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La familia de Romina insiste en que Lorenzetti es inocente

Por redacción
| 14 de marzo de 2016
En familia. Romina y sus hermanos eran muy cercanos. Ellos aún creen en la palabra de su cuñado.

La de Romina es una muerte que no ha hecho aflorar  lágrimas genuinas en todo su círculo. Al menos así lo interpretaron dos fuentes de la investigación, que “leen” en las palabras oídas en cientos de horas de escuchas telefónicas, en los mensajes de texto intercambiados y en las actitudes de algunos allegados, la ausencia de dolor por el modo en que terminó la vida de la chica.

 


Para estas fuentes, quizás un solo familiar directo, un hermano que declaró en el juzgado, demostró un malestar auténtico por lo sucedido. Contó que días después del asesinato, cuando fue a un taller mecánico, el dueño le dijo que quienes habían matado a su hermana eran ‘el Brasilero’, ‘el Bocón’ y su cuñado Lorenzetti. “Explicó que en ese momento pensó que lo querían poner en contra de su familia, y que por eso no dijo nada. Cuando ve que todo va pasando tal cual se lo cuenta el hombre del taller, se asustó y decidió comentárselo a una de sus hermanas, que le dijo ‘es todo mentira, es todo mentira, lo quieren ensuciar a Diego’”, resumió.

 


Por convencimiento, por el malestar que implica poner en duda a un cercano, por ciega confianza, por algún interés o conveniencia… Sea cual sea la razón, lo concreto es que la familia de Romina respaldó siempre al viudo y desechó cualquier sospecha sobre él cuando la jueza Penal Nº 3 Virginia Palacios ordenó su detención. “Cuando declaró, una de las hermanas de Romina dijo: ‘por más que usted me muestre las pruebas, voy a seguir creyendo que Diego es inocente”, evocó, para ilustrar el grado de apoyo dado al ahora procesado como autor intelectual.

 


El viernes, en una breve conferencia en la que resumió los fundamentos del procesamiento con prisión preventiva para Lorenzetti, Palacios refirió que, a su entender, los parientes, inclusive los más cercanos, desconocían qué sucedía “puertas adentro”, cuál era el cariz de la relación entre Romina y Diego.

 


Ella era adolescente cuando se conocieron. Quedó embarazada de Hernán, el único hijo que tuvo la pareja, cuando tenía 15 años. Lo tuvo a los 16. “Prácticamente, Romi y su hijo se criaron juntos”, contó en una entrevista su hermana Inés.

 


Recién el año pasado ella decidió retomar los estudios, que por alguna causa había interrumpido. Cursaba la primaria en La Calera, en el Plan de Inclusión Educativa, cuando la asesinaron. “Quería ser una chica de secundaria” y eventualmente luego hacer una carrera, recordó su hermana. Cinco días después del crimen, en una entrevista con un medio, el propio Lorenzetti, sin muchos reparos, definió a su esposa como a una persona un tanto “limitada”.

 


Los familiares consultados siempre aseguraron que el vínculo de Romina y Diego era bueno, que él era una excelente persona, que nada les hacía faltar. El propio Lorenzetti dijo en las notas que les dio a medios locales y nacionales que pasaba “el mejor momento” con su mujer. Dio, además, dos datos que reforzaban esa idea: aseguró que ella estaba embarazada de pocas semanas cuando murió y lamentaba que la hubieran asesinado un día antes de irse de vacaciones.

 


De la mano de una pericia hecha en La Plata, que permitió recuperar los mensajes que se habían borrado de los teléfonos del viudo y de la víctima, se empezó a descascarar la imagen que él construía de su matrimonio. Esas medidas dieron indicios de que él tenía al menos una amante, en Nogolí. Revelaron que la pareja mantenía un vínculo conflictivo por lo menos desde setiembre del año pasado y que la grieta era más honda conforme pasaban los días. Inclusive es posible que Romina haya sufrido maltratos físicos de parte de Lorenzetti.

 


Tal magnitud adquirió el problema con su mujer que hasta ideó la forma de sacársela de encima de modo definitivo y entabló los contactos para mandarla a ejecutar.

 


Es posible que la naturaleza del conflicto entre ellos esté estrechamente vinculada al móvil del crimen. Para los investigadores, entre ellos había una puja, y era por dinero, por las ganancias de una actividad oculta, muy posiblemente reñida con la ley, en la que el intendente intervenía.

 


Romina, según se infiere de las comunicaciones, no sólo no la desconocía, sino que era parte activa de ella. “Era una suerte de secretaria de Lorenzetti. Ella, por ejemplo, hacía los depósitos en el banco, que eran muy frecuentes y por montos como 10 mil, 15 mil, 20 mil pesos”, dijo.

 


Romina quería un lugar de paridad, y para exigirlo lo amenazaba sistemáticamente con hacerlo público, con sacarle la careta. “En un momento le dice ‘lo voy a hacer público por el Facebook, por la tele, por la radio, y no sólo que sos golpeador…’. Hablaba de que le usaba su camioneta, la Renault Duster, para esa actividad. Eso nos da la pauta que hay algo más, aparte de los maltratos”, explicó una fuente.

 


Hay una expresión de Romina, que quedó asentada en un mensaje, que conmovió profundamente a los investigadores. Ella le dice que, de ser necesario iba a ventilar lo que sabía pues, “total, yo ya me sé en otro mundo”. No saben si se refería a que ya se sentía afectivamente lejos de aquel universo que supo construir y compartir con quien era el padre de su hijo o si, en realidad, en su fuero más interno tenía la sospecha de que él podía matarla.

 


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