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"En Siria nos acostamos, sin saber si vamos a despertar"

Por redacción
| 06 de abril de 2014
Ximena Rodrigo, la hermana María Guadalupe

Vivimos en contacto permanente con la muerte, nos acostamos y no sabemos si nos vamos a levantar, toda esa situación nos mantiene cercanos a Dios y para eso estamos”. Así define el día a día Ximena Rodrigo, la hermana María Guadalupe, una mercedina que es misionera en Siria, en medio de una guerra interna que lleva más de 150 mil muertos.
Transmite optimismo, su espíritu es alegre y sin dudas está fortalecido por la cercanía a la religión.  Eso es lo primero que uno percibe de esta mujer que tiene 40 años, y desde hace 18 es misionera en Medio Oriente. Desde 2011 brinda contención a los habitantes de Alepo, la ciudad de casi 5 millones de habitantes que motoriza la economía de Siria y que es foco constante de ataques en una ola de violencia que parece no tener fin.
Con apenas 18 años, Ximena, integrante de una familia de tradición cristiana, encontró el llamado de la religión y abandonó la carrera de contadora pública que había iniciado. “Asistía a misas en la parroquia La Merced, pero nunca se me había cruzado por la cabeza ser monja, jamás. Hasta que un día sentí esa necesidad, ese llamado, que ese era mi objetivo”, contó la hermana. Desde ese momento, decidió volcar su vida a la religión y a misionar.
En 1992 ingresó a la congregación “Instituto del Verbo Encarnado” en San Rafael, Mendoza, cuatro años después comenzaría su misión por Medio Oriente.
“Nuestra congregación tiene como carisma la evangelización de la cultura, en todos sus estratos, por eso estamos con niños, jóvenes, estudiantes, discapacitados, enfermos; por eso misionamos”, explicó.
Así, en 1996 partió hacia Jerusalén, pasó por Belén, estuvo 12 años en Egipto, y desde 2011 está en Siria. En ese país, el cristianismo es una religión minoritaria ya que más del 90 por ciento de los habitantes profesa el islamismo.
“Siempre fue difícil esa región para el cristianismo, pero empeoró cuando comenzaron los enfrentamientos hace tres años. Nuestra tarea allí es la contención en las parroquias, acompañarlos, muchas veces ayudarlos incluso con nuestra sola presencia, escuchando sus padecimientos”, manifestó María Guadalupe.
Ella, junto a integrantes de la congregación de distintos países, cumple su misión en la Catedral de Rito Latino, en la ciudad de Alepo. Allí conviven sacerdotes y monjas que realizan distintas actividades, celebran misas. Además existe una residencia que es utilizada por alumnas que cursan carreras universitarias y acuden desde pequeños poblados lejanos.
El año pasado, la hermana asegura que vivió uno de los momentos más difíciles. “A media cuadra de nuestra casa cayeron tres misiles, hubo 450 muertos. Una de las chicas que está en nuestra residencia venía caminando y se le incrustó un pedazo de reja de unos diez centímetros en la espalda, fue horrible, yo tuve que asistirla”, relató la monja.
La fe y la tarea a la que se encomendó movilizan a esta mujer que decidió acompañar a personas de otra cultura, a miles de kilómetros, guiándolos por el camino de Dios y ayudando a mitigar el sufrimiento y el dolor.

 


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