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María, la abuela "centenaria" de Nogolí que irradia vitalidad

La anotaron en el Registro Civil hace 99 años, pero ella asegura que tiene 110.

Por Ayelen Anzulovich
| 21 de julio de 2018
Sentir. María disfruta todos los días de estar viva y de residir en el pueblo de Nogolí. "Siempre me las arreglé sola", aseguró. Fotos: Alejandro Lorda. Video: Denis Norambuena.

Tiene un caminar lento pero seguro, y una amplia sonrisa que refleja su enorme vitalidad. María Morales, vive en la tranquilidad de Nogolí, localidad ubicada a 49 kilómetros de la capital puntana. El 1º de julio celebró sus 99 años junto a toda su familia, pero ella asegura que su madre la anotó a los once y que en realidad tiene 110 años. Tuvo diez hijos, cuarenta nietos y más de treinta bisnietos.

 

Luce un gorro marrón de lana que le tapa las orejas, un pañuelo clarito, un buzo verde y un delantal atado a su cintura. María se sienta en una silla de madera que mira hacia el patio de su casa. A lo lejos algunos patos disfrutan de una laguna. De vez en cuando se escucha el sonido de un gallo.

 

En sus ojos se aprecia la nostalgia de todo lo que pasó y la fortaleza de seguir estando en pie a pesar de los años. Su piel arrugada y curtida delatan el paso del tiempo. Pero persiste su espíritu alegre y su buen humor.

 

Pícara y de rápidas respuestas   al conversar con los periodistas de El Diario de la República, la abuela  puntana recordó a su mamá, Rosario Morales y a sus diez hermanos. “Nací en La Carolina, Mi padre nos abandonó y ella nos tuvo que criar sola, por eso tengo el apellido de ella”, expresó con un dejo de tristeza y paso seguido tomó un tarro lleno de brasas donde calentó la pava para tomar unos mates.

 

“En casa a los mayores nos tocó salir a trabajar y los más chicos se quedaban haciendo las tareas de campo. Me acuerdo que en ese entonces no teníamos dinero y  me mandaban al cerro de La Carolina. Ahí entraba a los túneles y  me ocupaba del oro, hasta que en un momento empezó a escasear y continuamos con los minerales”, detalló.

 

 Manifestó que la edad que figura en su libreta cívica no es la que en realidad tiene. “Todavía me acuerdo cuando fui con mi mamá a realizar el trámite para asentarme al Registro Civil de Paso del Rey. Yo tenía once años. Tengo la imagen de ir caminando tomada de la mano y saludar al hombre que nos atendió. Recién ahí el mundo supo que había nacido”, dijo en tono chistoso y resaltó que el 1º de julio cumplió 110 años.

 

María cerró sus ojos y por un instante vio pasar su vida en cámara lenta. “A los 20 años conocí a mi esposo Regio Lucero gracias a mi hermano. Nos casamos y nos vinimos a vivir a Nogolí. Acá tuve mis diez hijos”, expresó. Seguidamente bajó la mirada y tomó aire. Se volvió a incorporar y con los ojos vidriosos agregó que dos de ellos ya han fallecido.  

 

En el medio del silencio el sonido de un auto llamó la atención de María. Giró su cabeza, vio a la menor de sus hijas y se le iluminó la cara. Las dos se dieron un cálido abrazo. Leonor, como todas las veces que ve a su mamá, le pidió la bendición. María con sus manos tiernas, la acarició. Nada  más fuerte que la conexión entre las dos.

 

"Estoy así porque siempre la remé, nunca me tiré atrás y siempre le di para adelante. Ahora me duelen un poco los huesos", dijo con una pícara sonrisa y agregó que a pesar de eso no se queda quieta. "En mi vida trabajé mucho. Cuando quedé viuda me tuve que hacer cargo de la casa y los niños. Yo hachaba leña, quemaba carbón, me encargaba de los más de 700 cabritos que teníamos. Siempre me las arreglé sola", resaltó.

 

La mujer manifestó que las juntadas en su casa son multitudinarias. "Tengo cuarenta nietos y más de treinta bisnietos. Somos una familia bastante numerosa", dijo alegre y precisó que al lado de su casa vive uno de sus hijos. "Acá no estoy sola, cada dos por tres me dan una vueltita. En más de una oportunidad me han querido llevar a vivir a la ciudad pero yo no quiero saber nada. Me gusta estar en mi casa, de la única manera que me pueden sacar de acá será muerta", enfatizó y agregó que ahí ella es feliz.

 

"Me levanto a las siete de la mañana, pongo el agua en el brasero y tomo unos mates. Le doy de comer a las gallinas, prendo el horno de barro y preparo la comida. Mi especialidad es el locro, todos se vuelven locos cuando lo hago", contó Mapría mientras señaló el patio de tierra. "Hoy barrí, saqué todas las hojas. Lo hago despacito, aunque en un par de ocasiones me he caído pero así también me he levantado", manifestó.

 

La abuela puntana expresó que para llegar a la ciudad tardaban dos horas y que lo hacían en un carro tirado por un caballo. "Mi suegro lo ensillaba y salíamos disparando. Trasladábamos carbón y leña. Antes habían poco autos. La primera vez que vi uno me quedé impresionada. Acá nos sabíamos subir al cerro y los veíamos pasar de arriba. Toda una aventura", resaltó.

 

Pasadas las 12, María se levantó de su silla, tomó su bastón y caminó apurada hasta la puerta de su casa. En ese momento sobrevolaba  un drone. Sus ojos se le iluminaron y su sonrisa resplandeció porque nunca había visto nada igual.

 

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