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Las víctimas del dinero

Por redacción
| 02 de febrero de 2019

Lo que vimos acontecer es fruto de la idolatría al dinero. Precisamos de una sociedad que genere trabajo, oportunidades. Que el lucro no pase por encima de personas. Detrás de esa tragedia están miles de millones de lucro. Brasil necesita cambiar”, clamó Walmor Oliveira de Azevedo, arzobispo de Belo Horizonte, ante los ojos llorosos de decenas de vecinos de Brumadinho.

 

Esta localidad de 39.000 habitantes, ubicada apenas a 60 kilómetros de la capital de Minas Gerais, sufrió hace pocos días una tragedia, que fue noticia mundial, cuando la ruptura de un dique que contenía residuos mineros, propiedad de la empresa Vale, provocó un tsunami de lodo que mató 110 personas y dejó más de 230 desaparecidos. La mayoría de las víctimas eran empleados de la empresa.

 

Oliveira de Azevedo recordó una tragedia similar que sacudió a esta misma región hace tres años, cuando cedió otro dique minero; un accidente que dejó 19 muertos y devastó ecosistemas enteros. “Minas Gerais no puede ser el mismo de antes. Las lecciones pasadas no fueron aprendidas. Esta tragedia debe servir para repasar la lección que debemos aprender”, afirmó.

 

Las palabras crudas, claras, precisas que expresó la religión a través de Oliveira de Azevedo, son coincidentes con las palabras de la ciencia, en su propio lenguaje: “Brasil seguirá sufriendo tsunamis mineros como el que ocasionó la tragedia de Brumadinho, el 25 de enero”.

 

Este es el diagnóstico estricto de Julio César Grillo, ingeniero civil, graduado en la Universidad Católica de Minas Gerais, director del IBAMA, (Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables), especialista en la materia y defensor del medio ambiente.

 

Grillo asegura que lo de Brumadinho es la repetición del mismo desastre ocurrido en noviembre de 2015, en la región de Mariana, también en Minas Gerais, cuando el rompimiento de otro embalse generó un inmenso río de lodo que barrió florestas, destruyó completamente el río Doce, uno de los más importantes del país, causó 19 muertes y dejó a decenas de miles de personas sin casa ni trabajo.

 

Detrás de esas dos tragedias -que configuran crímenes ambientales, según un comunicado reciente de la Organización de las Naciones Unidas con respecto a lo ocurrido en Brumadinho- está la empresa Vale SA, -la más importante de Brasil-, dedicada sobre todo a la explotación de hierro (del cual es una de las más grandes del mundo) y níquel. En Minas Gerais, Vale SA, posee 300 diques similares a los que ocasionaron las tragedias.

 

Y el gobierno de Brasil opina igual, porque IBAMA es un órgano ejecutivo autárquico y federal, bajo su gestión. Está vinculado estrechamente al Ministerio de Medio Ambiente, es el responsable de la ejecución de la Política Nacional del Medio Ambiente, y como tal, desarrolla políticas para la preservación y conservación del patrimonio natural.

 

Este organismo además ejerce el control y la fiscalización sobre el uso de los recursos naturales. Es el responsable de los estudios de impacto ambiental y por la concesión de las licencias ambientales, de proyectos a nivel nacional. La licencia ambiental es un procedimiento por el cual el órgano ambiental competente, federal (IBAMA), estatal o municipal, permite la localización, instalación, ampliación y operación de empresas y actividades que precisan de recursos naturales, y que pueden ser consideradas efectiva o potencialmente contaminantes o aquellas que, bajo cualquier forma, puedan causar degradación ambiental.

 

La religión, la ciencia y el gobierno de Brasil, coinciden desde hace años, en que Vale SA, -la mayor minera del país-, es la responsable de las tragedias. La empresa no hace lo suficiente como para evitar que estas tragedias continúen. Lo dicen todos, e incluso anuncian las próximas tragedias en declaraciones que bordean lo escalofriante.

 

Brasil debe indagar muy profundo en las razones que lo llevan a asumir, como nación soberana, que el dinero que genera Vale SA, es más importante que la vida de las personas.

 

La corrupción repetida se torna obscena, como los discursos de ocasión. El dinero le tuerce el brazo a la religión, a la ciencia y al gobierno; Brasil acepta un futuro de tragedias mineras.

 

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