14°SAN LUIS - Viernes 10 de Mayo de 2024

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Un símbolo de coraje cívico


Fue un hombre de una honestidad a menudo insoportable, en un país donde la honestidad, a menudo, no se soporta.

 


Como fiscal del juicio a las tres primeras juntas militares de la última dictadura fue autor de un "Yo acuso" portentoso que extendió su mirada crítica, no jurídica, a parte de la sociedad que avaló, celebró y cobijó al terrorismo de Estado.

 


Su alegato, que terminó con un vibrante "Señores jueces: nunca más", es mucho más que esa frase conmovida, es ya una pieza histórica de la jurisprudencia argentina y un documento de consulta obligada a la hora de la defensa de los derechos humanos.

 


La muerte del por siempre fiscal Julio Strassera, a los 81 años, deja un hueco difícil de llenar en el azaroso campo de la ética en la función pública y quita el azogue a un espejo en el que se miraban los jóvenes abogados que iniciaban su carrera en el Poder Judicial. Su figura se agiganta hoy, cuando los fiscales aparecen muertos en circunstancias misteriosas, o son cuestionados por los otros poderes del Estado.

 


Era un apasionado, corría por sus venas sangre genovesa y austríaca. Un tipo vehemente y generoso, buen comunicador que, en 1985, contribuyó a formar un equipo de jóvenes fiscales que hicieron luego carrera en la Justicia o en la política.

 


Le gustaba contar que la única oportunidad que tuvo de conversar con Raúl Alfonsín mientras fue fiscal, fue para recibir del entonces Presidente todas las garantías de libertad necesarias para cumplir con su misión de acusador de las Juntas. A punto de irse del despacho presidencial, Alfonsín debió intuir algo porque le dijo: "Oiga fiscal… No se vuelva loco…". Strassera le contestó: "Tarde, Presidente".

 


No se volvió loco. Su tarea, casi de entomólogo, basados en los documentos de la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) desentrañó casi hebra por hebra el entramado del sistema represivo instaurado tras el golpe de marzo de 1976; reveló la existencia de centenares de centros ilegales de detención; desnudó el drama de secuestrados, torturados y desaparecidos; expuso el terror sin límites de esos campos como la ESMA o el de la guarnición militar de Campo de Mayo; a través de más de setecientos testimonios logró demostrar que había existido un plan sistemático de represión en la Argentina, que fue mucho más allá de la supuesta "aniquilación del accionar subversivo" y que abarcó a toda la sociedad y a todas las profesiones.

 


Vivió ese año bajo amenazas constantes que amenguaron una mañana en la que el propio Strassera atendió el teléfono, recibió el consabido aviso de bomba y contestó: "No, vea… Aquí las amenazas las recibimos de 7 a 9. Llame mañana".

 


Ese espíritu campeó en cada una de las audiencias del juicio. Decenas de anécdotas circulan aún por los pasillos del viejo Palacio de Tribunales. Una tarde, refiriéndose a su actuación como fiscal, Strassera se trabó. Dijo: "Esta defensa… Esta fiscalía…". Los defensores de los comandantes soltaron algunas risas poco disimuladas. Y él pescó al vuelo su chance de contestar las burlas: "Veo sonreír a algunos abogados defensores. Esta fiscalía es, también, una defensa. Una defensa de los derechos de los ciudadanos…".

 


Ya retirado del Poder Judicial, accedió a un cargo de prestigio y muy bien remunerado como embajador argentino ante la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, con sede en Ginebra. A ese cargo y a su remuneración renunció cuando el presidente Carlos Menem dictó, en diciembre de 1990, el indulto a los comandantes que Strassera había acusado. Con la misma decisión se había opuesto antes a las leyes alfonsinistas de Obediencia Debida y Punto Final.

 


Desde entonces, ligado al radicalismo, se dedicó a su profesión de abogado, a asesorar comisiones del Congreso y a participar de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, de la que fue presidente.

 


Ni los comandantes a los que acusó, ni sus abogados, ni el sector de la sociedad que todavía reivindica aquellos años de plomo y vieron siempre a Strassera como a un enemigo, lo escarnecieron tanto como el gobierno de Cristina Fernández, sus voceros y repetidores. Strassera había denunciado "el uso político de los derechos humanos que hace la pareja presidencial", y preanunció lo que escondía el proyecto de "democratización judicial" del Gobierno: "Quieren una Justicia kirchnerista, que falle todo a favor".

 


Más allá de cualquier porfía de época, Strassera quedará ligado a la recuperación democrática argentina como uno de sus símbolos de mayor coraje cívico y personal.

 


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