11°SAN LUIS - Martes 16 de Abril de 2024

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“El combustible de un periodista es la pasión”

Pablo Mendelevich, el reconocido periodista de La Nación, charló con Cooltura sobre la profesión hoy, el impacto de las redes sociales y el futuro político del país.

Por Miguel Garro
| 03 de septiembre de 2018

Pablo Medelevich es columnista en el diario La Nación, director de la carrera de periodismo de la Universidad de Palermo, tiene un programa radial de música clásica y hace columnas políticas en diversos programas televisivos. Con una vasta experiencia en los principales periódicos de la Argentina, el profesional analizó el periodismo actual, las nuevas tecnologías y el panorama político del país de cara al 2019. Además, recordó los años trágicos de la dictadura, en los que perdió a varios colegas y rememoró la cobertura que marcó su carrera: descubrió que a bordo del Titanic iba un argentino, Edgardo, un cordobés que salvó la vida de una mujer al darle su chaleco salvavidas.

 

—¿Qué cualidades debe tener un buen periodista?

 

—El periodismo requiere mucha experiencia, nadie es buen periodista el primer día. La escritura se debe practicar, la única manera de escribir bien, es escribiendo.
Mucha escritura, con mucho error y corrección. Mucha autocrítica, revisión del propio texto. El principal editor de uno, es uno. Hay que, como mínimo, leer un texto cinco veces y corregirlo exhaustivamente. Y hay que leerlo de distinta formas: en la pantalla, en papel, para adentro, en voz alta. El combustible de un periodista es la pasión.

 

—¿Qué motiva a un periodista?

 

—En general en esta profesión no nos hacemos ricos y quienes lo hacen es muy dudoso, y no es por un éxito genuino. La mayoría somos trabajadores, no tenemos como objetivo el dinero o la prosperidad económica. Lo que hay es un enamoramiento de este trabajo que se convierte en algo full time y que debe ser full time. Un periodista con horarios es poco promisorio. El periodista lo es 24 horas. Cuando se va a dormir a la noche y se queda pensando en su nota, ese es un buen periodista, y si está obsesionado y tiene insomnio, es mejor todavía. La experiencia muestra que si es obsesivo tendrá mejores resultados.

 

—¿Qué otras cualidades deben tener?

 

—Otras cualidades son la formación y la mentalidad periodística, que es sensibilidad frente a la noticia, interés por lo público, capacidad de reacción inmediata. Esos son componentes de la mentalidad periodística. La formación se basa en un alto nivel de conocimiento general y cultural, mucha lectura, tanto de diarios como de libros. La lectura de diarios es una condición sine qua non, si no leés diarios no estás informado, no sabés lo que pasa en el mundo y no tenés la superioridad informativa que el periodista requiere para entender la necesidad del público. Y si no ha leído muchos libros tampoco terminará de fraguar la capacidad de escritor.

 

—¿Qué tipo de lecturas recomendás?

 

—En literatura todo es válido, es muy importante que el periodista respete sus propios gustos, que no vaya a contramano. No es un sacrifico, es un placer. Incluso en ficción o no ficción. No importa eso. Lo único que no está bueno es no leer libros. Después qué libros leas no importa. Desde luego que la mejor amplitud estilística siempre es enriquecedora. No se puede dejar de leer García Márquez, Tom Wolfe, Rodolfo Walsh, Tomás Eloy Martínez. Todas las lecturas enriquecen. No creo que haya algo para recomendar, me parece que uno lo va encontrando.

 

—¿Qué papel juegan las nuevas tecnologías en el nuevo periodismo?

 

—A contramano de lo políticamente correcto, que hay que rendirse a la revolución tecnológica y alabarla, yo creo que ha traído cosas buenas y malas. Dentro de lo bueno, para el periodista internet es maravilloso, es tener millones de bibliotecas a un click de distancia, eso es maravilloso porque uno consigue el dato que quiere en menos de un minuto. La parte negativa es que internet es un océano donde hay mucha suciedad, sitios truchos, mentiras, incluyendo las redes sociales. Ahí hay puntas de información importantes para un periodista y contaminación de todo tipo y mucha mentira, mucha noticia falsa. Eso no está bien ni mal, yo no les hago un reproche porque a mí nunca las redes sociales me prometieron que iban a ser veraces, a mí eso me lo prometieron los diarios. Yo no espero de ellas eso. Tengo que entender que están llenas de mentiras, porquería, ruidos, toda clase de contaminación. Un buen periodista tiene que tener la capacidad de diseccionarlas, tiene que discriminar la verdad de la mentira. Entender que es una punta de la noticia, lo que antes conocíamos como un rumor. No se publica, se investiga. Es un alerta que me puede dar una noticia, pero tengo que verificar si es verdad o no. Es instantáneo, coloca a millones de personas en la calle, en todos lados del planeta, pero tengo que ver qué hago con eso. Si un miembro de Twitter o Facebook me dice que se cayó un avión, yo no tengo que correr a cubrirlo, tengo que chaquear si es cierto. Pero si es falso, no tengo ningún reproche.

 

 


“El lector adquirió una formación que es muy diferente a lo que había antes. El acceso a la información hoy es arrollador, tanto que el problema ahora es entender qué es veraz y qué no”

 

 

—¿Qué sucede cuando esa persona que dice eso en una red es un periodista?

 

—Si miente está traicionando la ética periodista, aunque lo haga en una red social. Un periodista no miente, y mucho menos de forma deliberada. Es como para un médico matar al paciente. Y si lo hice sin querer, es mala praxis. Ningún periodista puede publicar cualquier cosa en las redes sociales.

 

—Hace varios años que dicen que el diario papel va a desaparecer, ¿cuál es tu opinión al respecto?

 

—Hace tiempo que dicen que se va acabar el diario papel, y sí, puede ser, pero pasa el tiempo y nos vamos actualizando y no se acaba. Erraron todos los gurúes que lo dijeron, porque a esta altura ya no debería haber ningún diario papel. Por lo pronto, que el diario papel tiene más resistencia que la que esperábamos. Se va a convertir en un medio más específico, dirigido y elitista quizás, pero no se va a terminar. Es verdad que en las nuevas generaciones se advierte que son más proclives a la pantalla que al papel, eso es cierto. Pero sigue teniendo vigencia y lo curioso no es tanto en la tirada, sino cómo conserva la influencia, sigue siendo el medio más influyente del mundo. No hay otro que lo haya superado en eso, ni en la credibilidad. La mayor demostración de eso lo vimos este año con la ironía de Mark Zuckerberg utilizando los diarios para comunicar las novedades de su empresa Facebook. Utilizó prestigiosos diarios de papel.

 

—¿Qué opinás de la famosa grieta?

 

—Creo que no es ninguna novedad, hubo en la historia Argentina una grieta por siglo, fueron tres. Yo escribí un libro que se llama “El país de las antinomias”. La del siglo XIX la creó Rosas, era unitarios y federales; la del siglo XX la creó Perón y fue peronismo, antiperonismo; y la del siglo XXI la creo el kirchnerismo y fue kirchnerismo, antikirchnerismo. La mecánica de las antinomias es siempre la misma: se crean desde el poder, excluyendo al adversario y dándole el lugar de enemigo. Luego el adversario reacciona y entra a reciclar la antinomia por su propia reacción. Entonces se convierten en aportes antagónicos igualmente enfrentados que tienen la apariencia de ser igualmente responsables de la división.

 

—¿Y no lo son?

 

—Lo son en un punto de madurez, se vuelven los dos responsables. Porque es inevitable que la segunda mitad termine espejando a antinomia. Lo que no significa que el responsable de la existencia no haya sido quien estaba en el poder, y eso indiscutiblemente lo hicieron Rosas, Perón y Néstor Kirchner. Son muy difíciles de desmontar porque van más allá de lo político, desarrollan raíces culturales, y remover eso es muy difícil. La del siglo XX, peronismo y antiperonismo, muchos historiadores la consideran extinguida con el abrazo de Perón y Balbín, pero culturalmente continuó un tiempo más. Las antinomias afectan a la democracia. En la democracia hay una admisión de la diversidad, se acepta que las hayan: culturales, etnográficas, etc. Lo que hace la democracia es procesar esa diversidad en un perímetro amplio, donde hay de todo. En las antinomias al otro se lo expulsa adrede. El otro no es un adversario, es un enemigo. Al convertirlo en enemigo lo estás echando del sistema.

 

—¿Cuál fue la peor época para hacer periodismo?

 

—La última dictadura. Le gana por lejos a todos, hay más de 100 periodistas muertos o desaparecidos. No se puede comparar. Yo trabajaba en el 76 en el diario La Opinión, que dirigía Jacobo Timerman y a mí me mataron a varios compañeros, entre ellos quien se sentaba al lado mío, Zelmar Michelini, quien era un señor mucho más grande que yo, encantador, maravilloso, quien me enseñó a mí los primero palotes de política internacional, yo tenía 20 años. Un día no vino al diario y a los cuatro días apareció asesinado. Y casos de esos tuve varios.

 

—¿Y en democracia?

 

—Sin dudas que el kirchnerismo. Bajo ese gobierno se hicieron persecuciones y aprietes de todo tipo, que no llegaron a ser criminales pero significaron un gran retroceso, con un apoderamiento del aparato estatal de propaganda, utilizado para burlarse de periodistas y el marco que dio la discusión de la Ley de Medios para atacar y perseguir.

 

—¿Existe el periodismo independiente?

 

—Sí, dentro de lo que uno quiera entender por independencia. La independencia total es un poco utópica; pero sí, en el sentido de que el poder no decide lo que se publica. Tener línea editorial, tener medios de subsistencia o tener anunciantes no quiere decir que no sean independientes. Hay muchos medios que no se dejan condicionar por esto. Ya no callan verdades por tener publicidad, y ¿por qué lo hacen? Por la revolución tecnológica de la que hablábamos. Hoy en día todo se publica en todos lados, entonces los medios ya no tienen la capacidad de evitar que la sociedad conozca algo. Entonces de algún modo quedan en evidencia. El lector adquirió una formación que es muy diferente a lo que había antes. El acceso a la información es arrollador. El problema ahora es la saturación informativa, donde el sujeto deja de tener elementos para entender cuál información es veraz y cuál no.

 

—¿Qué visionás políticamente en el país para el año que viene?

 

—Si Macri llega al 10 de diciembre del año que viene como presidente, que no digo que no vaya a pasar, pero cuando eso suceda ya va a ser un hecho histórico. Nunca desde que existe el peronismo un presidente no peronista completó el mandato. Y hablar de reelección no se puede obligatoriamente, ya no tenemos una cultura tan marcada de reelección como sucede en Estados Unidos. En Argentina los presidentes reelegidos fueron tres: Perón, Menem y Cristina y eso no conforma una tradición presidencial. El peronismo está pasando uno de sus peores momentos desde su fundación. Por dos motivos: no tiene líder y no tiene proyecto. Y además el líder más votado es el menos querido, que es Cristina Kirchner.

 

—¿Recordás alguna cobertura que te haya marcado?

 

—Sí, la del Titanic. Yo convertí en una noticia mundial la presencia de un argentino en el barco. Lo conté en el año 1998 en Clarín. Tenía 5 páginas la nota. Llegué a ese dato porque cuando dirigía el diario El Puntal, en Río Cuarto, vino una periodista joven que me dijo que ella tenía un vecino que tenía una postal enviada desde el Titanic. Yo reaccioné con absoluta incredulidad. Después reaccioné como debe reaccionar un editor frente a lo inverosímil: le dije que me la trajera, casi burlándome. Al día siguiente apareció con la postal. Se veía la imagen del Titanic, tenía 80 años y el matasellos del barco. Estaba enviada a la estancia San Ambrosio del sur de Córdoba. Era de Edgardo, el hijo menor del mayordomo que le mandaba un saludo a su padre.
Me puse a investigar y nadie le había prestado atención al argentino que estaba en el listado de víctimas. No sólo eso, sino que quedé boquiabierto con la historia de Edgardo, que tenía muchos puntos en común con la película. Viajé a EEUU a entrevistar e investigar. Hablé con una mujer a la que le tocó compartir la mesa con él durante el viaje. Ella se hace muy amiga, tenía 27, era una maestra irlandesa. Cuando se produce el hundimiento, Edgardo le da su salvavidas y le salva la vida, porque ella sobrevive y él se ahoga.

 

—Acá se ve la obsesión de la que hablabas al principio.

 

—Sí, nunca dejé de investigar. Hace tres años fui a New York, de ahí a Inglaterra, y me tomé el Queen Elizabeth II, que es el Titanic de hoy. Es el mismo recorrido. Tarda una semana. En un momento dado pasa por donde está el Titanic, se hace una ceremonia y se tiran flores.

 

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