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Salinidad: ¿qué gusto tiene la sal en nuestros suelos?

Los climas semiáridos, como el de San Luis, son los más vulnerables. Este proceso avanza y atenta contra las propiedades productivas de los terrenos. Los cultivos mueren y los campos se tiñen de blanco, pero hay estrategias para rescatarlos.

Por Juan Luna
| 05 de noviembre de 2017
Blancura. En octubre pasado en Villa Mercedes sedesarrolló el Congreso de la Red Argentinidad de Salinidad (RAS), para conocer sobre los fenómenos de salinización de los suelos y el impacto que producen en sus propiedades. Foto: Gentileza.

Bajo su particular cabellera en forma de taza, con unos ojos redondos bien abiertos y una sonrisa de oreja a oreja, el popular animador Carlitos Balá lanzaba el interrogante más esperado por su auditorio infantil: “¿Qué gusto tiene la sal?”. Esa pregunta hoy tiene su eco en estas páginas aunque la intención y el contexto, claro está, son totalmente distintos. La revista El Campo aprovechó que en octubre Villa Mercedes fue la sede del Congreso de la Red Argentinidad de Salinidad (RAS), para indagar sobre los fenómenos de salinización de los suelos y el impacto que producen en sus propiedades. ¿Qué es la salinidad? ¿Cómo afectan las sales a nuestras tierras? ¿Cómo se origina? ¿Qué “sabor” tiene para las pretensiones de un productor?

 

Es que el condimento blanco que usamos para sazonar los alimentos, casi infaltable en la mayoría de las mesas argentinas, es tan solo uno de los tipos de sales que pululan en formato comercial. El concepto amplio en realidad remite a una serie de compuestos químicos que existen en la propia fisiología del terreno y que, entre otras aptitudes, se caracterizan por disolverse cuando entran en contacto con el agua.

 

La salinidad es el fenómeno que se produce cuando hay demasiados de estos componentes en la tierra. Juan Cruz Colazo, uno de los especialistas  del INTA-Villa Mercedes, sostuvo que puede definirse como “el exceso de sales solubles en la solución del suelo”.

 

Ahora bien, ¿cuánto representa un exceso? Osvaldo Barbosa, docente de la Universidad Nacional de San Luis (UNSL), de la carrera de Ingeniería Agronómica, explicó que la salinidad se mide a través de un estudio de la conductividad eléctrica que transportan estos componentes. Cuando la carga supera el umbral del 15% comienza a considerarse demasiada y pone en riesgo al suelo de una serie de efectos colaterales como consecuencia de su pérdida de capacidad de absorción.

 

El profesor advirtió que pueden existir dos procesos diferentes de salinidad. Uno, el más común, es la salinización. “Cuando hay demasiadas sales, el vegetal no puede absorber el agua porque el suelo necesita hacer más succión y le quita el líquido a la planta. Ésta termina muriendo porque hay agua pero no está disponible para ella”, describió.

 

El otro gran proceso, y que reviste mayor gravedad aún, es la sodificación. Se produce cuando un gran porcentaje de las sales que están saturadas en el suelo son partículas de sodio. A diferencia de la salinización, genera un efecto indirecto sobre el vegetal porque lo que afecta es al propio suelo. “El terreno en sí se encuentra disperso, por eso ante la mínima presión de las gotas de lluvias se desarman los agregados superficiales y se encharca muy rápido. Se inundan fácilmente porque el agua no penetra, sino que se queda en la superficie. Ésta es una condición totalmente indeseable para los cultivos, porque tampoco tienen buena entrada de aire”, apuntó el especialista, que también ejerce como vicepresidente de la Asociación Argentina de Suelos.

 

 

La otra pregunta que asoma inmediatamente es por qué se generan estos excesos. Es que las sales son parte natural del terreno. En su fisiología y en su propio proceso de formación, están presentes en las partículas de la tierra o en las napas freáticas, que es aquella humedad que existe en las capas subterráneas. La sobreabundancia puede producirse también de forma natural o como consecuencia de la intervención del hombre.

 

En períodos de sequía, la escasez de lluvias no permite que las sales que comienzan a subir a la superficie sean “lavadas” por el agua que cae. "Esto es lo que sucede en el noroeste de la provincia, en donde las precipitaciones son inferiores a los 300 milímetros por año y las lluvias no son suficientes para lavar las sales presentes en el suelo”, ejemplificó Colazo.

 

Es por eso que estos fenómenos son más habituales en los climas áridos y semiáridos, como el que tiene la Provincia de San Luis. Sin embargo, en los últimos años han comenzado a expandirse con más fuerza también en regiones con climas húmedos, como el litoral. El uso de prácticas no sustentables en el manejo de los territorios y su vegetación, como “la aplicación de agua de riego con sales” o “la reducción de la cobertura vegetal”, puede inducir a que se eleven las napas freáticas con altos contenidos de sales, indicó el especialista del INTA.

 

De todas formas, la salinización no es una novedad. Forman parte de procesos históricos registrados hace cientos de años en diferentes partes del mundo. Sólo que en los últimos años se han potenciado, en gran medida a causa de la desforestación, la quita de pastizales naturales, la expansión de las fronteras agrícolas sobre suelos frágiles y de escaso desarrollo, y por un contexto climático sumamente cambiante.

 

En San Luis, provincia signada por un clima semiárido, el problema está más vigente que nunca. Repartidos por diferentes puntos de la geografía puntana, hay terrenos salinos, otros que son sódicos, y otros que padecen ambos males incluso en el mismo lote.

 

Algo de eso es lo que sucede en la Cuenca del Morro, la extensa región dentro del Departamento Pedernera lastimada por la aparición de nuevos cauces de agua y el castigo de la erosión hídrica y eólica. “Con el problema del río Nuevo, las aguas freáticas están ascendiendo y existe la posibilidad de que lleguen a la superficie, especialmente cuando los suelos están desnudos. Por eso cuando hay vegetación se aconseja no sacarla, porque si la sacamos, las sales tienen más libertad para subir”, recomendó Barbosa.

 

De hecho, los estudios que han realizado en el agua de este nuevo cauce y los brazos que se desprenden de él, determinaron que contienen un altísimo contenido salino, justamente porque proviene de las napas, que lo vuelve inadecuado para el consumo humano y para el riego.

 

Con ello, los rastros blancos en la tierra se han vuelto parte común del paisaje y no es extraño ver, en Villa Mercedes y sus alrededores, las banquinas de las rutas y los campos teñidos por algo que parece ser nieve, pero que no lo es.

 

Barbosa contó que, de manera independiente, ha realizado análisis en la zona del arroyo La Salada que han arrojado resultados asombrosos: por cada litro de agua detectó hasta 90 gramos de sal, un valor equivalente a tres  veces la cantidad que hay en el mar.

 

 

Un fenómeno mundial

 

Pero San Luis no es el único lugar que padece por el avance de la salinización hacia el terreno productivo. Se trata en realidad de un fenómeno mundial que aqueja a una buena parte de los suelos del globo terráqueo.

 

José Álvarez Rogel es un biólogo español que el mes pasado llegó hasta Villa Mercedes para disertar en las jornadas que organizó la Red Argentina de Salinidad y a dictar un curso de posgrado para los profesionales de la ciudad. En diálogo con la revista El Campo, sostuvo que existen unas 450 millones de hectáreas a nivel mundial que están lastimadas por la abundancia de sal. “En el Mediterráneo hay muchos suelos dañados, en el Oriente también, en California, en Sudamérica en lugares como Chile y Argentina, en África. Es un fenómeno universal y preocupante”, sentenció.

 

Álvarez Rogel es doctor en biología y profesor en la Universidad Politécnica de Cartagena. Sus estudios se centran principalmente en el sudeste de España, zona que habita y que define como una región "muy árida". Y estableció una comparación entre su ciudad, Murcia, y San Luis. “Aunque las condiciones climáticas son muy diferentes (allá tenemos veranos muy áridos, con la lluvia concentrada en el otoño, al revés que aquí, al final es un agua subterránea salina que en algunas zonas deprimidas aflora, saliniza todo el suelo y hace que el cultivo o la vegetación esté condicionada. Hay puntos en común”, analizó.

 

No fue primera vez que el investigador visitaba la Provincia de San Luis, a raíz de una amistad y colaboración con los estudiosos mercedinos ha participado de diferentes seminarios y congresos relacionados a este tema. Desde esa experiencia personal, contó que notó en la localidad, al igual que en España, un incremento notable de la salinización en los últimos veinte años, en coincidencia con la expansión de las fronteras agrícolas.

 

El contexto de cambio climático es un combustible que alimenta aún más la irrupción de estos fenómenos. "Hay más irregularidad en los períodos de lluvia y sequía, y en las zonas áridas se prevé que haya una mayor duración de estos períodos secos. Por eso, está previstos que aumenten las áreas salinas", alertó.

 

 

 

Una luz de esperanza

 

La salinización de los suelos no es sólo un problema de fondo que cambia el color del paisaje. Tiene consecuencias ambientales y económicas directas, principalmente para los productores, que ven comprometidas grandes superficies que destinaban a cultivos o a la producción.

 

Pero existen estrategias para recuperar algunas de las propiedades de los terrenos afectados. Colazo sostuvo que las técnicas varían según la escala de aplicación. “A nivel de planta, el mejoramiento genético y el estudio de la fisiología vegetal permiten la obtención de ejemplares adaptados a condiciones de salinidad. En los lotes, el manejo de la cobertura vegetal es importante para disminuir la evaporación y, por lo tanto, el ascenso de las sales desde la napa freática”, explicó. Mientras que en las cuencas aconsejó la utilización de pasturas perennes y vegetación natural como "una herramienta para consumir el exceso de agua y mantener las sales por debajo de una profundidad que no afecten el crecimiento de los cultivos”.

 

Barbosa coincidió en el diagnóstico y agregó que existen ciertas especies de pastizales forrajeros que se adaptan a los suelos, que cargan con un alto contendido de sales. “El Agropiro en toda esta zona se está aguantando un nivel de sal bastante interesante”, resaltó.

 

Esta pastura tiene una gran capacidad para rehabilitar suelos marginales y mejorar su capacidad productiva. Con una elevada producción de forraje, se vuelve una alternativa más que interesante para aprovechar los terrenos que están vedados a los cultivos, para darles un uso ganadero. Porque además tiene un buen valor nutritivo, con buena producción de materia seca, resiste pastoreos intensos y conserva su calidad durante el verano.

 

La utilización de arbustos nativos del género Atriplex es otro interesante recurso forrajero, porque muestran un contenido estable de materia orgánica y proteínas durante todo el año.

 

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