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"Susana me abrazó, me agradeció y me dijo que me debía la vida"

Daniel Palacio es el vecino que salvó a la mujer que fue golpeada y tirada a un canal por su ex pareja.

Por redacción
| 08 de enero de 2018
Solidarios. Pablo (izq.) y su papá, Daniel. Atrás, el sitio del rescate. Foto: Daniel Páez Oros.

Eran las 7:30 del lunes 1º de enero. Domingo Daniel Palacio se levantó al baño. A esa hora, todos descansaban en su casa, en el barrio Belgrano de Quines. Cuando el bullicio y el movimiento propio de los festejos para recibir el nuevo año quedaron atrás, el pueblo quedó dormido, sigiloso. Pero un gemido, que provenía del exterior, contrastó con el silencio reinante afuera. Daniel agudizó el oído y salió, para saber de dónde venía. Frente a su domicilio pasa un canal. Cruzó la calle y divisó, unos 80 metros hacia el norte, unos bultos que sobresalían en el agua. Vio, inmediatamente después, una redondez que emergía. Era una cabeza. Fue recién ahí que comprendió que era una persona, y que lo que había distinguido antes eran las rodillas y el pecho de un ser humano. “Me volví a mi casa. Desperté a Pablo, mi hijo de 15 años, y agarré la moto. Él subió atrás, y yo manejé a toda velocidad”, recordó. Gracias a esa presta acción, padre e hijo le ganaron la pulseada al agua y lograron rescatar a Susana Quiroga, la mujer que fue golpeada y arrojada al canal por su pareja, el policía José Jiménez, hoy detenido por intento de homicidio.

 

Palacio lleva a Quines en su ADN. Él nació allí hace 46 años. Su familia es de la localidad situada a 150 kilómetros de la Capital. El hombre se dedica, como mucha gente de la zona, a la cría de animales. Tiene cuatro chicos: tres mujeres, de 18, 17 y 11 años, y Pablo. Esa mañana, en su casa estaban su madre y sus tres hijos menores. La mayor se había quedado a dormir en lo de una amiga.

 

Los Palacio viven en 17 de Agosto sin número. El canal está al frente, a unos 8 o 10 metros de su propiedad. “Es de riego, y lleva agua para la zona de San Miguel. El destino es Candelaria, que está a 20 kilómetros. En ese sector, debe tener tres metros y medio de ancho y un metro cuarenta de profundidad. Está revestido. Siempre tiene un caudal promedio, que aumenta cuando llueve. Y esa noche había llovido bastante. Pero el agua estaba transparente, clarita. Llevaba un 60 por ciento de la capacidad total”, estimó el vecino.
El quejido que escuchó fue lo suficientemente intenso como para que Daniel alcanzara a percibirlo. Hoy, a la distancia, cree que el destino movió los hilos para que él se levantara a esa hora, lo oyera e improvisara junto su hijo el rescate, que resultó exitoso. 

 

Todo tuvo la marca de la fortuna. De no haber sido por los Palacio, quizás Susana no estaría viva. El agua se la llevaba, estaba muy golpeada, con los reflejos y la lucidez muy disminuidos. Sufrió, además, un cuadro de hipotermia. O tal vez hubiera sido más dificultoso ubicarla, ya que se distanciaba cada vez más del pueblo.  

 

En esa fracción de minuto que transcurrió entre que vio los bultos y la cabeza y se dio cuenta de que en el agua había una persona, el cuerpo se alejó rápidamente. “Ya estaba como a 100 metros de mi domicilio”, contó Daniel. 

 

“Entré a trote a mi casa. Zamarreé a mi hijo Pablo, que estaba durmiendo, y le dije que había una persona que se ahogaba. Tengo una moto debajo de una planta, una moto chiquita –describió–. A la segunda patada, arrancó. Mi hijo subió atrás, y yo adelante. Salí con todo en dirección a donde ella estaba, es decir, hacia el norte”. 

 

En esa zona, la vera del canal está regada de pastizales, de los cuales, los más bajos, “miden por lo menos ochenta centímetros”, calculó. Por eso, desde la calle, el canal no se ve. “Iba quemando la moto, a gran velocidad. Me fui directamente a un puente, que permite que la calle cruce hacia el otro lado del canal, de derecha a izquierda. Está a unos 100 metros de un salto, que ella pasó”, arrastrada por la corriente, continuó. 

 

Desde ese punto más elevado pudo ver a la mujer. “Iba flotando, mirando hacia arriba, con la cabeza hacia el norte, en la misma dirección que circula el agua. Me dio una gran desesperación”, confesó el valiente vecino. “Bajé el puente, le bajé un cambio a la moto y la tiré, como cuando uno larga una bicicleta al piso. Bajé a gran carrera y me tiré al agua, adelante de ella, como a un metro. Lo primero que hice fue meter los brazos por debajo de los brazos de ella, y levantarle la cabeza”, evocó. 

 

El agua no le hacía fácil la tarea. “Me llegaba a la cintura, y me llevaba junto con la señora. No podía hacer pie. Todo se me dificultaba”, contó. 

 

Mientras, Pablo estaba a la orilla del canal. “Le dije a mi hijo que tratara de agarrarla de los brazos y la levantara. Pero al ser de contextura chica –él es muy delgadito–, me dijo que no podía. Subí a la parte de arriba del canal, para que él la agarrara de las piernas. La tomé de abajo de los brazos y se los crucé sobre el abdomen. Haciendo una gran fuerza logré sacarla y acostarla en los yuyos”, narró. 

 

La mujer tosía mucho, producto del agua que había ingerido. Daniel le ordenó a su hijo que no se moviera del lado de ella. Tomó la moto, llegó a su casa, la dejó y sacó su automóvil. Regresó lo más rápido que pudo, y lo acercó a la mujer tanto como le fue posible. “Ella decía unas palabras. Estaba perdida. Divagaba. Me pasaban un montón de cosas por la cabeza. Le pregunté su nombre, cuál era su apellido”, dijo. 

 

En ese momento, no la reconoció. Tenía la piel azulada. La ropa, la piel y los cabellos embarrados y con yuyos. Presentaba un corte en el labio superior, raspones en las piernas, moretones. “Después, cuando me dijo que era Quiroga, de la familia que vive frente al correo, me di cuenta de quién era. Quines es un pueblo chico, todos nos conocemos”, explicó Daniel. 

 

Tuvo que hablarle para convencerla de que era indispensable que subiera al vehículo, porque tenía que verla un médico. Estaba herida, helada, casi había muerto ahogada. “Me pidió que no fuera a la Policía y que tampoco la llevara al hospital. Quiso que la dejara en la casa de su padre. Con tal que subiera al auto, para sacarla de ahí, le prometí que sí”, relató. La ayudaron a incorporarse y sentarse en el asiento del acompañante. 
Al llegar al domicilio, Daniel golpeó las palmas. Salió una mujer. “Ella no quería que nadie la viera. Por eso había subido todo el vidrio. Justo mi auto tiene vidrios polarizados. Recién cuando se asomó esta conocida lo bajó. La mujer le grito ‘Susana’, sorprendida de verla así. La ayudamos a bajar y ahí, desde la puerta, nos despedimos de ella. Me abrazó, me dio las gracias y me dijo que me debía la vida. No me lo olvido más”, recordó Daniel, emocionado. 

 

Haber estado en el momento y el lugar exacto para socorrer a Susana ha movilizado el recuerdo que guarda de un triste acontecimiento familiar. A Daniel se le murió ahogado un hijo, en el mismo canal en el que auxilió a Susana. Fue el 5 de agosto de 2005, cuando el niño tenía 17 meses. “Estábamos haciendo pan, y fue hacia el canal y se cayó. Fue un descuido, lo más trágico que me tocó en la vida. Ahora, con todo esto, se me remueve adentro eso…”, confesó. Hace 12 años, el agua le arrebató a su pequeño. Hoy, le dio una tregua, y trajo la posibilidad de que Susana empiece una nueva vida. 

 

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