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Tres generaciones unidas por una pasión laboral: agrimensura

Por redacción
| 24 de abril de 2016
Futuro a pasado. Los tres Aguado dicen que se llevan realmente bien en familia. Cada uno toma como espejo a su padre.

La tierra, sobre todo la puntana, hizo que la familia de Mendoza plantara raíces aquí. Guillermo, de 87 años, fue el artífice de que ahora tres generaciones de Aguado se unieran por la agrimensura. Comparten nombres, apellidos y profesión. El más reciente, tiene 18 años y en febrero comenzó a cursar la carrera en la Universidad Juan Agustín Maza de Mendoza. Ayer se conmemoró el Día del Agrimensor en Argentina.

 


El abuelo se radicó en San Luis en 1951, traído por sus padres quienes tenían campos y comenzaron a trabajarlo. Con 21 años empezó a venir dos veces al mes, tras viajes interminables por carreteras de tierra. “En Mendoza practiqué el andinismo y me tiraba a la tierra. Nuestra profesión es esa, la tierra. Siempre me rodeé con gente del campo, como todos mis parientes, se metió en la sangre y fui a San Juan a recibirme”, comentó con una lucidez envidiable.

 


El más experimentado profesional de la familia recordó que caminó cientos de kilómetros para desarrollar su actividad “porque todo se hacía a pie”, con cinta métrica a ruleta o con miras, un pequeño anteojo. “Antes andábamos más en sulky y carros, que en vehículos, que ahora sirven para recorrer las orillas de las picadas de los campos. En un rato tenés la mensura de diez mil hectáreas cuando antes ese trabajo requería más de quince días”, comparó.

 


Más allá del tiempo, Guillermo, el abuelo, extraña estar en el campo acompañado de los peones y convivir con ellos porque “se aprendía tantas cosas”. “Según la época, como había aprendido a castrar animales, hacia dos cosas a la vez. Cuando no había mediciones, me dedicaba a lo otro”, comentó.

 


Recordó que antes el agrimensor era reconocido como un ingeniero porque el de la rama civil no estaba habilitado para las mensuras y ellos “eran los únicos privilegiados para hacer esa tarea”.

 


Guillermo dice que extraña las antiguas técnicas. A pesar de su edad sigue activo y ayuda a su hijo. Como puede, en su estudio del centro, se adapta a la tecnología. “Extraño lo antiguo, me gustaba convivir en mi campo. Hasta el último de la escala, el peón, participaba de la medición. Se iba allá lejos con una bandera y le hacía señas con humo. Era tipo indio. Fue en la época de auge de la minería en San Luis donde me recorrí todas las sierras. Lo hacías en mula o caminando. Siempre demoraba el trabajo para quedarme en el campo”, reconoció el ex ministro de Hacienda, sobre el apego que sentía por el aire libre.

 


Eso lo llevó a ser presidente de la Sociedad Rural, durante veinte años, donde conoció otro mundo, uno relacionado con la tierra. “Me comuniqué con los campesinos. La mayoría de mis agromensuras estuvieron relacionadas con este sector”, dijo.

 


La actividad del campo familiar lo ató a San Luis y no le tocó experimentar con el centímetro en otra provincia. “Nunca dejé la profesión, llevó sesenta años de actividad. Aún sigo haciendo papeles en casa”, explicó y dijo que se adapta por obligación.

 


Haberse retirado lo dejó con una jubilación que no le alcanza. Por eso continúa en su profesión y recibe la ayuda de su hijo. Por eso opinó que el gran deber de su gremio es conseguir un mejor reconocimiento a los profesionales. “Como ministro podría tener una jubilación de privilegio por haber trabajado durante dos años. ¿Pero sabés qué? Soy más feliz así. No me interesa el dinero, solo los valores que puedo dejar”, argumentó.

 


Para Guillermo es un orgullo y una felicidad que los dos sucesores continúen con el camino que él empezó, y sostuvo que los dos mantienen los principios de la “decencia”, los mismos que cree que debe tener la sociedad.

 


El mejor recuerdo que pudo dejar, insistió, fue el reconocimiento de sus pares. “Ver que los nietos de mis ex colegas vengan a verme recomendado por sus abuelos es algo impagable”, sostuvo.

 


Guillermo aseguró que jamás se arrepentiría y elegiría otra profesión, si tuviera que volver a empezar de nuevo. Sobre todo por la experiencia que ya trae. Pero las relaciones sociales, su experiencia de vivir en ranchos, con el peligro de la vinchuca le daba la “sensación de vivir”. Y no lo cambiaría. Tampoco modificaría el ómnibus de don José Maluf, el viejo transportista, que lo llevaba a La Toma o La Carolina, donde los vaqueanos lo esperaban en la parada con caballos, para irse a las montañas y empezar la mensura. “Pasabas las mil y una. Llovía, no llovía, había sol. O te ibas a dormir y al otro día amanecía todo de blanco”, comentó ya con su retina impregnada de una postal que recogió de algún rincón interminable.

 


Para el abuelo la técnica se apoderó de los profesionales y que ahora todo se dirime en segundos. “Las nuevas generaciones no viven la agrimensura. No es que hacen todo automático pero ahora es una técnica incorporada en la tierra y no se dan un tiempo para comer con la familia para la que trabajás”, comparó.

 


El primer sucesor fue Guillermo, que tiene 54 años. Es miembro del Consejo Consultivo del Gobernador y la Comisión de la Puntanidad. “Ver el trabajo de mi padre en casa me atrajo. La independencia me encantaba. En mis años anteriores, que formé parte del Gobierno, lo hice con esa libertad que me gustaba”, sostuvo.

 


“Agarré la cola de la profesión vieja y los inicios de la modernización. Ahora todo se hace con GPS, con satélites. Desde mediciones lineales hasta con alturas. Las cotas era lo más difícil. Mejoró tanto todo que ahora los satélites fueron un gran avance y el margen de error lo tenés en el mismo momento. Además de ser menor”, manifestó sobre las técnicas actuales, aunque reconoció que siempre se debe estar en el lugar para lograr una mejor medición.

 


Los nombres no tienen ninguna magia, el autor de la segunda generación decidió simplemente seguir lo que empezó su padre.

 


Guillermo es el más joven, tiene 18 años y está en las primeras materias de la carrera, pero sabe que es lo que quiere para su vida. Tanto acompañar a su padre, y después de pensar qué estudiaría, simplificó su decisión. “Ese ámbito lo tengo conocido, me gusta estar al aire libre y ser independiente”, recalcó como si esas palabras salieran de cualquiera de los Guillermo.

 


El chico piensa volver a San Luis tras sus estudios, pero asegura que aún tiene tiempo para determinarlo. Por el momento tiene buenos recuerdos de los comentarios de su abuelo sobre la actividad e insistió en que “en aquella época realizó muchos sacrificios”. “Me di cuenta que el desarrollo tecnológico le hizo bien a la profesión. Es más rápido y simple. Mi padre me llevaba a marcar lotes y realizar mensuras. La pasaba bien, no me aburría y conocía lugares”, concluyó el aspirante, que espera concluir a término, en cuatro años y medio.

 


El orquestador de esta empresa sueña con imitar la foto que ilustra esta nota. Los tres Guillermo abrazados, pero ya como agrónomos. “Espero poder verlo”, se sinceró.

 


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