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Agustina Rosso, la puntana que vive el drama de México

Por redacción
| 26 de septiembre de 2017
Destrucción. Paredes en ruinas. Así es el paisaje que muestran localidades del interior mexicano.

Reside en Oaxaca donde los sismos la convirtieron en voluntaria. "La ayuda no alcanza", contó.

 

"Estaba frente a una iglesia y ví como se movía hacia adelante y hacia atrás. Parecía de gelatina. Pensé que iba a derrumbarse en ese momento. Teníamos mucho miedo", cuenta vía correo electrónico Agustina Rosso Anzulovich, en un momento donde la electricidad volvió y pudo conectar su computadora. Está en San Mateo del Mar, en el estado de Oaxaca, pura tierra mexicana. Es puntana y la tragedia azteca la convirtió en voluntaria. Ella está bien, pero clama por ayuda para esa gente. Por eso aceptó la charla, aunque sea virtual, con El Diario de la República.

 

"Soy puntana, tengo 29 años y a los 18 me fui a estudiar abogacía a Córdoba. Después de recibirme empecé a trabajar en el Poder Judicial de esa provincia, pero un día, en 2016, me cansé de eso, vendí todo lo que tenía y me tomé un avión a México para viajar por distintas zonas. Siempre me gustó viajar, inclusive de mochilera", cuenta la joven a manera de introducción.

 

Pero en el siguiente párrafo comienza a responder las preguntas relacionadas a la tragedia mexicana que, una vez más, surge desde las entrañas de la tierra. "El jueves 7, día del primer terremoto, estaba en la ciudad de Oaxaca. Había llegado dos horas antes y me encontraba en un hostel con un amigo de Villa Mercedes que al otro día viajaba a Estados Unidos. Comenzó a temblar muy fuerte, nos fuimos al patio central de la casa, en esta ciudad son todas casas coloniales, por lo que nos asustamos bastante. Pensamos que, por lo viejas que son las construcciones, podían derrumbarse. Nunca sentí un movimiento tan fuerte. Podía quedarme parada, pero si intentaba caminar, tambaleaba sin dirección. Me paré bajo el marco de la puerta entre los gritos de la gente. Pensé que las paredes caerían porque fue muy fuerte y prolongado. Pero se detuvo y las comunicaciones se restablecieron al rato. A los pocos minutos nos enteramos que el epicentro había sido en Chiapas. Ahí pude conectarme y decirle a mi familia que estaba bien", relató Agustina.

 

Miedo y solidaridad

 

"Al día siguiente la ciudad estaba revolucionada y empezaron a aparecer las mesas en la calle con los carteles de 'Centro de Acopio' y 'Ayudemos a Juchitán'. Primero dijeron que fue el pueblo más afectado, entonces toda la ayuda se centraba allí. Pero conocí a Federico, un joven de Sonora que vive en el Distrito Federal, comunicador social. Con él decidimos darle una mano a la gente. Entonces comenzamos a preguntar y nos informamos que toda la ayuda iba para Juchitán, pero había otras comunidades en muy malas condiciones donde no llegaba nada. Es el caso de San Mateo del Mar, que se encuentra al sur de Oaxaca, a orillas del mar abierto, del océano Pacífico. Allí la comunidad es Ikoots, donde aún hablan su dialecto, llamado 'Huave'. Se rigen como pueblos originarios, por ley de usos y costumbres, son autónomos y deciden sus autoridades y forma de gobierno", explicó.

 

"Nos fuimos en colectivo con solo dos cajas de cartón con víveres y llegamos el lunes 15 al mediodía. Nos encontramos en el palacio municipal con personal de la Marina. Nos derivaron con una maestra llamada Evangelina, quien junto a otras cinco mujeres cocinan voluntariamente con los que les provee la DIF, un sistema de asistencia social del Gobierno y lo que acerca la gente. Hacen la comida hasta donde alcanza", reveló.

 

"Salimos a caminar por las calles más afectadas y el impacto fue tremendo. Familias enteras duermen en la calle con solo una manta. Ya no pueden estar en sus casas porque quedaron devastadas, con sus paredes derrumbadas, pisos rajados y elevados. Algunas incluso se hundieron completamente medio metro por debajo del suelo, otras están rajadas y en cualquier momento se caen. Por el peligro duermen en la calle", manifestó Agustina.

 

Los chicos siguen jugando  "En San Mateo del Mar no hay otros voluntarios, ni ningún extranjero. Me saludan al grito de '¡Güera!' como le dicen aquí en México a quienes tienen tez clara. Los niños se acercan para jugar y se ríen con solo saludarlos. No tienen clases aún y viven una situación muy grave, pero se los ve siempre sonrientes, dispuestos a jugar un partidito de fútbol", contó.

 

"Los adultos cuentan como en medio de la noche empezó a moverse y rajarse todo, sin luz. El piso se elevó y comenzaba a salir agua de la tierra, las puertas se descuadraron y trabaron, dicen que en ese momento solo abrazaban a sus familias y rezaban, pensando que ya no iban a salir. A la luz de la luna se ayudaron entre ellos a correr escombros y sacar a gente que quedó atrapada en sus hogares. Murieron cuatro personas, dos de una misma familia a la que se le abrió el piso y quedaron atrapados en la tierra, luego se les cayó el techo encima. La gente cuenta todo con una crudeza que impresiona, con una calma y una fe en Dios enorme", reveló la chica sanluiseña.

 

En otro párrafo de la carta que Agustina envió a El Diario, relató que el panorama es sombrío y la ayuda es escasa. "Las réplicas no paran, las napas de la tierra están muy inestables y se siente vibrar el agua filtrada debajo del piso. Hay mucho miedo e incertidumbre. Los vecinos se solidarizan entre sí. Vinieron algunas ONG's y particulares a dejar víveres, pero no alcanza. La situación es grave", aclaró.

 

Llegó lo peor

 

"El martes 19 de setiembre se produjo el terremoto de Puebla. Estábamos entrevistando una familia que nos mostraba su casa cuando empezó a temblar. Salimos corriendo a la calle, donde es seguro, y el domingo 24 hubo dos temblores por la noche que nos despertaron pero pasaron rápido. Hasta que a las 10 llegó uno fuerte que me asustó mucho. Estaba frente a la iglesia y vi como se movía hacia adelante y hacia atrás, parecía de gelatina. Pensé que se iba a derrumbar, al igual que un arco de ladrillos que se tambaleaba en el acceso al pueblo, fue una imagen surreal. Supimos que el epicentro fue a 20 kilómetros, en Ixtapa, de intensidad 6.1. Luego cortaron la electricidad todo el día", recordó.

 

"Lo peor es que la situación empeora, la ayuda del gobierno ni de los voluntarios alcanza. Las casas son bastante viejas y precarias y cada vez más gente está en situación de calle. Sus viviendas, aún en pie,  no son seguras porque están rajadas y cuarteadas", manifestó.

 

"En toda la región nadie habla de indemnizaciones. Ni siquiera tienen colchones para todos. La gente duerme en lonas o hamacas. Para peor, no para de llover. Por eso la hermana de Federico, mi amigo mexicano, abrió una cuenta en gofundme para que, los que quieran, puedan ayudar. La situación es muy grave, hay muchos adultos y niños sufriendo", cerró Agustina.

 

Para colaborar con la voluntaria puntana en Oaxaca, México, se puede depositar dinero o ingresar al siguiente enlace https://www.gofundme.com/helpmexico-carosoto.

 

Agustina Rosso, una chica solidaria.

 

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