14°SAN LUIS - Viernes 26 de Abril de 2024

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Un compadre con la pluma filosa

El amor, la tierra, el vino y los dolores de la gente de campo fueron algunos de los temas que el compositor mendocino nacido hace un siglo repitió en su extensa obra. También escribió (y mucho) sobre San Luis, una provincia por la que tenía un especial afecto.

Por Miguel Garro
| 29 de mayo de 2018

Hace cien años, el folclore y las letras de esta parte del mundo dieron los primeros gritos de un movimiento que si bien no alcanzó a ser una revolución cambió la forma de entender, describir y cantar un género y un país. No quiere decir eso que el folclore nacional haya empezado por entonces, pero tampoco puede ser casualidad que con unos pocos meses de diferencia hayan nacido Tránsito Cocomarola, la chilena Violeta Parra, Manuel Castilla, Antonio Esteban Agüero, Gustavo “Cuchi” Leguizamón y Félix Dardo Palorma, todos autores indispensables del cancionero nacional.

 

Entre todos ellos, la figura de Palorma fue, tal vez, la menos preciada por el gran público y –junto a la que de Agüero- la más cercana al sentir puntano. El excelente guitarrista nacido en La Paz (por entonces llama - do San José de Corocorto), a sólo una hora y media en auto desde San Luis, es uno de los poetas injustamente olvidados del folclore nacional, aunque en los últimos años su obra se ha ido acomodando sola al paladar de los espectadores.

 

Lo mucho y lindo que Félix escribió sobre San Luis tiene una explicación determinante, además de la cercanía geográfica: su madre, Emilia Palorma, era una puntana de nacimiento que se fue a vivir a La Paz. Desde allí trajo muchas veces al pequeño a San Luis, por diversos motivos. Uno de los más repetidos era la visita a una curandera de Villa Mercedes, que vivía cerca de la Calle Angosta y que sometía a sus maravillosos remiendos caseros al nene cuando enfermaba. De esos viajes en tren, cuando el poeta era un niño, surgió “Glosario de Calle Angosta”, una cueca en la que el mendocino describe todos los personajes de la calle de una vereda sola.

 

A cien años de su nacimiento (se cumplieron el 23 de este mes), Palorma sigue siendo un poeta incomprendido para un gran sector del público folclórico. Sus discos son muy difíciles de conseguir, aunque en YouTube hay algo de material suelto. El contenido de sus canciones no puede más que despertar sorpresa y admiración en quien lo descubre. El vocabulario utilizado, más cercano a un poeta del Siglo de Oro español que alguien nacido al pie de la cordillera, pudo actuar como elemento distanciador.

 

Tampoco es fácil encontrar una foto de Palorma que no sea las que quedaron para siempre en la memoria de sus seguidores. Algunas de las que ilustran esta nota fueron gentilmente cedidas por su familia, bajo el estricto pedido de discreción en su reparto. En todas se ve un hombre de sonrisa gardeliana, pelo encrespado y eterno buen porte.

 

Dice su único hijo, Dardo, de 54 años, que lo primero que tiene que rescatar de la personalidad de su padre es la profunda humildad y la simpleza con la que se manejó a lo largo de su vida. “Mi padre –dijo en una larga charla que tuvo con “Cooltura”- era muy respetuoso de las personas humildes, de las personas que no tuvieron posibilidades de estudio. Y tenía como modo de vida el hecho de enaltecer la familia”.

 

El trajinar de Palorma transcurrió en muchas provincias, pero su amor tuvo una sola región: Cuyo. Se casó con Italia Duscio, también paceña, aunque alguna bibliografía se empeña en mencionarla como catamarqueña. Con ella y con Dardo, el autor de “Póngale por las hileras” vivió en Buenos Aires, Córdoba, Tucumán, Jujuy y La Pampa, hasta que en los últimos años, tal como el autor lo expresó en “Llegando a Cuyo” (donde bautiza a San Luis como “la puerta de Cuyo”) se instaló definitivamente en Mendoza.

 

El único heredero de la obra de Félix es Dardo, quien conserva partituras originales, algunos casetes, las últimas dos guitarras, pero poco del talento que tenía el músico. “Mi padre decía que yo tengo la sagrada condena de no seguir sus pasos. Me pidió en muchas ocasiones que no me dedicara a la música, tal vez porque vivió en carne propia las grandes luchas del ambiente”, sostuvo su hijo. Sin embargo, el único heredero estudió en la Escuela Superior de Música de Mendoza y ahora se considera “un modesto compositor”.

 

Su relación con San Luis

 

A partir de escuchar los recuerdos de Emilia, su madre, Palorma construyó un vínculo muy estrecho con San Luis, una provincia que mencionó en muchas de sus canciones y tuvo presente de manera constante. Dardo recordó la gran cantidad de amigos puntanos que su padre hizo a lo largo de su vida pero la memoria lo traicionó al momento de mencionar alguno.

 

Acaso el testimonio del investigador folclórico sanjuanino Andrés Hidalgo sirva para refrescar aquella época y mencionar una camada de músicos cuyanos que hicieron grande el movimiento. “Un día de 1985 –dijo Hidalgo a un sitio de internet especializado en el folclore nacional- me encontré con Palorma en San Luis, en una juntada donde estaban muchos de sus amigos”.

 

El testimonio indica que la acumulación de talento de esa noche convocó a “El Sapito” Mendoza, Ricardo “El Cascarudo” Domínguez Arancibia, Jorge “El Cholo” Torres, Raúl “El Sapo” Ávila, Julio “El Chivo” Montenegro, César Figueroa, “Lucho” Balmaceda y Ernesto “El Negro” Villavicencio.

 

Muchos de esos músicos están también en una foto que tomó “Pancho” Franco –villamercedino radicado en José C. Paz- a la que tituló, con tino, “Embotellamiento”. La imagen ilustra esta nota y se lo ve al “Sapo” Ávila risueño, a Palorma, de impecable camisa blanca tomándose el rostro, y a Villavicencio y Torres tocando la guitarra. “El Sapo” Mendoza, acaso con sus últimas fuerzas, está apoyado contra la pared. En la pequeña mesa ratona, tres botellas de vino claman, vacías, por piedad. Al igual que los vasos.

 

“San Luis es una provincia muy cara a la obra de mi padre, que fue un gran difusor de Cuyo en el exterior. El amor que tenía por San Luis era tal que la ponía en segundo lugar, después de Mendoza, lógicamente”, sostuvo el hijo.

 

“Cruzando el Desaguadero”, las mencionadas “Glosario de Calle Angosta” y “Llegando a Cuyo” (que contiene el inmortal fragmento que dice: “El Chorrillero y El Zonda, vientos cuyanos, son diferentes/ como es agosto y enero/uno frío, el otro caliente”) y, fundamentalmente, “A tu recuerdo, Alfonso”, escrita poco después de la muerte de Alfredo Alfonso, uno de los coautores de “Calle angosta”, son algunas de las composiciones que el autor hizo con la mente en la provincia.

 

Para Dardo, es probable que el amor inicial que su padre tenía por San Luis haya emanado de manera sanguínea por su madre, pero seguramente fue reforzado por medio de la calidez que los puntanos le dispensaron en sus muchas visitas. Curiosamente, el hijo de Palorma no viene a San Luis tan seguido como su padre o como quisiera. “En algún momento pasé por la zona de Merlo y me pareció maravilloso”.

 

La influencia musical de Palorma en los artistas de San Luis es inmensa. “Algarroba.com”, “La cautana”, “El trébol mercedino”, por nombrar sólo algunos de los grupos puntanos que lo reverencian, suelen incluir en su repertorio canciones del mendocino, apropiadas a su estilo. “Palorma es parte de nuestra raíz, de nuestra cultura. Es de donde tenemos que sustentarnos todos los que hacemos música cuyana”, dijo Julio Zalazar, cantante de Algarroba y participante del homenaje que el festival de Cosquín le hizo este año al mendocino.

 

Rodolfo Santamaría, guitarrista de “La Cautana” y nacido en La Paz como Palorma, tiene una opinión similar: “Con toda la trayectoria que tiene Palorma y lo bueno de su obra, creo que no es reconocido como debería. Incluso la gente no sabe que canciones muy difundidas, como ‘La llamadora’, que hace el ‘Dúo Coplanacu’, son de él. El público cree que ese tema es de los Coplanacu”. Desde chico, en La Paz, Rodolfo escuchaba a Félix, “por ósmosis”. “Nunca me obligaron pero estar en la movida folclórica de mi pueblo es conocer vida y obra de Palorma”, sostuvo el guitarrista que adaptó para su banda “Llegando a Cuyo”.

 

A Dardo, cualquier homenaje que se haga sobre su padre le parece un aporte para revalorizar sus canciones. “Yo no puedo hacer un juicio de valor sobre eso, no me corresponde. Tal vez, del que se hizo en Cosquín, yo hubiera querido otra cosa, otra visión, pero el hecho de rescatar la memoria y poner en valor las canciones de una persona que hizo mucho por el folclore cuyano es de por sí un acto para destacar”.

 

Los descendientes

 

Ahora Dardo vive en Mendoza con su esposa Roxana y sus seis hijos: los mellizos Micaela y Félix Dardo –los únicos nietos a los que el cantor alcanzó a conocer-, Florencia Emilia (bautizada así en honor a la madre del cantor), Tomás Alejo, Gonzalo Antón y Lucía Lourdes. Una de sus tareas principales es mantener visible y audible todo lo relacionado a Palorma. Asegura el heredero que para emprender esa titánica tarea y comprender las ausencias de reconocimientos se basa en el precepto que dice que nadie es profeta en su tierra. “Los organismos oficiales encargados de difundir a los autores locales no siempre están ocupados por personas con la plenitud de conocimientos sobre la tradición”, apreció, con elegancia, Dardo para decir lo que cualquier otro mortal mencionaría lisa y llanamente como ineptitud.

 

Un ejemplo de esa desidia es la demorada declaración como patrimonio cultural mendocino a la casa en la que la familia Palorma vivió en la calle Bajada de arrollado, en las afueras de la ciudad. “Allí vi muchas veces a mi padre vocalizando debajo del parral”, recordó Dardo, quien responsabiliza al letargo propio de los entes estatales de su provincia el retraso de la puesta en valor.

 

La casona de los Palorma es todo un templo para el folclore cuyano. Ocupa 400 metros y tiene muchos ambientes por donde Félix caminó, reflexionó y compuso buena parte de su repertorio de la última etapa. La idea de la familia es convertirlo en un museo que muestre todos los elementos que todavía permanecen allí, inmunes por ahora al paso amortajador del tiempo.

 

Al enorme patio lo rodean las habitaciones donde todavía hay algunos de los cuadernos pentagramados que Félix usaba para componer. Y los lápices Caran d`ache, que el músico compraba en Buenos Aires porque los consideraba los de mejor trazo para escribir sobre el pentagrama. “Todas esas cosas son joyas artesanales cuya exhibición serviría para difundir la figura de mi padre”, sentenció Palorma junior. Para Dardo es difícil determinar en cuál de las variantes de la música, su padre se destacó más. “Como guitarristas era maravilloso. Yo he escuchado a académicos de la guitarra que me decían que no podían seguirlo. Como poeta fue profundo y estableció una manera única de escribir en Cuyo. Y como cantor tenía una voz maravillosa”, sostuvo.

 

Esa conjunción hizo de Félix un cúmulo de talento que, cuando le dieron la oportunidad, se mostró a todo el mundo. En 1952, Jaques Tourneur estrenó “El camino del gaucho”, una película de la Fox que se convirtió en la fallida versión estadounidense del “Martín Fierro” y que tuvo música del mendocino. El folclorista llegó hasta allí luego de ganar un concurso del que participaron compositores de todo el mundo. La película se rodó en La Paz y en Uspallata y contó con la actuación de Gene Tierney y Rory Chalhuon, más una aparición en la primera escena del propio Palorma que compuso para el filme el malambo doble “Norte sur”, la zamba “La varguisa”, “La canción del borracho”, “Gaucho amigo” y la huella “La huella”. En otra escena, el mendocino aparece cantando y zapateando, en otra demostración de destreza. “Era un gran bailarín, también”, rememora Dardo.

 

Contrariamente a lo que mucha gente cree, no fue esa la única incursión del autor en el cine. En el mismo año del estreno de “El camino…”, Palorma apareció como cantante en “Facundo, el tigre de los llanos”, de Miguel Tato, con Francisco Martínez Allende y Miguel Bebán.

 

Otra oportunidad que Palorma tuvo de mostrarse al mundo (al menos con su obra) fue en abril de 1987, cuando Juan Pablo II llegó a Mendoza en medio de su gira por el país. Un coro esperó al Pontífice en el predio cercano al Prado de la Virgen, en Guaymallén, donde se realizaron los actos centrales, y entonó “Llegando a Cuyo”, una de las canciones en las que Palorma menciona a San Luis.

 

Ubicado en un lugar preferencial por parte de la organización, el compositor pasó uno de los momentos más plácidos de su vida al oír su composición al mismo tiempo que Juan Pablo II. La ferviente fe católica que profesaba Palorma –que se veía reflejada en su visión humanitaria de ayuda al prójimo- le regalaba sobre el final de su vida uno de sus instantes más regocijantes.

 

Varios años antes de su muerte, el guitarrista de estampa gardeliana ya mostraba una alarmante decrepitud física. Su esposa y su hijo pasaron noches de desvelo ante la posibilidad de que una mala noticia llegara al lecho donde Félix esperaba el llamado definitivo, el acorde final.

 

Una noche, Dardo se asomó a la habitación de su padre y no obtuvo la mirada cansada que siempre el autor le regalaba como bienvenida. Tampoco obtuvo respuesta a las preguntas de rigor. Cuando el hijo tocó la mano de su padre, curtida y callosa de años de apretar cuerdas, notó la ausencia de pulso. “Estaba escrito en algún lado que tenía que encontrarlo yo”, repite el hombre con la fortaleza que le da la distancia. Era el 18 de abril de 1994 y Palorma tenía 75 años.

 

Se fue en paz a La Paz. Por decisión de su hijo, los restos del cantor están en el cementerio del pueblo donde nació, en una tumba tan humilde y despojada como la vida llevó. Todos los 23 de mayo decenas de guitarreros se reúnen en el cementerio para entonar algunas canciones de Dardo, brindar con vino del bueno y celebrar el Día del compadre, única referencia oficial en memoria de Palorma, ya que la Legislatura mendocina estableció esa fecha en coincidencia con el nacimiento del tonadero. Parece poco en comparación con la inmensidad de obra que dejó.

 

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