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Teléfonos, armas y un recibo de sueldo, las pruebas de un crimen

Por redacción
| 19 de mayo de 2014
Seguirán detenidos. Torres, Páez y Bustos (de izq. a der.) fueron trasladados ayer al penal. | José Sombra

Un recibo de sueldo, las armas robadas a la víctima –de las cuales algunas fueron recuperadas– y pericias telefónicas le permitieron al juez penal Nº 1 de Villa Mercedes, Alfredo Cuello, trazar el mapa de pruebas que incriminan a los hermanastros Federico Páez y Maximiliano Bustos y a su primo, Sergio Torres, en el homicidio de Bernardo Abraham Kravetz, un productor rural de 74 años que fue golpeado en “El Verano”, su estancia, el 31 de diciembre de 2013. Esos elementos tomó en cuenta ayer, cuando resolvió procesarlos y ordenar que sigan detenidos, con prisión preventiva, en el Servicio Penitenciario Provincial.

 

Bernardo Abraham Kravetz fue golpeado en “El Verano”, su estancia, el 31 de diciembre de 2013.


Consideró que son coautores de homicidio doblemente calificado, por cometerse crimis causae –es decir, para ocultar otro delito, en este caso, el robo–, en concurso real con robo en despoblado y en banda.

 


El magistrado informó ayer que trabajaron sobre esas pistas, que aparecieron en distintos momentos, y vigorizaron de modo paulatino las sospechas que tenían sobre estos jóvenes.

 


La hipótesis es que ellos fueron a “El Verano” con la intención de robar una vaca, para faenarla para los festejos de fin de año. Creen que Kravetz los sorprendió, y que comenzó una discusión que se tornó más fuerte y concluyó cuando los intrusos lo redujeron y le dieron una paliza.

 


El hombre, que vivía solo, fue abandonado con ataduras en los tobillos y las muñecas. Murió horas después, sin haber recibido atención médica. El trío escapó con armas de fuego y el teléfono de Kravetz.

 


Verificaron que el mismo 31 de diciembre, cerca de las 21, alguien utilizó el celular de la víctima, al que le puso otro chip. Por eso estimaron que el hecho fue ese mismo día, a la tarde, sintetizó el magistrado.

 


Luego de que detectaron que el teléfono del productor tenía actividad, los investigadores comenzaron a averiguar desde qué línea lo usaban. Supieron que estaba a nombre de Páez. Más tarde ordenaron otras medidas –escuchas y registro de mensajes de texto entrantes y salientes, por ejemplo– para saber con quién se comunicaba el joven. Surgieron los nombres de Bustos y Torres. La reconstrucción y análisis de los diálogos, sumado a lo que aparecía por las pistas de las armas, les posibilitó “atar cabos” y confirmar que estaban sobre la hipótesis correcta.

 


Ofrecían el botín en el pueblo

 


Los efectivos sabían que el productor tenía escopetas, fusiles y revólveres de distinto calibre. Al menos eso infirieron de los formularios que había llenado para asentarlos en el Registro Nacional de Armas (RENAR) hallados en la propiedad. Algunas armas estaban inscriptas, otras no. Pero la vida solitaria que el hombre llevaba y el hecho de que no recibía la visita frecuente de su familia, complicó la tarea de establecer qué se habían llevado los ladrones.

 


Pocos días después del asesinato, Bustos, Páez y Torres comenzaron a ofrecer armas en Buena Esperanza. Las declaraciones que lo prueban están incorporadas al expediente. E inclusive algunos testigos las describieron, y con esas referencias los agentes pudieron determinar un tiempo después cuáles y cuántas habrían sustraído del campo.

 


“Algunas fueron recuperadas y coinciden con la caracterización que hicieron los testigos. Otras no han sido encontradas, al menos por ahora. Todos los imputados ofrecieron las armas. Pero después se las repartieron. Hay dos o tres que tuvo Torres, que intentó vender en Buena Esperanza, primero, y luego en San Luis. Por eso hubo allanamientos en el barrio 1º de Mayo de la Capital, en los domicilios de los posibles compradores”, explicó una fuente.

 


“Como en el pueblo comenzó a rodar el rumor de que eran las que le habían robado a Kravetz, desistieron de comercializarlas allí y se las distribuyeron –continuó–. Además, había un círculo que ya sabía que los muchachos estaban sospechados de haber participado del homicidio”.

 


Es posible que al advertir los chismes hayan decidido enterrarlas en “La Dulce Chica”, un campo que está a unos seis kilómetros de “El Verano”, del que es puestero el padrastro de Páez. Tres de las armas que suponen fueron robadas aparecieron enterradas en dos pozos. La primera vez que la Policía allanó el campo, no había encontrado nada. Después, con el dato preciso que dio una persona, las ubicó y secuestró. Son una escopeta, un fusil y un revólver calibre 38. Dos tenían la numeración limada. La restante, no. Por eso constataron que era de Kravetz.

 


El documento de un pariente

 


Cuando hicieron la inspección de la estancia después del homicidio, la Policía halló un recibo de sueldo a nombre de un hombre de apellido Bustos. “Es de un familiar del imputado de ese apellido, que vive en San Luis. En principio no surgía vinculación con el caso. Pero después, con la pista de los teléfonos, comenzamos a encontrar relación, porque aparecieron los nombres de estos jóvenes. Y resultó ser que los imputados tienen cierto parentesco, y que el recibo de sueldo nos orientó a Torres”, cuya familia, al igual que el dueño del documento, tiene una casa en la Capital, dijo Cuello.

 


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