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Perfil del chico asesinado en Mercedes narrado por sus padres

Jesús Muñoz estudió para profesor, hizo cursos y trabajó en varias fábricas. Era delivery y había abierto una barbería en su casa.

Por redacción
| 10 de marzo de 2024
Jesús, presente. Los padres del joven, Cristian Muñoz y María Escobar. Su último proyecto, había instalado una barbería en la entrada de su casa. Fotos: Juan Andrés Galli.

Las vidas de María Esther Escobar y Cristian Muñoz se pueden dividir en dos momentos. Las que habían vivido hasta el sábado 24 de febrero y las que empezaron a sufrir la madrugada del día siguiente, cuando los médicos les informaron que su hijo, Jesús Muñoz, había muerto a causa de las puñaladas que le produjeron tres delincuentes que lo habían asaltado para robarle la moto.

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Las vidas de María Esther Escobar y Cristian Muñoz se pueden dividir en dos momentos. Las que habían vivido hasta el sábado 24 de febrero y las que empezaron a sufrir la madrugada del día siguiente, cuando los médicos les informaron que su hijo, Jesús Muñoz, había muerto a causa de las puñaladas que le produjeron tres delincuentes que lo habían asaltado para robarle la moto.

 

Desde ese instante solo dos cosas mantienen en pie y con aire en los pulmones a sus padres, la necesidad de que se haga justicia para que los tres acusados por su homicidio reciban la prisión perpetua y la nafta que los ayuda a levantarse cada día: los bellos recuerdos que su hijo les regaló durante 28 años y parecen grabados a fuego en sus memorias.

 

Ambos atesoran miles de anécdotas sobre Jesús y todos, por más pequeños y cotidianos que pareciesen, son hermosos. "Él era como su nombre, Jesús. Era un excelente hijo, excelente hermano, un ser espectacular", lo definió María. El joven era el más chico de tres hermanos varones. "Tenía como diez años de diferencia. Gonzalo tiene 39 años y Gastón, 38", detalló su padre. Eso, de alguna manera, lo convirtió en el "regalón" de la familia.

 

Vivió siempre en la casa de su mamá, en el barrio Obras Sanitarias. Y, aunque sus papás se separaron cuando tenía unos 13, jamás se despegó del lado de su madre. "Me cuidaba. Cuando me operaron de la rodilla, me controlaba que no saliera de la cama. Me hacía el desayuno y se iba a la peluquería. Después venía y me hacía el almuerzo", contó ella. Controlaba también a diario que no consumiera azúcar, que tomara su presión y midiera su insulina porque María es diabética.

 

"Era el hombre de la casa. Vivía pendiente de lo que pudiera faltar. Apenas hacía unos pesitos, compraba algo para la casa o para la barbería que había puesto acá. Siempre pensaba en progresar y veía cómo podía hacer para vivir mejor", dijo Cristian. Su sueño era conseguir un trabajo en blanco.

 

Fue a la escuela de su barrio y cuando terminó cursó el profesorado de Tecnología en el Instituto de Formación Docente. "Hizo tres años completos y, al cuarto año, dejó porque lo habían tomado en la fábrica de jugos Tang. Se había entusiasmado porque le pagaban bien", relató su madre. Y, aunque a los tres meses lo dejaron sin trabajo allí, no se desanimó.

 

"Trabajó en Kohinnor, Tubhier, Tersuave y hasta hizo reparto de sodas", enumeró su padre. Había empezado también un curso para ser técnico electricista en la UPrO y tener así mayores chances de conseguir un puesto en una fábrica.

 

Además, se había recibido de estilista y barbero en esa universidad. "Trabajó un tiempo en una barbería en el centro. El dueño le tenía tanta confianza que le dejaba las llaves del local", comentó María. El último año decidió abrir su propia barbería, en la entrada de su casa. Sus primeros clientes fueron sus hermanos. "Al principio se le quejaban porque Jesús le cortaba como quería, pero ya después nos empezó a cortar a todos el pelo y no volvimos a ir a otra barbería, solo nos hacíamos atender con él", rememoró Cristian, con una leve sonrisa que se le dibuja cada vez que recuerda algún momento o característica de su hijo.

 

"Era un tipazo. No fumaba, no tomaba, no se drogaba. Le encantaba el fútbol y andaba siempre con el mate y el termo. Era muy cariñoso y respetuoso. Era un niño, pero responsable como un adulto", resumió. Cristian tomó su celular con ambas manos, lo miró tiernamente y dijo con ojos vidriosos: "Eso me hace falta. Los mensajes que me mandaba todos los días. A la mañana me decía '¿vas a venir a desayunar?', '¿Papá, dónde estás? ¿me ayudás con la moto?'. El asadito de los domingos y el café, porque le encantaba el instantáneo. Nos veíamos todos los días".

 

En todos los lugares en los que había estado sembró amistades. "Tenía amigos de la escuela, la universidad, de las fábricas, el barrio, hasta en San Francisco", dijo el hombre. No tomó real dimensión de eso hasta el momento del velorio, cuando decenas de personas que no conocía se acercaron a saludarlo.

 

Cristian trata de mantenerse íntegro cada vez que habla de su hijo, pero su madre se quiebra. Cada cinco minutos le viene a la mente otra anécdota sobre Jesús y se desespera. "A veces subo, hasta donde está su pieza, y lo llamo. Otras veces quiero salir a buscarlo, pero no está", expresó con lágrimas la mujer. "Esto nos mató", se sinceró el padre.

 

Saben que ninguna condena les va a devolver a su hijo, pero solo le piden una cosa a los jueces que el día de mañana, muy posiblemente este año, integrarán el tribunal que juzgará a Isaías Suárez, Rodrigo Chilote y su hermano Jonathan Moreno. Les ruegan que los condenen a todos por igual, con la prisión perpetua. Quieren que nunca más salgan de la cárcel y vuelvan a arrebatarle la vida a una buena persona, llena de vida y de proyectos y dejar hundida en la tristeza a una familia entera.

 

Las vidas de María Esther Escobar y Cristian Muñoz se pueden dividir en dos momentos. Las que habían vivido hasta el sábado 24 de febrero y las que empezaron a sufrir la madrugada del día siguiente, cuando los médicos les informaron que su hijo, Jesús Muñoz, había muerto a causa de las puñaladas que le produjeron tres delincuentes que lo habían asaltado para robarle la moto.

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