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La necesidad de otras formas de gobierno y de convivencia

Por redacción
| 21 de abril de 2018

La convivencia en una sociedad requiere del respeto elemental a ciertos principios. La ley no regula todas las acciones del ser humano. No agota todas las posibles conductas. No marca el camino en todas las circunstancias. Y la justicia mucho menos. La justicia actúa sobre el pasado. Sobre situaciones específicas en que las personas sienten vulnerados sus derechos, y entonces recurren a ella con suerte variada.

 

Es imprescindible que los ciudadanos tengan algunos principios. Que entre sus usos y costumbres figuren el apego a la moral y ciertas concepciones éticas. Por citar un ejemplo, no se puede decir cualquier cosa acerca de cualquier persona. Es impropio denunciar falsamente sin presunciones ciertas, sin pruebas concretas. Es absurdo reclamar un trato que no se dispensa a los demás. En un episodio reciente muchos periodistas se sintieron agraviados por una práctica que ellos mismos utilizan con llamativa frecuencia. Pidieron sensatez donde jamás la aplicaron. Se sintieron increpados con métodos que aplican a diario. Y si algunos de esos hechos constituyó la práctica de delito alguna, una buena disculpa y algún otro gesto volverá las cosas a su lugar. No desprestigiar, no destrozar al otro, no involucrar a su familia, son cuestiones de educación y de forma que deben prosperar porque corresponde, porque hace a una convivencia posible, más allá de la ley y la justicia. La prosperidad de personajes que frecuentan el escándalo, el disparate y la blasfemia, es también responsabilidad de quienes se sintieron, en este caso víctima, de sus felonías. Y en el cambalache parece no haber inocentes. Ni dulces nietitos, ni señoras muy mayores que se auto consideran “más allá del bien y del mal”, ni pretendidos fiscales de la República. Y está claro que hay mucha gente de a pie, que trabaja todo los días, que es muy respetuosa y que solo habla de lo que sabe. Claro que no prosperan demasiado en los medios.

 

Por ejemplo es particular que el presidente del Banco Central responsabilice de la inflación al propio presidente de la República. En tanto que el ministro de Economía prefiere responsabilizar a la sequía. La referente política de la Alianza gobernante culpa de los tarifazos al primer ministro. El encargado de esos tarifazos jura que habrá muchos más, y mantiene su dinero en paraísos fiscales porque no confía en la Argentina. Un ex presidente del mismo Banco Central realiza los peores augurios económicos y dice que la inalcanzable meta del 15% de inflación anual siempre fue un verso (según cifras oficiales, en tres meses ya se llegó casi a la mitad de esa cifra). Y para completar el cuadro el ministro de Defensa promete contratar un vidente para encontrar un submarino. Y el presidente de la Corte Suprema de Justicia habla de la reforma judicial con el ministro de Justicia, bajo la amenaza de un inminente juicio político. Un escenario francamente particular y difícil. Más allá de que el primer mandatario asegure que “lo peor ya pasó”. Ojalá fuera cierto.

 

Para alcanzar otra seriedad y tener en el llano y en lo más encumbrado del poder, otro panorama resulta imprescindible otro tipo de criterio, de análisis, de decisiones y de acciones. Y por favor, ya no caben referencias permanentes a gestión anteriores. Más de 27 meses de gestión obligan a asumir las responsabilidades que corresponden. Llevan a hacerse cargo de la realidad. No hay más margen para el desatino ni en acciones públicas, ni en manejos privados. Parece un buen momento para hacer prevalecer otros procedimientos, otros valores, otros intereses. Lo personal, lo sectario, lo corporativo deben dejar lugar a la búsqueda del bien común. Y no hay mucho margen para muchas otras maniobras repetidas y desgraciadas con final conocido.

 

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