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Fabricó su velero y se echó al mar, con su nieto como grumete

Salieron el 18 de enero de Buenos Aires y después de 22 días llegaron hasta Isla Grande, Brasil.

Por redacción
| 28 de junio de 2020
El estandarte de la aventura. Bruno, con la Bandera Argentina que tenía el barco y que su abuelo le regaló. Foto: Martín Gómez.

Bruno Di Gennaro, de 11 años, llegó a la redacción de El Diario de la República con una cajita de metal, la asentó en una mesa larga, la abrió con cuidado y sacó una Bandera Argentina. La guarda como recuerdo de los 22 días que navegó con su abuelo Gerardo Valarolo, en un velero que el hombre construyó.

 

“Para mi primer nieto y grumete, la primera bandera del Mestizo, gastada en 3.500 millas”, le escribió Gerardo a su nieto, en el paño que el chico guarda con tanto cariño. Mestizo mide 12 metros de largo por 4 de ancho, pesa 12 toneladas y es capaz de resistir 2 mil kilos de carga. Es el sueño que Gerardo hizo realidad a lo largo de cinco años de trabajo.

 

Todos los sábados que tenía libres, Bruno acompañó a su abuelo para seguir de cerca la construcción, hasta que finalmente un día estaba terminado. “Cuando lo vi estaba contento porque sabía que pudo concretar uno de sus sueños y saldríamos a navegar juntos”, dijo con una tímida sonrisa. Y recordó que al momento de comentarle la idea a su mamá, a ella al principio mucho no le gustó porque tenía miedo, pero al final lo dejó emprender la aventura. “Mi papá me dijo que sí desde el principio”, contó con picardía.

 

Felices. Bruno y su abuelo dejan plasmada una hermosa postal. Foto: gentileza.

 

La travesía comenzó el 18 de enero de este año. Dos días antes viajaron a Buenos Aires para dejar el papelerío en regla. “Me hizo lavar el barco a mí solo y él se encargó de ultimar detalles”, precisó alegre el puntano y manifestó que  a su lado estaba su abuela Liliana, a la que cada tanto se le caía un lagrimón.

 

Al mediodía ya estaba todo en condiciones para emprender viaje. Antes de salir de Puerto Madero se despidieron de toda la familia, que los siguió con la vista hasta que el velero desapareció.

 

“Pasamos por debajo del puente y nos sentimos chiquitos porque había mucha gente alrededor. Saludamos a todos y con mi abuelo nos reíamos. Estábamos contentos”, agregó. Dos amigos de Gerardo que son de Formosa se sumaron a la tripulación. 

 

Dos días después de la partida llegaron a La Paloma (Uruguay), donde anclaron y se quedaron siete días. Allí conocieron a dos noruegos con quienes compartieron charlas, recorrieron la ciudad y disfrutaron de la playa. 

 

Cuando retomaron camino para ir a Río Grande experimentaron el trayecto más complicado. “Nos agarró una gran tormenta. Las olas medían cerca de seis metros. Un poco me asusté, pero con mi abuelo me sentía seguro", manifestó Bruno cariñosamente. Y se acordó de una anécdota que vivió en medio del océano. “En la noche no se ve nada, la única iluminación que teníamos era la del barco y la luna, pero estábamos con mi abuelo en la proa y de repente vimos una luz gigante, creíamos que llegábamos a la costa, pero después vimos que un crucero nos pasó por el lado. Nos matamos de la risa”, relató.

 

Bruno ya tenía experiencia en navegar, pero nunca lo había hecho por tantos días. “Al principio no me descompuse, solo me mareé un poco, hasta que en un momento dije 'para qué me subí'”, admitió.

 

Cuando estaban en el mar se entretenían con películas y series, las vieron a todas. El velero tiene un baño, dos camarotes y en la parte central dispone de sillones.

 

Durante la mañana controlaban las cañas de pescar: sacaron dos atunes. Otro día vieron orcas y trataron de encontrar delfines.

 

Manos a la obra. Gerardo Valarolo, durante la construcción de su gran sueño, el velero que lo llevó hasta Brasil. Foto: gentileza. 

 

 

Una de las últimas paradas fue en Florianópolis (Brasil), donde recién podían entrar al puerto a las cinco de la mañana. Una vez allí se bajaron y lo primero que hicieron fue darse una ducha con agua caliente. “Fue lo mejor que nos pasó, lo sentimos como una salvación”, destacó el nieto de Gerardo. Luego siguieron camino hasta Isla Grande, donde culminó su viaje. Bruno volvió a San Luis en avión con su papá; Gerardo se quedó un mes más.

 

Sin duda esta experiencia quedará guardada en el corazón de Bruno, ya que le permitió conocer otra faceta de su abuelo. “Fui muy feliz con él. Cuando estuve arriba del velero no lo podía creer”, dijo alegre. Y confesó  que, una vez que pase la pandemia, espera volver a emprender una nueva aventura. “Es una experiencia inolvidable. La volvería a hacer una vez más”, aseguró.

 

En el "Mestizo", Bruno en altamar. Foto: gentileza.

 

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