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Sky Rojo: una serie con el foco en la explotación sexual

La producción recibió muchas críticas, entre ellas la de "romantizar" la trata de personas. Aun así, es un tema del que hay que hablar

Por Florencia Espinosa
| 29 de marzo de 2021

Sky Rojo se estrenó hace una semana y en un día se ubicó en el puesto número uno del ranking de Netflix Argentina. La serie fue muy esperada y en poco tiempo cosechó críticas a favor y en contra. La estética, el guion, los personajes, los actores, todo generó debate; pero detrás de todo eso hay un tema que históricamente dividió las aguas del feminismo y que la trama pone en primer plano: la explotación sexual. Con la argentina Lali Espósito como una de sus protagonistas, la historia deja mucha tela para cortar.

 

En un primer pantallazo la serie no tiene nada distinto a otras y cae en recursos ya muy utilizados. De los mismos creadores de La Casa de Papel, se caracteriza por tener mucha acción y mucha rapidez entre las escenas, es muy dinámica. Quizás, demasiado. Los ocho capítulos de poco más de media hora hacen que la historia empiece y termine en un abrir y cerrar de ojos. Las actuaciones dejan mucho que desear fundamentalmente porque hemos visto a esos mismos actores dándolo todo en otras producciones.

 

Sin ir más lejos, Lali, en la piel de Wendy, una argentina que llega a España para trabajar de prostituta desde la Villa 31 porque ve allí una única salida, es una de las más destacadas. Pero quienes hemos visto a Espósito actuar en otras oportunidades sabemos que se podría haber aprovechado mucho más el talento de la joven. Por ejemplo, Asier Etxeandia, quien interpreta al proxeneta Romeo, se lució en Velvet como el diseñador Raúl de la Riva. Pero acá apenas se limita a repartir amenazas y no logró una interpretación creíble. De hecho casi nada en la serie lo es.

 

Quizás la estética del burdel “Las novias”, situado en la isla de Tenerife, España, busca un poco eso. Generar “otra dimensión”, un mundo aparte donde todo está permitido y las leyes no aplican. Detrás de las luces, el glamour y los bailes sofisticados hay un universo de violaciones a los derechos de las mujeres. Eso es un poco lo que relatan Wendy, Gina (Yany Prado) y Coral (Verónica Sánchez), las tres protagonistas. Mujeres explotadas sexualmente que han llegado al prostíbulo por distintas circunstancias y que se han encontrado con las más brutales vejaciones. “A todas nos prometen venir de camarera”, dice Gina, una cubana a la que le aseguraron que ganaría dinero para poder mantener a su hijo. Cuando llegó, la situación era muy distinta y, con el pasaporte retenido, ya no había escapatoria. El caso de Coral y Wendy fue diferente, ellas llegaron por voluntad propia (aunque empujadas por distintas carencias y en un total estado de vulnerabilidad), pero tampoco podían retirarse.

 

El guion es pobre. Apenas se destacan algunas líneas para hablar de un tema tan importante como es la trata de personas. Pero son algunas frases las que quedan resonando y compensan, de alguna manera, al resto. “¿Te pensás que estamos ahí porque queremos?”, le dice Lali a uno de sus clientes mientras le cuestiona no preguntarse qué hacían esas mujeres ahí, por qué llegaron y por qué continuaban en esa esclavitud. Poniendo el foco en un eslabón fundamental de la explotación sexual: los clientes. El hombre que consume prostitución.

 

Romeo hace las veces de “coaching empresarial” con los empleados del prostíbulo. Les enseña a tratar a “las putas” para ganarse su confianza y les comenta unas cifras estremecedoras que son de la vida real. España es el tercer país de Europa con mayor consumo de prostitución. Se estima que un 40% de los hombres han pagado alguna vez por sexo. Lo plantea como un negocio redondo y del que hay que aprovecharse. Porque eso es: un negocio. Y la mercancía son las mujeres secuestradas, esclavizadas, violadas y drogadas noche tras noche. “No, es sí; sí es sí; y no sé, también es sí”, dice mientras se ríe.

 

La serie es por momentos bizarra. Algunas escenas romantizan un poco los vejámenes que pasan estas mujeres y también idealizan el “después”. Salir de estas redes es casi imposible. Pero estamos hablando de una producción comercial para Netflix y no de un documental. De todas maneras hay también escenas fuertes y que por más que estéticamente son cuidadas o adaptadas para la pantalla, igual dan que hablar. “Una relación sexual con una mujer que no tiene ganas es una violación”, reflexiona el personaje de Lali, para graficar que son violadas por infinidad de hombres todos los días.

 

La trama pone en tela de juicio ciertos mitos relacionados a la prostitución. El “la mujer decide estar ahí” es una postura bastante romántica para justificar la explotación sexual. Y si bien el guion deja mucho que desear, la fotografía que emula un western americano en pleno España y tres chicas huyendo en un auto a lo Thelma y Louise son recursos cuestionables, el mensaje está. Quien quiera oír que oiga.

 

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