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Internet: el "pulpo" que puso en jaque a varios rubros

Las disquerías y los videoclubes quedaron casi heridos de muerte.  Los cibers pasaron rápidamente del apogeo al declive, aunque la pelean y ofrecen otros servicios.

Por redacción
| 13 de agosto de 2017
Foto: Internet.

Si no puedes contra el enemigo, únetele”. Es una de las frases del famoso libro: “El Arte de la Guerra”, de Sun-Tzu, un filósofo, general y estratega militar de la antigua China. La cita le queda perfectamente a la crisis que algunos rubros comerciales sufrieron con el advenimiento de internet, un pulpo de mil tentáculos que arrasó con mucho a su paso, pero que a su vez ofreció un sin fin de oportunidades, para quienes las supieran aprovechar. San Luis, como el resto del mundo, no estuvo ajeno a este fenómeno.

 

La lista de vapuleados la lideran las disquerías (la capital provincial llegó a tener cinco en su mejor momento), los videoclubes y el gran negocio de finales de los '90 y primeros años de los 2000, los cibers.  Los primeros dos fueron mutando a través de los diferentes formatos de cinta en los que se reproducía la música y los films, quizás no vieron llegar su obsolescencia, aunque cada paso de superación que daban, vaticinaba una muerte anunciada: del vinilo al cassette, del cassette al cd, y lo mismo con las cintas de video: del VHS al DVD, del DVD al Blu Ray.

 

Los cibers fueron una muestra accesible de la infinidad de posibilidades que internet podía dar, y a medida que pasaron los años, tener una computadora conectada a la “red de redes” fue cada vez más fácil. Por lo que fue cuestión de tiempo que este “negoción” acabara.

 

El ocaso del formato físico

 

Si bien siempre existieron las grabaciones piratas de música, sin importar el formato en que éstas se hicieran, la aparición de Napster en 1999, un servicio de distribución de archivos en mp3 que fue la primera gran red de intercambio P2P (peer to peer, de persona a persona) hizo temblar profundamente los cimientos que sostenían a la industria discográfica.

 

Los juicios que a principios de los 2000 iniciaron varias de estas compañías, no pudieron frenar el avance de esta tecnología. En cambio se popularizaron llegando a un pico de 26 millones de usuarios en todo el mundo. La confusión de los internautas ante esta avalancha de juicios que peligraba el libre tránsito virtual se generó porque el intercambio de material de todo tipo, no sólo música, era una característica propia de internet y no de los programas que se utilizaran para compartir la información.

 

A pesar de eso, en julio de 2001, un juez ordenó el cierre de los servidores Napster para prevenir más violaciones de derechos de autor. Un dato no menor fue que Lars Ulrich, baterista de Metallica, fue el primer músico en iniciar una demanda a la plataforma.

 

En San Luis a comienzos de los 2000 se empezaba a delinear la misma tendencia por la que atravesaba el mundo: las disquerías ya no vendían tanto como antes y los clientes de los videoclubes comenzaron a desaparecer.

 

Un apocalipsis analógico

 

Lo de Napster fue un caso emblemático, pero no contuvo la transferencia de información. La red se convirtió en una ciudad paralela, donde la gente podía agruparse, desagruparse y reagruparse como quisiera.

 

Después de ese programa, nacieron otros más similares, como Emule y Kazaa. Parecía que estos podían “tocarle” la parte de atrás a las multinacionales, pero éstas, en vez de dejarse vencer, descubrieron la manera de apropiarse también de las tecnologías y crearon otras empresas para hacer frente a la piratería y por ende a las pérdidas millonarias que les provocaba.

 

Cinco años después (2006) llegó Spotify con su interminable selección de discos de todo tipo de artistas, hasta de los emergentes que nunca lograron una entrevista para que algún productor de una gran compañía lo escuche, pudieron dar a conocer, aunque entre una gran marea de material, sus canciones.

 

El streaming apareció en el momento propicio y con velocidades que lo permitieron, este sistema de ver-escuchar en directo, fomentó el surgimiento de las empresas "on demand" que brindan la posibilidad de elegir lo que se quiere ver o escuchar al instante.

 

A los videoclubes les pasó algo similar. Si bien los mismos programas que se utilizaban para compartir música, servían para descargar películas, lo que de a poco fue quitándoles clientes a los videoclubes y además dio a luz a un nuevo negocio que hasta hoy sigue en pie (aunque con un tutor): los manteros vendedores de películas grabadas en DVD, fue Megaupload quien los sentenció a muerte y Netflix les dio la estocada final.

 

En vez de pasar una hora recorriendo los anaqueles del videoclub amigo, debatir largo y tendido sobre qué película ver, y pedir un sabio concejo al empleado que probablemente vio todos los títulos, ese paso se anuló y ahora la selección se hace desde el sillón. No sólo eso, sino que también se puede ver el tráiler de la película, mirar cerca de 10 minutos, y si no convence, elegir otra.

 

Internet modificó la vida. Por un lado la simplificó, pero le quitó el lado humano del descubrimiento, del primer contacto, único, emocionante, de poder instruir a un amigo sobre una nueva banda o una joya antigua del cine. También se llevó la paciencia, de esperar lo inesperado, en el océano de la inmediatez que inmediatamente, valga la redundancia, pierde el valor para siempre.  Lo que no se llevó fue la nostalgia de la generación que quedó en el medio, entre lo analógico y lo digital, y todavía guarda los cassettes, los VHS y los vinilos como un eco de esa época en que la hiperconexión sólo era un cuento de ciencia ficción.

 

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