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Una mujer admirable

Salió de Quines. Fue maestra, médica psiquiatra y legista, la primera forense que tuvo el país. Se especializó en EE.UU. Fundó las escuelas diferenciales en argentina.

Por Gustavo Luna
| 28 de agosto de 2017
Fotos: Marcelo García (lahistoriadequines.blogspot.com)

Ella quería más. No le alcanzó con ser maestra en tiempos en que el hecho de que una chica tuviera una profesión era ya suficiente desafío a los dictados patriarcales, que restringían el rol de la mujer a ser ama de casa, madre, sumisa esposa. Quiso ser médica. No le fue fácil. Tuvo que sortear la distancia entre Quines, un apartado pueblo de provincia, y la enigmática Buenos Aires, desde donde sus amigas Berta Elena Vidal y Delfina Domínguez Varela estimulaban sus ganas de volar hacia otros horizontes. Pero, sobre todo, tuvo que enfrentar la oposición de su padre, don Teodosio Tobar, que le señalaba a dos o tres jóvenes de la región, hijos de estancieros, que seguramente la pretendían. Con dar clases en una escuela de la zona y volver a casa todos los días, para ocuparse de sus funciones de  madre y esposa, ya podía darse por satisfecha.

 

Pero María Carolina Tobar García no se daba por satisfecha. Emigró, se recibió de médica legista, hizo un posgrado en los Estados Unidos y fue la primera médica forense que tuvo el país. Se especializó en la atención a chicos con discapacidades y fue la fundadora de las escuelas de educación especial en la Argentina. Demasiado para una pueblerina a la que el mandato machista pretendía imponerle la sumisión.

 

En setiembre se cumplirá un siglo desde que Carolina, con 19 años, inició su carrera docente en una escuelita rural de Potrerillos, en el Departamento San Martín. Hacía apenas cinco años que en la Argentina regía el voto “universal”, secreto y obligatorio. Era secreto y obligatorio, pero no era universal: las mujeres no tenían ese derecho. Mucho menos, a ser candidatas.Otro dato de contexto para comprender la admirable determinación de esa joven provinciana de rebelarse contra la resignación. María Carolina nació el 10 de noviembre de 1898, en la casa de un campo de ochocientas hectáreas que su padre acababa de comprar a cuatro kilómetros al este de Quines, que luego sería denominado “Puesto Tobar”. Para ello había vendido su campo y su almacén de ramos generales en El Talita, del Departamento Junín, a quince kilómetros de Quines.

 

Antes de que Carolina cumpliera 5 años, don Teodosio compró otra casa, en el centro del pueblo, sobre la actual calle Sarmiento, a una cuadra y media de la actual plaza céntrica, alguna vez llamada San  José y ahora denominada Juan Crisóstomo Lafinur.

 

Del amasijo que su madre y dos criadas preparaban para hacer el pan y los fideos, en su casa de Quines, doña Raimunda García solía sacar trocitos que le daba a su hija para que modelara a su gusto, como un juego. Un día se le ocurrió enseñarle a formar letras con la masa. Las hornearon y después le enseñó a nombrarlas.“Así comprobó la buena memoria de Carolina”, cuenta Delia Fontán Fernández, biógrafa de la admirable doctora sanluiseña. Luego vinieron las sílabas, palabras, números, cuerpos geométricos.

 

Terminada la primaria, Carolina concibió el sueño de ser maestra. Pero su padre se oponía. Gracias a la intercesión de la madre, que le recordaba a su esposo que una cuñada de ella era ama de casa, buena esposa y a la vez docente en Villa Mercedes, por fin Teodosio accedió a darle el permiso. La futura médica llegó a esa ciudad en febrero de 1913, para estudiar en la Escuela Normal.

 

Hasta San Luis viajó en una diligencia. En ese viaje iniciático, al pasar por la capital, conoció a quien sería una de sus amigas  más cercanas, Berta Vidal, futura maestra, profesora de Letras, doctora en filosofía y letras, una reconocida investigadora del folclore, los mitos y las leyendas del país. De San Luis a Villa Mercedes viajaron en el ferrocarril Pacífico.

 

“Levántate, mujer”

 

Tobar García tenía 18 años cuando se recibió de maestra. Volvió a Quines y un año después estaba al frente de la escuelita de Potretrillos. No tardó en comprender que eso no le bastaba. Y en saber que, otra vez, debería enfrentar la oposición paterna. Era cuestión de esperar a cumplir la mayoría de  edad, para poder emanciparse.

 

En la soledad de Potrerillos, acicateada por las cartas de sus amigas, que ya se habían instalado en Buenos Aires, a María Carolina el alma se le iba lejos. Admiraba, como Berta Elena Vidal, a Amado Nervo, que acababa de morir en Montevideo. Cuando su amiga le  contó que enviaría una poesía sobre el poeta mexicano a la revista “Guido y Spano”, que un grupo de intelectuales acababa de lanzar en San Luis, y la invitó a enviar una suya, la maestra rural optó por una prosa: “Levántate, mujer”, todo un  manifiesto.

 

“-¿Qué haces, peregrina? ¿Por qué te detienes ante el triunfo de la muerte?... La juventud canta y ríe como el ave trina y vuela... ¡La juventud es orgía y acción, aurora, sangre joven y bullente, sol que nace!... y tú eres joven; eres una peregrina de la senda infinita del amor; ama y goza, peregrina!

 

“¡Vuela mariposa azul, hacia la luz, el fuego, el sol, y quémate las alas de ensueño! La vida es esto: un minuto de alegría, y el holocausto definitivo.

 

¡Vete hacia la vorágine! que canta, que arrulla, que deleita y que sepulta, y húndete en el placer, en la delicia inefable, es decir, vive la vida ciega y bellamente...”, proclama en un tramo. María Carolina se designa peregrina. Y habla de la sangre que bulle. No podía demorarse más entre esos cerros. Lo dice en un cuaderno donde, a modo de diario íntimo, hacía anotaciones personales: “No puedo quedarme más tiempo aquí. Me voy a Buenos Aires para estudiar”.

 

El 19 de junio de 1920, dos años y nueve meses después de su debut como maestra rural, le aceptaron la renuncia.

 

El padre puso otra vez el grito en el cielo. Nuevamente su hija desafiaba su voluntad. A su madre confidente, María Carolina le contó que quería buscar en la medicina las respuestas a la fragilidad de salud de los chicos de las sierras, una zona donde había mucha difteria, tuberculosis y sífilis, sostiene Fontán Fernández.

 

Tobar García quería seguir los pasos de Cecilia Grierson, la primera médica de Argentina, recibida en 1889, y de María Julia Becker, la primera médica puntana, diplomada en 1906. Becker era nativa de la localidad de Los Corrales, la actual Leandro Alem, acota el historiador quinense Manuel Ybáñez. .

 

Su madre la entendió y le prometió interceder ante su padre. Pese a su determinación de estudiar Medicina, María Carolina aceptó aun un nuevo cargo de maestra, esta vez en Salado de Amaya, a un kilómetro de Villa de Praga, en el Departamento San Martín. Hasta el 16 de noviembre de 1920, cuando terminó su suplencia y cerró su ciclo de maestra rural. Retomó su labor docente en 1921, a poco de instalarse en Buenos Aires, donde trabajó en el colegio privado Ward. Enseñó Historia, Anatomía y Psicología.

 

Elogio de la persistencia

 

El sueldo no le alcanzaba para pagar la matrícula de la Facultad de Medicina, así que en marzo de 1922 debió presentar un certificado de la Policía que dejaba constancia de que carecía de recursos, para que la eximieran de abonarla. Sus pesares se acentuaban por sus problemas de salud. Sufrió para recibirse de doctora en Medicina, en diciembre de 1929.

 

Entre 1931 y 1932, becada, viajó a Estados Unidos a estudiar psiquiatría infantil en la Universidad de Columbia y en otras dos instituciones. Volcó esos conocimientos en su libro "Educación de los Deficientes Mentales en los Estados Unidos. Necesidad de su implantación en la Argentina".

 

Introdujo en el país los estudios del psicólogo y biólogo suizo Jean Piaget, fundamentales para conocer el desarrollo evolutivo de los niños.

 

En 1933 logró que la autorizaran a formar un grado diferencial en una escuela de Buenos Aires. Dos años más tarde participó en San Luis en el Primer Congreso Nacional de Educadores.

 

Diez años después de graduarse en Medicina obtuvo la especialización como psiquiatra y comenzó la de legista, que obtuvo en 1941. Al año siguiente vio realizado uno de sus anhelos. Como fruto de su tesón y sus campañas a favor de especializar la educación de chicos con capacidades diferentes, se inauguró en la ciudad de  Buenos Aires la primera Escuela Primaria de Adaptación" del país. Por supuesto, la doctora Tobar García fue su directora. En poco tiempo se crearon otras tres.

 

En 1956, con 58 años, la denodada mujer que había salido de Quines a buscar otros horizontes se convirtió en la primera médica forense de la Argentina.

 

María Carolina Tobar García nunca se casó ni tuvo hijos. Su biógrafa cuenta que mientras cursaba medicina, un compañero de estudios que se había enamorado de ella le propuso noviazgo y matrimonio. La propuesta incluía que ella, frágil de salud, dejara de estudiar y sólo trabajara como docente, hasta que él se recibiera. Entonces, ya no haría falta que ella siguiera trabajando y podía dedicarse a ser ama de casa y esposa. La joven no pudo evitar acordarse de su padre. Y la respuesta fue obvia.

 

Años atrás, por iniciativa de legisladores puntanos, el Congreso de la Nación hizo un reconocimiento a destacadas mujeres de San Luis. Entre ellas, la maestra, médica, psiquiatra, forense y fundadora de las escuelas diferenciales de la Argentina.

 

Sus familiares, algunos de Quines y otros que viven en Buenos Aires, sabían que María Carolina Tobar García “había sido una eminencia”, pero no tenían demasiadas referencias de cuáles habían sido sus aportes a la ciencia en Argentina, le contó a Cooltura un sobrino nieto suyo, Guillermo  Tobar, hijo de Enrique Tobar, sobrino de la médica y docente que murió el 5 de octubre de 1963, en Buenos Aires. Enrique era hijo de Teodoso, hermano de Carolina.

 

“Gracias a ese homenaje, esa recordación, supimos lo importante que había sido”, dijo Guillermo Tobar.

 

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