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Los que mataron a un policía "no iban a robar", dice su padre

Por redacción
| 04 de diciembre de 2016
LA MEJOR AMIGA DEL HOMBRE. ALEXIS JUNTO A SU PERRA JUANA.

Julio Simón Pizarro le dijo muchas veces a su hijo que regresara a Concarán. Allí no le iba a faltar trabajo y tendría las mismas oportunidades de perfeccionarse en la carrera, que él siempre buscaba. Todo con el plus de vivir en un lugar tranquilo, donde la delincuencia rara vez cruza. Pero Alexis siempre le respondía lo mismo: “No, está bueno allá”. Se refería a Villa Mercedes. A él siempre le gustó estar donde fuera útil, donde hiciera falta. Y ese lugar era la sede de Lucha Contra el Narcotráfico de esa ciudad. Su padre se lo repetía porque, aun siendo él un policía retirado, veía que su trabajo era peligroso, que podía despertar mucha bronca entre los delincuentes que se mueven en el mundo de las drogas. La noche del martes un hermano de Julio lo llamó y le confirmó que el peor de sus temores se había hecho realidad. Le avisó que dos delincuentes habían entrado a la dependencia policial donde trabajaba su hijo, habían comenzado un tiroteo y, en el fuego cruzado, se habían llevado la vida de Alexis.

 


Desde entonces hay una idea que el hombre no puede sacarse de la cabeza: que lo que le pasó al joven de 36 años no fue casual. Fue personal. No descarta del todo la hipótesis que manejan los investigadores, de que el ataque a Lucha Contra el Narcotráfico se trató de un asalto, pero esa posibilidad le resulta muy aislada, por no decir imposible. 

 


"Para mí, no fue un robo, como dicen. Fue algo que venía contra mi hijo, por los trabajos que venía haciendo como policía", le expresó Julio a El Diario en una entrevista telefónica. 

 


Mientras más piensa más se convence de que la balacera en Rufino Barreiro y Jujuy se dio como consecuencia de un procedimiento que el personal de Toxicomanía había hecho en los últimos días y lo tenía al alférez principal como instructor. "Fue un procedimiento importante y que resultó bueno", dice sobre lo poco que su hijo le había contado. 

 


Para él, no tiene sentido esa teoría que sostiene que los delincuentes, Gustavo José Barros y Julio “El Tiburón” Navarro, confundieron la sede policial con el antiguo obrador que Rovella Carranza supo tener. “El barrio (500 Viviendas) fue entregado hace rato… ¿Con qué necesidad la empresa iba a seguir ahí?”, plantea. 

 


El miércoles, a las 19, Julio y su esposa, Elba, despidieron los restos a su hijo. Todo Concarán los acompañó, dice. También lo hicieron vecinos de los pueblos aledaños y, por supuesto, el jefe y el subjefe de la Policía de la Provincia, los jefes de la Unidad Regional II y los camaradas del alférez principal.

 


Lo velaron en la sala “Orellano”. Luego el cortejo fúnebre continuó hasta la iglesia Nuestra Señora de los Dolores. Terminada la misa, los restos de Alexis Pizarro fueron llevados al cementerio local, con la Bandera Argentina posada sobre el cajón. 

 


Pero ésa no es la última imagen que Julio mantiene intacta sobre el joven. Trata de recordar cada detalle de la última vez que lo vio, el lunes 28, un día antes del tiroteo. 

 


"Él había venido (a Concarán). Hacía mucho que no lo hacía, antes venía más seguido, pero últimamente tenía mucho trabajo. Se iba a quedar  hasta el martes", contó. Es más, el efectivo estaba a punto de salir de vacaciones, narra. 

 


Pero la mañana del lunes alguien lo llamó de la Policía y le dijo que tenía que presentarse a trabajar. Apurado, dejó lo que estaba arreglando en el jardín de la casa de sus padres, preparó sus cosas y se despidió de Elba. Como su papá no estaba, le dijo a su madre: "Después lo saludo al pa..." y partió hacia Villa Mercedes.

 


"Él era así. Llevaba a la Policía en el alma", resalta. El amor por la institución era algo que corría por su ADN. La misma pasión sentía su abuelo Evaristo, que fue policía en Leandro N. Alem y también Julio, quien trabajó 20 años en la fuerza y se retiró cuando era sargento. 

 


Desde chico supo que eso era a lo que se quería dedicar. Por eso hace casi quince años se mudó a Villa Mercedes. “Primero estuvo en algunas comisarías y después llegó a Toxicomanía. Y ahí se quedó. ‘Esto es lo que me gusta’, me sabía decir”, recuerda el ex policía. En la ciudad que se afincó tuvo a su única hija, Julia, de nueve años.

 


"En la faz profesional era muy bueno. Si había un curso lo hacía, ponía de su parte lo que había que poner e iba", subraya. "Siempre buscaba superarse", señala Elba. 

 


"Era solidario...", añade la madre. "Era muy querido por todos. Honesto. Único. Un flor de tipo", dice su esposo. 

 


El hombre no puede evitar mirar a su alrededor y pensar en su hijo. En la habitación, desde donde habla con El Diario, tiene una foto de Alexis junto a sus perros. A su lado también tiene a Juana, la pastor alemán que vivía con el joven y muchas veces lo acompañó en el trabajo. 

 


Casi de la nada, hacia el final de la entrevista, se le vino a la mente una escena que atesora desde que le avisaron que su hijo había muerto. Cuenta que el último día que se vieron él había sacado su vieja motocicleta del fondo de su cochera. “La tenía medio abandonada y la saqué para limpiarla un poco”, relata. Mientras estaba en eso, Alexis pasó, la miró y le dijo a su padre “Está bonita la moto”. 

 


“Cuando la miro me acuerdo de lo que hizo Ale para que yo tuviera esa moto. Él vendió su auto –el hombre hace una pausa de cinco segundos y continúa con la voz casi ahogada en la garganta- Eso hizo. Era jovencito, hacía poco que había entrado a trabajar”, rememora. “Era único”, resume.

 


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