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Lelis Cardozo, una tatarabuela de Villa Larca, festejó sus cien años

Por redacción
| 18 de enero de 2015
Lelis festejó su cumpleaños con una enorme torta y rodeada de cariño.

Lelis Ramona Cardozo de Brandana tiene la suerte de sólo unos pocos: sopló cien velitas en Villa Larca, y festejó, junto a la enorme familia que formó, el haber llegado al siglo de vida. En su historia hay ocho hijos, treinta y dos nietos, cuarenta y siete bisnietos y dos tataranietos. Son todos ellos quienes hoy la cuidan y acompañan. 
El pueblo en esa época no era lo que es hoy. Además, Lelis vivió en el campo, por lo tanto no tenía ni luz, ni agua, ni gas. Eso hizo que forjara un carácter y una personalidad especial, para vivir en esas condiciones y poder criar a sus ocho hijos: Rubén, Gringo, Alfredo, Pedro, Clara, María, Florencio y Juana. Su marido falleció en 1956, ella tenía 42 años y debió comenzar a trabajar. Hizo tareas de costura y limpieza. Aun así se las ingeniaba para cumplir las obligaciones diarias: ordeñaba las vacas, hacía ella misma el queso y el pan y les cosía la ropa a los niños. El mayor de ellos, Rubén, fue quien ayudó desde muy pequeño a su madre y a sus hermanos llevando dinero al hogar. 
"No tenemos palabras para agradecer todo lo que hizo por todos nosotros. Ella ayudó a criarnos. Es una madre, abuela y bisabuela ejemplar", dijo Mara, una de sus bisnietas. 
Una de las costumbres, que todavía mantienen vigente en la actualidad, era juntar a toda la familia los domingos y comer un asado. 
Cuentan sus nietos que jamás faltaba la torta casera, especialidad de la abuela, que también se le convidaba a los amigos y vecinos que se acercaban por la tarde. Con el paso del tiempo, algunos de sus hijos debieron alejarse de la provincia, por cuestiones laborales. Y ella tuvo que mudarse del campo al pueblo con la mayor de las mujeres, Juana. Fue un cambio rotundo, ya que extrañó horrores las costumbres campestres, pero ganó todos los servicios de la casa de barrio. Eso le permitió trabajar menos y disfrutar un poco más a sus nietas y bisnietas, con las que compartió cientos de travesuras. 
Hoy, la abuela está al cuidado de su hijo Alfredo y su señora. Por los años se le dificulta vivir sola, al igual que recordar algunas cosas. La memoria se vuelve traicionera. Pero sus demás hijos y nietos van seguido a visitarla. De hecho, para festejar el siglo de vida hubo una gran movilización en la familia. La fiesta fue sencilla, apenas una torta y gaseosas, porque lo más importante fue el cariño que todos los hijos, nietos, bisnietos y tataranietos tienen para ofrecerle.  

 

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