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“Cuando entré a la sala vi filas y filas de camas con heridos”

Por redacción
| 02 de abril de 2014
Claudia y beatriz pertenecen al grupo de 45 enfermeras reconocidas por su labor. | Alejandro Lorda

Claudia González y Beatriz Garro tenían diecisiete años la mañana de 1981 cuando encontraron un afiche en la escuela Normal de Niñas, "Paula Domínguez de Bazán", que reclutaba voluntarias para formar lo que sería el segundo cuerpo de Enfermeras Navales de la historia argentina. Viajaron a Mendoza a realizar las pruebas psicofísicas con el permiso de sus padres, el mismo que les dieron, no sin resistencia, para que luego de aprobar pudieran marcharse ese año a la Base Naval Puerto General Belgrano, ubicada al sur de Buenos Aires. De cincuenta aspirantes sanluiseñas, sólo Claudia y Beatriz ingresaron al Ejército. Como fragmentos de una misma escena que necesita ser rehecha, las enfermeras comparten recuerdos  de supervivencia, propios y ajenos,  en el Hospital Naval y al contacto directo con la Guerra de Malvinas, desatada en 1982, mientras apenas cursaban el segundo año de enfermería.

 

"Nadie se podría haber imaginado nunca ir a una guerra. Éramos unas niñas que aún estábamos en el colegio"


—Cuando se enlistaron en marzo de 1981 ¿pensaron que podrían vivir una guerra?

 


Claudia González: Nadie se podría haber imaginado nunca ir a una guerra. Éramos unas niñas que salíamos de una ciudad pequeña y aún estábamos en el colegio. Nunca estuvimos preparadas para eso ni vamos a estarlo. En realidad, siempre digo  que no fue una guerra, nosotros los argentinos no sabemos lo que es una guerra. Los que lo vivieron, con frío, hambre y tantas cosas que una no podría comprender, sólo ellos lo saben y nosotras quizás con lo mucho o poco que nos acordamos. Muchas de nosotras tienen cartas de aquellos muchachos que se fueron de alta. Ahí agradecen que con nuestra poca experiencia los atendimos, y qué feo decir que aprendimos un montón de enfermería cuando llegaron ellos: quemados, traumatizados, con esquirlas, amputados. Que no lo quisiéramos volver a vivir, ni dudarlo, eso jamás.

 


Beatriz Garro: Me acuerdo el impacto que tuve al principio, me levantaron a las dos de la mañana, porque venían los primeros heridos. No puedo precisar la fecha. Pero yo venía por un pasillo y cuando entré a la sala vi filas y filas de camas. Los soldados habían superado la capacidad del hospital, entonces teníamos que ir ubicando los colchones donde podíamos.

 


—Fuera de la Base ¿sabían los demás lo que sucedía?

 


CG: Nuestros padres y hermanos que llamaban a la Base sabían que estábamos bien, que no tenían que preocuparse, que estábamos cuidadas. Pero inclusive ellos tenían muy poca información. Lo que nunca les dijeron es que trabajábamos como si ya fuéramos enfermeras, durmiendo dos o tres horas por día y con los botines en la mano, atentas para volver a salir en cualquier momento. Había un desconocimiento de la adrenalina que teníamos por todo lo que estábamos viviendo.

 


BG: Pasa que también nosotras mucho no podíamos decirle a nuestras familias. Porque no estábamos tan al tanto de lo que pasaba. Los Oficiales no nos decían nada.

 


—La memoria suele ser caprichosa ¿hay recuerdos que vuelvan a ustedes más que otros? 

 


BG: Lo que recuerdo de esa época es que tenía mucho miedo, porque es horrible que te tengan encerrada en un lugar donde no podés hacer ruido o tener la luz prendida, a menos que tapáramos las ventanas, para evitar ser un punto de ataque. También cuando íbamos de los dormitorios hasta el Hospital. Otra cosa, eran las prácticas, no fueron como las de los estudiantes de enfermería de ahora, que si se sienten mal se pueden retirar. Veíamos sobre las camillas los cuerpos abiertos. La lesión más usual fue lo que se llama pie de trinchera, era el congelamiento de la extremidad en la trinchera que tiene agua. Los pies de los chicos eran de color negro y hacían este ruido (Beatriz toma una lapicera y la golpea contra una mesa de madera que suena hueca). Una locura, se quejaban del dolor, clamaban. Otra cosa que dimensionamos es que hubo mucho acoso sexual. Caímos como una miguita en un hormiguero. Yo sufrí uno y lo pagué con arrestos.

 


CG: En Buenos Aires nos encontramos con un ex combatiente del Ejército que vive en La Plata y se acordaba de nosotras, porque atendimos a varias fuerzas, no solamente a los de la Marina. Él nos contó que estuvo todo un año internado en el Hospital Naval y después volvió a caminar y a ser una persona, por el cariño, por el afecto, por tomar mate y comer galletitas junto con nosotras, porque nos reuníamos todos en la sala. Nos mandaban nuestros papás galletitas y las compartíamos con ellos, que las comían con muchas ganas, eso nunca me voy a olvidar. Muchos ex combatientes nos han dicho que gracias a nuestra frescura, a que charlábamos con ellos y les  hacíamos olvidar un poco de lo terrible que habían vivido, hoy nos pueden contar de su vida. Estábamos ya en segundo año de la carrera y éramos unas expertas en enfermería y diría que hasta en psicología. Otra cosa que nos quedó grabada es que no nos llamábamos más Beatriz y Claudia, éramos Rol 121 y Rol 114. Y eso lo teníamos que escribir en nuestra ropa naval con bordado.

 


—¿Recuerdan a cuántos jóvenes atendieron?

 


C.G: En una sala de traumatología había más de cincuenta camas. El Hospital Naval de Puerto Belgrano se caracteriza por tener pabellones, como el Hospital Regional de aquí.

 


B.G: Era una cama al lado de la otra, no existían los paneles de oxígeno, estaban separados por una mesita de luz y nada más.

 


C.G: Había que correr con los tubos de oxígeno. No nos acordamos de las caras de todos, pero ellos sí de nosotras. Aparte que nuestro uniforme de enfermera era muy bonito, una camisa azul con la cofia blanca y una pollera plato. Nosotras siempre inmaculadas y con rodete. Nos levantábamos y era automático hacernos el rodete.

 


B.G: Me pasaba que veía a un niño de 18 años acostado y él me veía a mí, también como una niña. Me daba desesperación por saber de dónde era y cómo se llamaba, porque tenía la intención de escribirle a esa madre que estaría desesperada por saber cómo estaba su hijo. Puntualmente atendí a un chico, que no sé dónde habrá combatido, pero se quedó en un estado que no sabía hablar, escribir ni llevarse el tenedor a la boca, nada. La mente es tan complicada. Era como cuidar un bebé  grande. Ese caso me quedó marcado. Agarraba una lapicera y con mi mano tomaba la de él y le hacía escribir: ma-má, pa-pá, ma-me-mi-mo-mu. Hasta que un día me cansé, sinceramente, porque era una lucha constante y no tenía respuesta. Entonces, estoy conversando y siento que él me habla. Claro, escuchaba, pero no podía manifestarse. Hoy lo entiendo.

 


—¿Cuál les parece a ustedes que sería un reconocimiento satisfactorio para los soldados, muchos de ellos a quienes vieron sufrir?

 


B.G: Disculpen que interrumpa, pero eso, eso me trastorna (de fondo se oye una sirena de bomberos). Me trae muchos recuerdos. (Beatriz reanuda la conversación) Lo que creo justo es que a la gente que estuvo bajo bandera en el ‘82 les corresponde una pensión, a todos sin excepción.  Porque en cualquier país hay beneficios en el transporte, en la salud, en todo, para los veteranos de una guerra. Nadie estuvo ajeno al desgaste o a la lesión psicológica.

 


C.G: Cabe el reconocimiento más alto de las autoridades donde cada uno de ellos habitan. Fueron a defender nuestra bandera, que tenemos que empezar a respetar y a querer. Porque eso nos va a llevar muy arriba. Sabiendo o no y con miedo, se cargaron los pertrechos al hombro, un fusil que a lo mejor ni servía, hasta se les trababa, y lucharon.

 


B.G: Si no tienen la pensión, creo que el Gobierno debe dar el puntapié inicial y destacarse en eso. Es inaceptable que en la Argentina que no se reconozca al ex combatiente, sea el lugar que sea el que ocupó. Lo que a mí me parece muy injusto, por lo poco que he podido hablar con quienes han estado ahí y nosotras también, que uno se encerró y se quedó con eso. Nos pasa a todos, porque fue tan censurado en cierta forma el tema de Malvinas. Es un trauma eso que una lleva guardado. De hecho me junté con unos amigos y la charla fue ‘contame vos ¿qué te pasó en la guerra?’. Con Claudia por ejemplo, me acuerdo que en el medio del conflicto llegó un momento en el que no nos vimos más, no sé dónde se fue. Entonces, cuando nos reencontramos lo primero que le pregunté fue ‘¿A qué parte te habían mandado, dónde estabas?’.

 


C.G: Nosotras llevábamos treinta y dos años, nunca nadie en la Argentina supo que habíamos estado con los heridos de la guerra y un día nos llamaron por teléfono y nos dijeron que en la Nación se nos iba a reconocer un 7 de marzo por nuestra dedicación. Pero el mérito es de una de nuestras mujeres, que se fue de la Armada y la siguió peleando calladita hasta que hubo alguien que la escuchó y dijo ‘Ustedes no pueden estar en la sombra’. No pretendemos que nos den una casa ni mucho menos, solamente esto que hacemos de contar nuestra experiencia ya es muy lindo. La gente tiene que saber que en su provincia tiene dos mujeres que estuvieron ahí.

 


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