El miércoles, en la multitudinaria marcha contra la violencia a la mujer, un hombre estiraba sus brazos a más no poder para hacer ver su pancarta entre las cientos que había. Era Miguel Cid, papá de Denisse Cid Frescia, la última mujer asesinada en la provincia a manos de su pareja. Denisse estaba con Agustín, su hijo de 4 años, cuando Franco Aguirre le pegó un tiro en la cara en la habitación que compartían en el Anexo 5 del barrio Eva Perón de San Luis, el domingo 29 de marzo. “La muerte de una hija en una circunstancia así es algo tan doloroso… Vivo una pesadilla que espero Dios me ayude a soportar. No se lo deseo a nadie, ni al peor enemigo. Tenía 22 años, toda la vida por delante. Fuimos a la marcha con mi esposa Alejandra y con mi nieto Agustín porque entendemos que el caso de Denisse fue un femicidio. No habían cumplido ni un mes de convivencia cuando Franco me la mató”, se desahogó.
Para Miguel, “estos hechos deben servir para que las jóvenes elijan mejor a sus compañeros; también para que las autoridades tomen cartas en el asunto y estos hechos no sucedan más, nunca más”, consideró Miguel ayer en diálogo con El Diario, lejos del ruido de los tambores de la marcha, en la serenidad del patio de su casa, en el barrio Di Pasquo.
Si bien nació en Chile, al igual que Denisse, Miguel se siente muy arraigado. Llegó a la provincia en la década del ochenta, en pleno proceso de la promoción industrial. Consiguió empleo en una fábrica, como operario, y se afincó con su familia.
El asesino de su hija está encerrado. La jueza Penal Nº 3 Virginia Palacios procesó y envió a Aguirre al Servicio Penitenciario Provincial por homicidio agravado por el vínculo, una calificación legal que, en verdad, significó un módico alivio para él. La magistrado le quitó el agravante que le había puesto cuando lo llamó a la declaración indagatoria. Inicialmente presumió que el homicidio se encuadraba en la violencia de género. Luego, al momento de resolver su situación, lo descartó.
Pero Miguel explicó que los comentarios espontáneos que Agustín ha hecho después del asesinato de su mamá y las referencias que le han llegado de otras personas le permiten afirmar que Denisse era víctima del maltrato de Franco.
“Ella era así como se ve en esta foto –contó Miguel señalando la imagen que sostenía en sus manos–. Era simpática, siempre sonriendo. Así era con la familia de él, con todo el mundo. Se ve que a él le molestaba que ella fuera amable y simpática con sus hermanos, con cualquier persona o amigo que se presentaba. La celaba”, contó.
Ese domingo 29 de marzo, Denisse fue de visita con Agustín a la casa de sus padres. Allí compartieron un asado. Fue el último almuerzo juntos. “Recuerdo que Agustín, con toda su inocencia y sus palabras de niño, me preguntó ‘¿cuándo vas a ir a vernos a casa?’ Pienso que me lo pedía porque veía cosas que no estaban bien, veía que había problemas entre Denisse y Franco, y debe haber oído discusiones”, supuso Miguel.
Franco no fue parte de esa comida, sólo pasó a buscar a la joven a las 18. Nunca más la vieron. “Él no entraba a mi casa. Cuando empezó a salir con Denisse vivía acá cerca, a unas tres cuadras. Se pusieron de novios entre noviembre y diciembre del año pasado y se fueron a vivir juntos al barrio Eva Perón en marzo. Allá se hicieron una pieza”, refirió.
La distancia entre Franco y la familia de Denisse se trazó, en buena parte, porque a oídos de los Cid Frescia llegaban malas referencias del joven. La gente del barrio lo vinculaba a las drogas, “a malas mañas, a cosas no buenas”, y ellos se resistían a la relación que la chica había iniciado, resumió Miguel.
“Le hablamos, le aconsejamos que se alejara, que buscara otras amistades. Ella contestaba ‘sí, papá, yo sé qué hago’. Pero la niña se encaprichó y se quiso ir. Quiso continuar con ese noviazgo, y se fue a vivir con Franco al barrio Eva Perón, donde él tiene familiares”, dijo.
Si bien nunca perdieron el contacto, pues se veían con frecuencia, Denisse nunca le contó a él, a su madre Alejandra o a Javiera, su única hermana, cómo era la relación con Franco. Miguel tampoco vio en su hija signos que le hicieran presumir que era golpeada o maltratada de alguna forma. “Nunca le vi marcas, por ejemplo. De hecho, si las hubiera visto, si me hubiera dado cuenta de algo, habría intervenido de inmediato”, aseveró.
“Estábamos ajenos a lo que ella vivía –se lamentó–. Ahora, a la distancia, pienso que no quiso decir nada para no preocuparnos, que se guardó todo. Al final, se hizo un daño, y la consecuencia fue terrible. Por eso me parece importante decirle a las jóvenes que confíen en sus allegados, que hablen si se sienten presionadas o en peligro. La familia es la única que las va a acompañar, que va a estar con ellas”.
Agustín, testigo del asesinato de su mamá, vive ahora con sus abuelos. Miguel reveló que estos últimos dos meses no han sido fáciles. “Nunca voy a olvidar cuando Agustín nos dijo que Franco había matado a su mamá. Cuando escuché a esta criatura de 4 años decir eso, me quebré. Ahora, cada vez que escucha la sirena de una ambulancia pregunta: ‘¿Ahí va mi mamá, ahí va mi mamá? No sé si se da cuenta totalmente de la realidad. Pero la extraña, pregunta por ella y tratamos de contenerlo y de buscar la forma más sencilla de que entienda esto que es tan difícil explicar, que la madre no está más, que no va a venir”, contó.


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