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La Botija: una anciana relató el asalto que sufrió junto a su esposo y su hijo

Por redacción
| 20 de octubre de 2016
Osvaldo y Carlota. "Me pegaron y me decían que me callara o me iban a matar de un tiro", contó ella.

Carlota Agüero es menuda. Ronda el metro cincuenta de estatura. En eso, la anciana de 78 años es igual a su esposo, José Osvaldo Farías, diez años mayor. Ahora también están apocados de ánimo, por el brutal asalto que sufrieron el sábado, en su casa de las afueras de La Botija, cometido por tres o cuatro delincuentes que estaban vestidos como agentes penitenciarios y les robaron setenta mil pesos y tres armas.

 


“Me pegaron con la parte de atrás de un arma”, cuenta Carlota, para explicar por qué tiene una herida en el tabique nasal. Eso no fue todo. “Me pegaron en la nuca, me decían callate o te mato de un solo tiro. Me mostraron un cuchillo, no sé de dónde lo sacaron”, le contó ayer a El Diario.

 


El testimonio de la anciana corrige lo que había informado anteayer la Policía de San Francisco, basada en la declaración del hijo del matrimonio, Juan Agüero, la tercera víctima del asalto, sobre que la mujer no había sufrido violencia física. El hombre de 49 años no había podido ver cómo maltrataron los delincuentes a su madre porque le habían tapado la cabeza.

 


El atraco comenzó a las seis de la tarde. Juan Agüero vio llegar un auto oscuro, azul o verde, que podía ser un Fiat Regatta, reveló la jefa de la Comisaría 14ª de San Francisco, oficial principal Elvira Saá. Ayer, la madre del denunciante dijo que, según le contó su hijo, el vehículo “tenía unas manchas”. Probablemente se refería a que la pintura tenía reparaciones con antióxido.

 


La casa de los Farías Agüero está ubicada a la vera de la ruta provincial 46, cinco kilómetros al norte de La Botija y tres al sur de la cárcel de penados de “Pampa de las Salinas”, en el noroeste de San Luis.

 


“Este niñito –así aludió Carlota varias veces a su hijo de casi medio siglo de vida– se confió porque este hombre que lo pilló a él le pidió agua para el auto”. Se refería al desconocido que llegó a su casa acompañado por otros hombres e inventó una excusa para que no sospecharan.

 


Juan, confiado y solidario, fue a buscar lo que le pedían. “Y cuando estaba sacando el agua, dice que le pegaron, ahí ha caído él junto a la pileta”, contó la madre.

 


“Yo venía de allá, del lado del corral, había andado dando de comer los animales. Cuando llegué, ya lo habían llevado, estaba maniado, tirado, no se movía nada”, recordó Carlota.

 


A Juan ya lo habían empujado a una habitación, adonde ella lo encontró cuando la llevaron los ladrones. “Osvaldo estaba en la galería, afuera”. Ayer, en la casa de su hija, María Farías, en San Luis, mientras Carlota relataba el hecho, su esposo estaba sentado a su lado, en un sillón, y escuchaba en silencio como podía, porque tiene disminuido el oído.

 


“El más golpeado fue mi hijo. Lo patearon y le lastimaron la boca. Nos pusieron las manos para atrás y nos ataron con piolas. A él lo ataron con cables. Y cuando salieron nos hicieron otras ataduras”, agregó la mujer asaltada.

 


“¿Con qué necesidad fueron tan crueles, si ellos no les iban a hacer frente?, dice su hija.

 


Carlota alcanzó a ver poco antes de que los asaltantes la llevaran a empellones hacia el dormitorio, adonde también condujeron a su marido. No puede describir la vestimenta de los ladrones, sólo logró ver al que sujetó a Osvaldo. “Mire, no le voy a mentir, era un tipo grandote, alto. Lo he visto cuando lo agarré a él y me pegó un pechón y me llevó a los pechones a la pieza con ellos. Yo no me he fijado en la ropa, pero estaba todo tapado, se le veía esto nomás”, contó y se señaló los ojos.

 


“Nos pusieron a los tres en una sola pieza –relató–. Juan estaba boca abajo, tapado con una colcha y con otra cosa más y no podía respirar. Nos taparon a los tres”.

 


“Al principio, mi papá pensó que le estaban haciendo un chiste”, contó la hija.

 


Es probable que los delincuentes supieran que poco tiempo antes Agüero había vendido unos animales y tenía una buena suma guardada en la casa. “Exigía que le demos todo el dinero y este niñito, bah, entre todos, mejor dicho, estábamos juntando unos pesitos para que se comprara un vehículo. No le dejaron nada”, se lamentó su madre, que habla con dificultad, por la edad y por el trauma que le dejó el ataque. Y como si hiciera falta, aclaró: “Nosotros no hacemos mal a nadie ni tampoco andamos afanando, porque si tenemos un peso lo hemos ganado trabajando”.

 


Según la Policía, Juan Agüero detalló que él tenía alrededor de 45 mil pesos, producto de la venta de terneros, pero en la casa había más dinero, que tres de sus hermanos tenían guardado en distintos lugares.

 


“Mi hermano necesitaba esa plata porque se estaba haciendo una casita y ya había encargado los materiales de construcción en San Juan”, contó María Farías. El campo de la familia está en la zona del punto trifinio donde confluyen los límites de San Luis, San Juan y La Rioja.

 


Además de golpear a las víctimas y amenazarlas para que les dijeran dónde había dinero escondido, los delincuentes dieron vuelta todo en las habitaciones. “Había comprado un ropero hace poco, y bueno, lo hicieron tiras, lo desfondaron, todo, todo. Y otro ropero que está casi junto también ¿vio?”, recordó la anciana.

 


“Les rompieron tres colchones, les cortaron toda la goma espuma”, acotó María. Los ladrones pensaban que allí podían tener oculto algo de dinero.

 


Carlota contó que cuando los asaltantes se fueron, empezaron a tratar de liberarse. “Ya estaba oscurito cuando nos pudimos desatar, porque Juan guerreó hasta que se pudo desmaniar”, dijo.

 


Unos conocidos, que habían llegado de La Rioja para asistir a la fiesta de la Virgen del Valle, en Balde de Azcurra, y pasaron a saludar a la familia, se encontraron con el matrimonio de ancianos y su hijo todavía shockeados por el ataque. Otros tres hijos de Osvaldo y Carlota no estaban porque se habían ido al festejo en el paraje vecino. Los visitantes fueron hasta la cárcel de “Pampa de las Salinas” y pidieron ayuda y de ahí llamaron a la Policía, contó ayer el periodista Julio Becerra, que había ido a la zona con motivo de la fiesta popular.

 


María Farías trajo a sus padres a San Luis, para que los atendieran los médicos y para contenerlos, porque todavía están conmocionados por la inesperada agresión que sufrieron en su casa.

 


Carlota dice que no saben si van a volver al campo, aunque deberían hacerlo, porque tienen que atender los animales. “Ese es el trabajo de nosotros”, dice.

 


Por ahora, en la casa de su hija, tratan de reponerse del tormento, pero les cuesta: “A la noche, cuando estoy durmiendo, me parece que los estoy viendo”, dice Carlota, casi balbuceando. Y llora.

 


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