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Lluvia de optimismo: Claudio María Domínguez en la sala Berta Vidal de Battini

Por redacción
| 01 de noviembre de 2016
Meditación al borde del escenario. Domínguez, un domingo gris a la tarde. Foto: Nicolás Varvara.

De repente la tarde del domingo se puso gris, empezó a llover y los que esperaban en el hall del Centro Cultural Puente Blanco por la charla del motivador espiritual Claudio María Domínguez tenían la misma cara que el cielo, triste y aburrida.

 


Pero, finalmente, todo salió bien. Porque si algo tiene el carácter de Domínguez es justamente verle siempre el lado positivo a las cosas. En su charla, el gurú se rió de la lluvia, de sí mismo y de lo que le costó llegar de su retiro de tres días en Merlo. “Gracias por esperar, me agarró este mal tiempo pero quería llegar como sea”, dijo apenas ingresó al escenario.

 


Pero lo tuvo que abandonar -por un rato- más rápido de lo previsto  por una furtiva escapada al baño  y la decisión de caminar entre la gente, bien cerquita. Con ellos habló, los escuchó, se rió con sus chistes y calmó algunas expectativas, todo para generar empatía con su público.

 


Rápidamente dejó de lado la mesa y se acercó a las primeras filas. “Mírenme el alma y no el cuerpo”, pidió mientras se sacaba la campera mojada y se acomodaba las mangas.

 


“¿Quién de ustedes es feliz?”, disparó sin anestesia como primera pregunta, no tan difícil. “¿Todos? ¡Qué audaces!”, se sorprendió Claudio para seguir con una más difícil: “Ahora ¿qué es ser feliz?”. Y todos tiraron sus conceptos. “La felicidad es la calma del estado mental, es estar en control”, consoló y aclaró el meditador, mientras caminaba por el pasillo, e invitaba a los que eligieron sentarse al fondo de la sala a que lo hagan más adelante, cerca suyo.

 


El periodista hizo un repaso (por algunos conocido) de cómo empezó en los medios. “Odol es Jurasic Park, se pasaba en canales en blanco y negro. En esta época mostrás el culo y ganás pero en esa época había que saber, en casa no había plata pero sí libros”, contó el alumno dotado que tuvo promedio 9.87 en la escuela.

 


“A mí nadie me dijo ‘naciste para ser feliz’ sino ‘naciste para ser culto’”, contó en esa charla que, según indicó, estaba dirigida a “insatisfechos, gente que quiere más, que siente y que necesita más”.

 


Más allá de su rutina, durante la charla, Domínguez se salió del guión por las preguntas improvisadas del público. La acústica de la sala permitía que la gente hablara sin micrófono, aunque si le quedaba cerca él mismo se acercaba con el aparato para que el resto escuchara.

 


Con sonrisas en la comisura de los labios, muchos entre la gente mantuvieron un semblante optimista ante los consejos del orador, quien se considera un “buen difusor espiritual, no un maestro”.

 


“Tesoros”, “mi reina”, “genio”, “queridos” fueron adjetivos utilizados con cariño para los presentes. En un momento, Domínguez se exaltó y un bebé lloró. Pidió disculpas porque creyó que el nene reaccionó ante su grito.

 


Al respecto, el disertante explicó que se pone intenso cuando quiere profundizar un tema y que se entienda el punto al que quiere llegar.  “Aquí y ahora es el momento de reescribir mi historia”, aconsejó.

 


No hubo reparos en que los celulares tomaran fotos y grabaran su charla, aunque advirtió que es muy bocasucia. “Yo puteo un poquito, no se me pongan mal, porque para mostrar todo lo que hablamos ahora hay que ponerle humor”.

 


Es que a temas candentes o pesados como las relaciones personales o afectivas de algunas consultas en el lugar, también habló de la relación con sus oyentes radiales, con su madre, los conocidos y de otras oratorias que ha dado.

 


Sin anestesia pero con cuidado, dictó consignas que hacían pensar, como la dualidad que aqueja estos tiempos: “¿Querés tener razón en la vida o ser feliz?”. Hubo otra que caló hondo: “¿Quién puede herir a un ego vacío? Nadie, porque nadie puede hacerte infeliz sin tu consentimiento”.

 


Valentina, una mujer mayor que fue con unas amigas, dijo en el hall que le gustan este tipo de encuentros. En su butaca estaba recostada, no iba a llorar pero se la vio muy emocionada ¿cómo competir contra esa sensación, si a ella le llegó profundo lo que ese hombre, parado, sencillo y con buen onda, le acaba de decir? Porque Domínguez habló para todos y para cada uno a la vez. Valentina, y muchos de los que fueron, necesitan que alguien le diga que lo que hace o debe hacer sea positivo en su futuro.

 


Pero también hubo escépticos. Algunos negaban con la cabeza ciertos conceptos del orador que se nutrió de ellos. Serán pocos pero al final de la noche recordarán algunos de los fragmentos o citas que repartió. Como por ejemplo esa que dijo que “el ego se retroalimenta de lo que sos, necesita que el mundo le ponga un título y lo considere”.

 


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