El asesinato de trabajadores de prensa por cuestiones políticas, en cualquier sociedad del mundo actual, es el hecho que demuestra, de manera más brutal, hasta dónde puede llegar la primacía de los intereses individuales de un gobierno, una empresa o una corporación, en detrimento de la vida de otras personas.
En las últimas décadas, a partir del crecimiento del periodismo de investigación, impulsado por herramientas tecnológicas precisas e incontrovertibles, la violencia contra la prensa alcanzó niveles insospechados, las víctimas fatales aumentaron y, en un enorme porcentaje de los casos, la Justicia ha estado ausente.
Según el informe anual publicado por Reporteros Sin Fronteras (RSF), en 2018, un total de 63 profesionales de los medios de comunicación fueron asesinados en el mundo, un 8% más que el año anterior.
Con esa cifra —la mayor de los últimos tres años— se registran 702 periodistas profesionales asesinados en diez años, con un pico de 87 en 2012.
El informe anual, que la ONG publica desde 1995, agrega que 348 periodistas están en prisión por actividades ligadas a su oficio y que otros 60 están secuestrados. Aunque los principales escenarios de los asesinatos han sido Afganistán (15 muertos) y Siria (11), el 45% de ellos cayeron en países que no están en conflicto, con especial atención a México, donde nueve perdieron la vida.
En esta lista sobresale Estados Unidos, con seis periodistas asesinados, ligados al sangriento tiroteo contra la redacción del “Capitol Gazette" en junio, el mayor ataque contra un medio en la historia del país, cometido por un hombre que durante seis años acosó a los trabajadores del mismo a través de Twitter.
RSF indica que el asesinato del checo Jan Kuciak y del saudí Jamal Khashoggi “han evidenciado la determinación, sin límites, de los enemigos de la libertad de prensa”, y recuerda que 49 de los asesinados en el mundo estaban en el objetivo de sus asesinos, mientras que los otros 31 murieron en el ejercicio de sus funciones.
La ONG indicó que los regímenes represores “amordazaron durante años a la prensa tradicional”, pero ahora se centran en perseguir a “ciberreporteros” y otras formas de información. Entre los países donde se observó este fenómeno, figuran China, Arabia Saudí, Egipto o Irán.
En los últimos días, el secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, visitó Riad (capital de Arabia Saudí) donde pidió al príncipe heredero del país, Mohamed bin Salmán, que todos los responsables de la muerte del periodista Jamal Khashoggi “rindan cuentas”.
Khashoggi es la víctima emblemática de todos los homicidios contra la prensa durante el año que finalizó. Huyó de Arabia Saudí en setiembre de 2017 y, desde entonces, escribió artículos periodísticos críticos con el gobierno del país, en particular del príncipe Mohamed bin Salman, y de su rey, Salmán bin Abdulaziz.
Murió el 2 de octubre de 2018 en el consulado saudí de Estambul, Turquía. Arabia Saudita, tras 17 días sin hablar del tema, confirmó la muerte en dicho consulado, señaló que murió tras una pelea y que había 18 detenidos por la causa.
Pato fuentes turcas señalaron la existencia de grabaciones de audio que demostrarían que Khashoggi fue torturado y asesinado mediante degollamiento, y que su cuerpo fue descuartizado con una sierra.
La repercusión fue inmediata y, en los más altos niveles de la diplomacia mundial, Alemania solicitó formalmente a la Unión Europea que dejara de venderle armas a los saudíes.
Lógicamente, también afectó las relaciones entre Estados Unidos y el reino saudita, pilar tradicional de las alianzas regionales de Washington, en un momento en el que la administración Trump intenta construir una sólida “coalición” contra el enemigo común: Irán.
La revista “Time” nombró a Khashoggi “Personalidad del año”, junto a otros tres periodistas. Por primera vez en la historia, la revista eligió a periodistas como receptores de su máximo honor. Y, por primera vez, la distinción recayó en una persona fallecida. Ahora, la prensa del mundo observa con mucha atención cómo actúa la Justicia de los grandes países del globo, cuando la sangre detiene a la libertad.
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