamiento e incluso la muerte”, expresó.

 

Gun coincide en que estos discursos musicales tienen un anclaje cultural más grande que alimenta los episodios violentos. Y que para alcanzar la utopía de un aliento sin agresión, sería necesario primero romper esos cimientos sobre los que se asientan, algo que todavía parece estar muy lejos.

 

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