Risas, amistad, romanos y unos simpáticos galos

“Estamos en el año 50 antes de Jesucristo. Toda la Galia está ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste todavía y siempre al invasor”. Así comienza. La historia de la humanidad puede ser revisada con un poco de sugerencias y algo de actitud. Eso proponen los dos galos Astérix y Obélix, dos amigos disfuncionales que ante todo le plantan bandera a la expansión del Imperio Romano, con la figura de Julio César en su techo político.

La trama de Goscinny y Uderzo es una perfecta apología de la amistad. Astérix es una persona inteligente, prudente, responsable y siempre antepone la astucia a la fuerza. Obélix es un tipo glotón y bruto, algo torpe y despistado, pero bonachón y amoroso. Ambos son bastante cabezones y a veces discuten airadamente durante sus aventuras. A pesar de todo, acercan sus posturas, fundiéndose en un abrazo para pasar página y seguir adelante juntos.

Al igual que los clásicos de la literatura, como por ejemplo Don Quijote y Sancho Panza, uno depende del otro, se potencian, se buscan y se extrañan. Estos son como mellizos separados al nacer, y siempre la prioridad es estar atento a lo que le sucede al otro. En sus aventuras siempre parten hacia el mundo romano (Helvecia, Bretaña, Hispania, Bélgica e incluso el Egipto de Cleopatra) y más allá, como cuando viajan a la India, llegan a América o encuentran la mítica Atlántida.

La pareja de galos siempre sale victoriosa y vuelve a su aldea, donde son recibidos como héroes y celebrando un banquete junto a todos los habitantes (exceptuando, claro está, al bardo Asurancetúrix que es un muy mal cantante).

La historia es reversionada a partir de las conquistas de Julio César y sus antecesores. La pax romana se impone en todo el territorio excepto en una pequeña aldea de Armórica, en el noroeste de la Galia. La aldea está situada a las orillas del océano y rodeada por cuatro campamentos romanos.

Con maestría, por lo general en 48 páginas, los galos se mofan de los conquistadores a quienes les plantan cara cada dos por tres y truncan sus misiones. Con humor para niños y guiños para grandes, los autores franceses insertan el sentido de amistad, de pelea por la libertad y la unión del pueblo. Porque las costumbres galas son mejores que las de afuera.