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Los viejos: nuevos peligros

Por redacción
| 14 de julio de 2020

Cuando aún la ciencia no ha podido determinar cómo fue que el coronavirus de la COVID-19 mutó para cambiar de huésped, de los animales a los humanos, un estudio de la Oficina de las Naciones Unidas para la Droga y el Delito (Onudd) afirma que la explotación y el tráfico ilegal de especies silvestres protegidas, de flora y fauna, alientan las pandemias, y para detenerlas hace falta una fuerte cooperación internacional.

 

Por añadidura, la COVID-19 “parece estar siendo aprovechada por los delincuentes para promover la caza ilegal y ofrecer curas a la enfermedad hechas con productos animales”, indicó el informe.

 

Elefantes, rinocerontes, pangolines, felinos, reptiles, peces, pájaros y madera de árboles protegidos continúan siendo traficados masivamente alrededor del mundo con un potencial impacto en la salud humana, según el organismo.

 

En los 20 años entre 1998 y 2018 se produjeron unas 200.000 incautaciones internacionales, de unas 6.000 especies, pero la Onudd estimó que miles más no han podido detenerse y, además, sus cuentas no incluyen la caza furtiva.

 

El estudio destaca que la actual pandemia y sus intensas consecuencias sobre la vida humana y la economía ilustran el impacto global de las enfermedades zoonóticas, para las cuales el comercio legal e ilegal de vida silvestre es un vector importante.

 

Las interacciones de animal a humano, cada vez más frecuentes, incrementan la probabilidad de transmisión de patógenos entre ambas especies, y la vida silvestre conseguida de manera ilegal está al margen de cualquier control sanitario y expone a los humanos a la transmisión de nuevos virus.

 

Sin la interferencia humana a través de la captura, sacrificio, venta, tráfico, comercio y consumo de vida silvestre, la evolución y transmisión del coronavirus que causa la COVID-19 hubiese sido altamente improbable, según el informe.

 

De los 1.400 microbios conocidos que causan infecciones en los humanos, el 60 por ciento se origina en animales, según un estudio del Instituto Internacional de Investigaciones Pecuarias y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma).

 

Ya antes de que apareciese la COVID-19, las enfermedades zoonóticas, “estrechamente relacionadas con la pobreza y la desigualdad” según el Pnuma, causaban la muerte de dos millones de personas cada año, principalmente en los países en desarrollo.

 

También, de acuerdo con el informe, las regiones tropicales y subtropicales de los países del Sur son las más afectadas por la explotación y el tráfico de especies relevantes de vida silvestre.

 

Es el caso de elefantes y rinocerontes de Asia y África, pangolines (género Manis) en Asia, serpientes como las pitones (Pythonidae) y gran variedad de felinos, monos, peces, aves, tortugas y corales.

 

En la flora, la Onudd destacó el caso de las maderas de árboles protegidos, como las del tipo palo de rosa, entre ellas, la Dalbergia marítima de Madagascar, la Aspidosperma polyneuron de Argentina, Brasil y Paraguay, el jacarandá (Dalbergia nigra) brasileño y el palosanto de India (Dalbergia latifolia).

 

El informe recordó que los delitos contra la vida silvestre son graves y ningún país es inmune a estos crímenes que afectan la biodiversidad, la salud humana, la seguridad nacional y el desarrollo socioeconómico, y llena los bolsillos de los delincuentes.

 

El futuro inmediato reclama que las leyes se apliquen, que los gobiernos controlen y que las sociedades comprendan.

 

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