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Las heridas abiertas de ETA

¿Por qué sobrevivió tanto tiempo y por qué se disolvió la organización que durante casi 60 años sumió en el terror a toda España?

Por redacción
| 29 de julio de 2019

Por: Agustina Bordigoni

 

 

El 31 de julio de 1959 se crea Euskadi Ta Askatasuna (en español suele traducirse como "País Vasco y libertad"), que pasó a la historia como “ETA”. Y pasó a la historia por muchos motivos: porque durante más de medio siglo marcó la agenda política española y porque, tras su disolución, se convirtió en historia pasada. Pasada, pero no pisada.

 

La violencia de sus crímenes y sus atentados tuvieron en vilo a la población entera. Casi se habían olvidado por completo sus objetivos, lo que demuestra en definitiva el fracaso y el éxito de su existencia. El fracaso en conseguir sus históricos reclamos y el éxito en sembrar el terror allí por donde se manifestara.

 

Si bien ambos apelan al miedo para conseguir sus objetivos, no es lo mismo hablar de terrorismo que de terror. ETA fue una organización terrorista, ya que cumplía con los requisitos de su definición: se trataba de una organización ideológicamente homogénea que llevaba adelante acciones premeditadas para infundir terror en la sociedad. Y lo hacía de manera clandestina, a diferencia del terror que puede infundir a través de la represión un gobierno (no terrorista) para mantenerse en el poder.

 

A pesar de no ser un estado, ETA era terrorista para los de afuera e infundía terror en su interior. Además de aterrorizar a la sociedad, también manejaba a través del miedo a sus miembros: así lo hizo con Dolores González Yoyes, asesinada en 1986 por abandonar la organización. La mayoría de los reclutas eran adolescentes, algunos aún incapaces de comprender los verdaderos alcances de lo que significaban sus acciones, aunque no por eso menos culpables.

 

De esos mismos jóvenes nacionalistas y de ideología socialista se nutrió el grupo en sus inicios, en el contexto de la dictadura de Francisco Franco.

 

Durante su primera asamblea establecieron sus objetivos: la independencia de Euskadi (compuesto por los territorios de Álava, Vizcaya, Guipúzcoa, Navarra en España; y Lapurdi, Baja Navarra y Zuberoa en Francia) sería el principal, aunque también se mencionó la democracia, algo que se restauraría en los años subsiguientes pero que no marcaría el final de ETA.

 

 

 

Del descontento a la lucha armada

 

Fue en 1968 cuando el grupo llevó adelante su primer ataque planificado. El inspector de policía Melitón Manzanas fue asesinado en ese año, aunque no fue la primera víctima de ETA: un guardia civil, José Antonio Pardines, murió unos meses antes en manos de jóvenes etarras. La larga vida de ETA puede explicarse por varios motivos. En primer lugar, por el apoyo y la pasividad de parte de la población vasca que, primero por el consentimiento a las ideas nacionalistas, después por el miedo y finalmente como condena a la represión ejercida por el gobierno para luchar contra el grupo terrorista (que se intensificó en la década del 80), dieron de alguna manera la posibilidad al grupo de llevar adelante sus crímenes con cierta facilidad.

 

ETA también tenía vinculación con partidos políticos de los que, se supone, también se nutría económicamente. La vía política siempre fue un motivo de tensión entre algunos de sus miembros (que propiciaban la lucha armada) pero no impidió que la organización tuviera vinculaciones con partidos como Batasuna, ilegalizado después y reformulado en varias oportunidades.

 

El complejo entramado que permitió a la organización sobrevivir tanto tiempo involucraba también empresas, medios de comunicación (como los periódicos Egin y Gara) y sindicatos como la Asociación de Trabajadores Patriotas.

 

A esto se suma el hecho de que el reclamo de ETA tenía carácter internacional: los territorios de los que se reclamaba soberanía también implicaban a Francia, país en el que se refugiaban los etarras más buscados.

 

Por otro lado, la larga y triste trayectoria también se explica por otro factor: el de las respuestas que fueron dando los gobiernos españoles a la situación. De la represión a los intentos fallidos de negociación; los altos del fuego y los acuerdos rotos, la historia de ETA fue pasando por períodos en los que logró sobreponerse y volverse incluso más fuerte. Ambas partes fueron adaptando su estrategia a la otra y cambiando sobre la marcha sin comprender del todo a su interlocutor.

 

Fueron estas acciones las que precipitaron por fin la caída en 2011 (con el anuncio del cese permanente de la violencia) y en 2018, con la disolución de la organización.

 


El principio del fin

 

Poco a poco la pasividad de la población dio paso al absoluto rechazo frente a los atentados. El ahogo de algunas de las fuentes de financiamiento –como los partidos políticos– fue producto de la ilegalización de todos aquellos que se consideraran aliados de la organización. Los medios de comunicación fueron cerrados y así, una a una, se fueron clausurando las puertas de ETA. Las negociaciones infructíferas dieron lugar a una fuerte lucha judicial y policial. Si para el año 2000 ETA contaba al menos con 1.000 miembros, diez años después esa cifra se redujo a 50.

 

Los atentados del 11 de setiembre de 2001 en EE.UU. marcaron también una nueva era en la lucha antiterrorista a nivel internacional, una lucha en la que ETA estaba implicada directamente. La organización, que por tantos años había condicionado la vida de los españoles, cayó por su propio peso. Y la disolución trajo alivio, pero no olvido. Las épocas oscuras parecían terminar, pero hay quienes aún no pueden salir de la penumbra.

 

 

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