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Las tardes en que se curan los silencios

Hace diez años un grupo de personas dirigidas por Viviana Bonfligioni se entrega sin traumas a la hoja en blanco. El taller “silenciosos incurables” reúne a aspirantes a escritores de todas las edades y diversas profesiones.

Por Miguel Garro
| 14 de agosto de 2017
Foto: Alejandro Lorda

Es un sábado frío pero adentro de esa suerte de refugio para la literatura hay un calorcito que estremece. Más que eso: en el primer piso de Ituzaingó 478, a media cuadra de Chacabuco, existe un ambiente de calidez en permanente combustión con las letras. En una piecita con no más lugar para una larga mesa funciona hace más de diez años el taller “Silenciosos incurables”, un lugar donde las historias se tejen todo el tiempo.

 

La idea de Viviana Bonfligioni, la responsable e ideóloga del taller, fue generar tardes donde las personas fueran a escribir, sea para saciar sus ansias de literato, para mejorar la redacción o simplemente para compartir un rato con otros con las mismas inquietudes.

 

Las masitas, las facturas, el mate y el café –dispuestos libremente a lo largo de la mesa- hacen el resto.

 

Una de las sorpresas mayores que podría llevarse quien visite por primera vez el taller podría ser la variedad de edades que lo conforman. Hay señoras jubiladas que encontraron en “Silenciosos...” un lugar para contradecir el nombre; hay adolescentes que aprovechan los tiempos libres para dibujar; y hay estudiantes universitarios que pretenden mejorar su forma de escribir para ser más meticulosos en los trabajos prácticos.

 

Un recorrido por los extremos que trazó alguna vez la directora, le indicó que los talleristas que pasaron por allí tienen entre 12 y 79 años. Un rango que implica toda una vida.

 

“Creo que la gran atracción que ejerce el taller –dice Viviana- es que los que vienen se van conociendo entre ellos y que vamos generando cosas nuevas, ejercicios novedosos todo el tiempo”.

 

Por caso, la tarde fría que “Cooltura” visitó el espacio la tarea era describir uno de los tantos objetos que había sobre la mesa y hacer que, luego de que el autor leyera su texto recién redactado en voz alta, sus compañeros adivinen cuál fue la pieza elegida.

 

Entre los relatos hubo trabajos altamente sorprendentes como el de una chica de 15 años que describió una nuez en una carilla y media y provocó el aplauso de sus compañeros.

 

Uno de los componentes que da un color especial (o varios) al ambiente son las pinturas que decoran las paredes de la sala. Todas fueron realizadas por Viviana, también artista plástica y activa expositora en diversas muestras que se hacen en la ciudad. Hay más: en el momento en que la coordinadora del taller terminó de explicar la consigna e invitó a los participantes a escribir, puso música, la acompañante ideal de la literatura.

 

Es curioso que un denominador común en las tardes de “Silenciosos...” sea que todos escriban a mano, sobre un papel en blanco que para la mayoría no representa el trauma al que aluden algunos autores. Por el contrario, como los componentes del taller van a ese lugar a escribir, apenas los invitan a hacerlo se vuelcan –incurables y silenciosos- a la tarea.

 

“En realidad, alguno trae la máquina de vez en cuando. La idea es que se sientan cómodos y en un ambiente de libertad”, sostuvo Viviana, feroz lectora de Jorge Luis Borges y actualmente metida en la obra de Eduardo Sacheri.

 

Hace diez años que todos los sábados a las 18, llueva, truene o caiga piedra, el grupo se junta, con sus obvias variaciones entre sus integrantes. El encuentro –del que no se conoce otro igual en la provincia- nació como parte de una beca de BAS XXI que Bonfligioni ganó y que tuvo el mérito de mantener en el tiempo, sobre todo gracias a la demanda. “Afortunadamente la respuesta de la gente ha sido excelente. A lo largo de todos estos años vinieron desde estudiantes de periodismo a ingenieros agrónomos. Y lo que más me llamó la atención fue que mucha gente viaja desde el interior sólo para hacer el taller y luego se vuelve a su localidad”, se sorprendió la directora.

 

Otro aspecto llamativo del amplio abanico de talleristas que pasaron por “Silenciosos...” es que no necesariamente todo se describieron como lectores. Es parte de la variedad de la que Viviana se siente orgullosa. “Acá viene de todo, gente que lee, que no lee, que tiene nociones de escritura y otros que nunca antes se habían figurado la idea de escribir”.

 

Al realizarse los sábados y con extensiones que a veces encuentra a los escritores a la hora de la cena, más de una vez tuvieron que pedir pizza al delivery y convertir el taller en una reunión de amigos del fin de semana.

 

Hace tres años, también impulsados por Viviana, los integrantes del taller editan una revista mensual con las creaciones de sus participantes, lo que permite un vehículo de expansión de los relatos, así como algunas publicaciones independientes que emprendieron los talleristas por su cuenta. Es una forma de hacerse escuchar que tienen los silenciosos incurables.
 

 

 

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