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World Pride 2017: orgullo y prejuicio

Madrid se convirtió por diez días en la capital mundial de la tolerancia, el respeto y el amor. Una periodista de “Cooltura” estuvo en la World Pride 2017 y cuenta cómo toda una ciudad quedó envuelta en la bandera multicolor de la diversidad.

Por redacción
| 24 de julio de 2017

Mucho de orgullo, nada de prejuicio. La World Pride 2017 le dio una cachetada al título de la novela de Jane Austen: los más de dos millones de personas que llegaron a Madrid para participar de la fiesta estuvieron orgullosos de ser lo que son. Y la mayoría de los madrileños que los acogieron durante los diez días del encuentro no tuvieron prejuicios, se integraron a su fiesta y convivieron en armonía.

 

Puerta del Sol, Cibeles, Plaza España, la Puerta del Alcalá y Gran Vía vistieron sus fachadas tradicionales con el arcoíris de seis colores de la bandera del colectivo LGTB.

 

Francisco Franco, el dictador que castigó la homosexualidad con tres años de cárcel, debió revolverse (bien revuelto) en su tumba ante esa postal que no supo de horarios, idiomas y, sobre todo, de sexos.

 

El país celebró este año orgulloso, si vale el juego de palabras, el 40 aniversario de su primera manifestación LGBT. Se había hecho en Barcelona en 1977 y marcó el comienzo del movimiento de gais, lesbianas, transexuales y bisexuales en una España que estaba inmersa en la transición hacia la democracia plena, tras cuarenta años de dictadura. Esa madurez le permitió a Madrid vivir los diez días de la World Pride con tolerancia y alegría.

 

Así como los edificios públicos portaron grandes banderas de la comunidad, los comercios pequeños y las grandes cadenas también se tiñeron de rojo, naranja, amarillo, verde, azul y violeta. Pero el multicolor se repitió en otras telas: en los tiradores de los mozos del bar “La bohemia”, en un gigante telón a la entrada del coqueto Mercado San Antón, en una bandera en la Plaza Mayor que prometía “Ames a quien ames, Madrid te quiere” y en miles de banderas que, a seis euros, se conseguían por doquier.

 

Chueca fue un mundo aparte, o no, fue el centro del mundo. El barrio que es núcleo del colectivo LGTB de Madrid, pero además símbolo de vanguardia y tolerancia, extendió sus fronteras. La plaza donde desemboca el metro estuvo permanentemente copada.

 

Sin posibilidades para sentarse a la mesa de algunos de los barcitos, cualquier rincón en el piso era válido. Las banderas arcoíris a veces oficiaban de mantel, otras veces de abrigo al caer la noche.

 

Cerca de ahí, también en Chueca, la plaza Pedro Zerolo fue hasta el año pasado la plaza Vázquez de Mella. Zerolo fue un dirigente político que llegó a ser concejal del Ayuntamiento madrileño y unos de los principales activistas de la comunidad LGTB. En ese lugar, el Día Internacional del Orgullo se realizó un concierto gratuito multitudinario.

 

“Levante la mano el que sea heterosexual”, dijo el animador y casi la mitad de los presentes alzó la suya. Ésa fue una demostración que la fiesta que Madrid vivía no era privativa de algunos, era de todos. Quizás por eso alguno dijo con una gran sonrisa: “O te unes o lo soportas”, mientras caminaba bailando por Fuencarral.

 

La Policía de Madrid tuvo una Unidad de Gestión de la Diversidad con trafics apostadas en centros clave, los efectivos se tomaron selfies con los turistas y hubo puestos de atención médica dispersos por toda la ciudad. Refugiados del colectivo LGTB también estuvieron identificados con carteles mientras, desde lo alto, el reloj del edificio de Telefónica en la inmensa Gran Vía cortada vigilaba el hormigueo de peatones.

 

El Día Mundial del Orgullo, Madrid le pidió prestado el nombre de “Ciudad del amor” a París y su alcaldesa Anne Hildago se lo concedió. Y aunque muchas imágenes de las que trascendieron hayan mostrado cuero, purpurina, lenguas y redes, esas escenas no fueron las constantes. Sí fueron habituales las manos entrelazadas, abrazos, miradas cruzadas y cientos, miles, de sonrisas cómplices, risas de liberación.

 

“Esta ciudad ya de por sí es acogedora”, sentenció un taxista que reconoció lo bien que le fue con la fiesta, igual que el sex shop sobre Calle de la Montera a pasos de Jardines. Las lumis de Montera, siempre bien habladas por Pérez Reverte, también oficiaron de guías en un encuentro que las incluyó.

 

Durante 2016, noventa y nueve personas fueron detenidas en España por homofobia, una cifra que llevó a Paco Clavel, un artista referente de la lucha homosexual en el país, a decir que “no todo se ha logrado”. Y a otros a pedir “superar todos los armarios”.

 

En la marcha que coronó la World Pride, y que se extendió por siete horas, estuvieron también los políticos (¿coincidencia heredada?).

 

Pablo Iglesias, de la izquierda Podemos, estuvo muy cerca de Javier Maroto, del conservador Partido Popular, en un afán por mostrar unidad en una columna que tras sí incluía 52 carrozas.

 

Después de la caravana quedaron 490 toneladas de basura, un operativo que involucró a más 3.500 efectivos policiales y calles cortadas que fueron liberándose paulatinamente. “Se ha movido muchísima pasta (dinero) y estos encuentros nos ayudan a respetarnos todos”, acotó el mismo verborrágico taxista.

 

En setenta y siete países la homosexualidad está castigada penalmente y el treinta por ciento de los trabajadores del colectivo LGTB denuncia recibir discriminación. Esas cifras son las que animan al público a pensar en la World Pride 2018. El lugar, Nueva York.

 

En los parlantes, y en los oídos, suena una, y otra, y otra vez, “A quién le importa”, el himno autoimpuesto de la fiesta. Sí, la fiesta. De respeto, de orden, de tolerancia. El mundo está cambiando y, a veces, eso es bueno.

 

 

Por Paola Duhalde 

 

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