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“Soy una tía, una abuela, una mamá de todos estos chicos”

Por redacción
| 09 de marzo de 2014
Marta, la super mamá con sus chicos.

“No me imagino esto sin niños. Sentiría una tristeza terrible”, concluye con seguridad Marta Paulich, mientras recorre con la mirada el comedor de su casa. Es que hace 15 años esta villamercedina abrió las puertas a los chicos que necesitaran y se convirtió en amiga, tía, abuela y hasta la mamá que no tuvieron.

 

Hoy, ocho niños viven con Marta.


Hoy, ocho niños viven con Marta. En esa vivienda de calle Suipacha habita en todos los rincones un leve bullicio, ninguno desagradable, formado por la risa de los chicos, el encuentro colectivo de tazas y cucharitas en la merienda o las palmas que animan una canción de la nenas. “Aunque no lo crean, es así es todo el día, tranquilo”, aclara la dueña de casa.

 


La historia de cómo esta mujer de 60 años llegó a albergar a cientos de pequeños encuentra sus raíces en el ejemplo de su madre Alcira. “Como fui hija única hasta los doce años, cuando mi mamá veía a un nene que pasaba frío lo llevaba a la casa o le compraba, calladita, útiles a algún compañerito mío”, recuerda.

 


A los 15 años llegó de Córdoba a Villa Mercedes para acompañar a una tía que precisaba ayuda. “Vine y no me fui más. De a poco, traje a mis papás y mis hermanos”, narra con una mueca de felicidad.

 


Con los años, encontró a Carlos, su compañero con el que tuvo a sus tres grandes orgullos: Pablo (39), Romina (29) y Esteban (25).

 


Para dar una mano en la casa y achicar los gastos, Marta consiguió una pasantía en dos escuelas y un comedor. Una cosa llevó a la otra y terminó en el programa “Familias Solidarias” del Gobierno. “Un día pregunté si mi familia podía ser una de esas que le brinda hogar temporario o para siempre a los nenes, porque a mí me gustan mucho los chicos”, explica.

 


Le dijeron que no había problema y que sólo debía cumplir con ciertos requisitos. Pero la prueba más importante de todas, el visto de bueno de sus hijos y de su esposo, fue la primera exigencia que cumplimentó sin drama. “Me dijeron: ‘mamá, hacé lo que quieras, nosotros te apoyamos’”, recuerda.

 


“Acá, ellos (los chicos) vienen y se olvidan de los problemas que tienen. Van a la escuela, hacen los deberes, juegan, ven tele o vamos en patota a algún lado, a un cumpleaños o de compras”, cuenta.

 


La vivienda de los Paulich está equipada para una gran familia. “Mi marido es jubilado y con el subsidio del Gobierno nos arreglamos bien. Compramos mercadería al por mayor”, aclara.

 


Marta organiza su jornada para poder cumplir con todos. “Me levanto a las seis, desayuno con mi esposo. Mientras los chicos se levantan les preparo el té o la leche con tostadas y mermelada. Todos van a la misma escuela. A la tarde estudian. A veces la noche, como están todos, jugamos y hablamos si alguno tiene un problema y quiere desahogarse.

 


Ni ella puede explicar de dónde saca paciencia y tiempo. De algo está segura, el amor que sus hijos del corazón le dejan es la nafta que la moviliza cada día. “Ellos te dan besos y cariños y esperan que vos también lo hagas. A veces te hacen llorar”, expresa y, como si las hubiera llamado con el pensamiento, deja caer unas lágrimas.

 



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