A muchos le parecerá que la cruzada ambientalista que encaró Sergio Quiroga Céliz con su familia es una quimera, otros lo mirarán con desdén o sospecharán que hay algo detrás de la fijación de este hombre por producir ganado sin tocar un árbol de la vegetación autóctona, que crece desde tiempos inmemoriales en su campo ‘El Corralito’, ubicado en el paraje Baldecito de la Pampa, en pleno Departamento Ayacucho.
2.930 hectáreas tiene el campo de cría. Hay 6 potreros grandes (600 hectáreas) y dos más chicos. Y también un piquete de Buffel Grass como "enfermería".
Quiroga Céliz se ríe ante las presunciones ajenas y sigue adelante con su tarea, que incluye algunas certificaciones ambientales de parte de la Fundación Vida Silvestre, todo un plan de conservación que incluso tiene una página en internet (www.bosquesnativosdesanluis.org.ar) y la decisión de demostrarles a los que explotan sin medir consecuencias, que hay una manera sustentable de hacer las cosas sin resignar beneficios económicos.
Es tanta su pasión por el ambiente limpio que encaró un plan para erradicar los perros salvajes de su campo, porque “se comían todo lo que se movía y no podía ser”. Pero no los mató, ni mucho menos, los sacó con un plan de manejo de ambientes. Por eso ahora puede mostrar con orgullo una foto en la que se ve una lampalagua subiendo por la ventana del comedor, o ver a varios conejos corretear por los alrededores, donde los animales silvestres, fruto de la confianza que ya le tienen a la familia, comparten los días bien cerquita.
“Este campo lo compró mi abuelo en 1937, después lo manejó mi papá y ahora es mi turno”, cuenta Sergio mientras alcanza un mate en la galería de la confortable vivienda que comparte con su esposa Paola y sus cuatro hijos: Sofía (21, estudiante de Derecho), Melania (14), Mateo (12) y Emilia (7). En realidad la residencia permanente la tienen en Quines, a pocos kilómetros del establecimiento, “pero cada vez pasamos más tiempo acá”, confirma Paola. La luz llegó en 2012 a El Corralito y Quiroga Céliz jura que les cambió la vida. “Ahora podemos vivir 50% del tiempo en el campo”.
En ‘El Corralito’ confluyen varios proyectos que tiene en mente el productor. Hay una explotación bovina de baja intensidad y cuidado de manejo de las cargas, que en estos días recibió la aprobación para seguir adelante con el Plan Ganadero que tiene la provincia, que exime de una parte del pago de impuestos a cargo de inversiones. Tiene un convenio con la fundación Vida Silvestre, a cuyos especialistas les permite ingresar a sus tierras para que puedan hacer observación de aves y mamíferos a través de cámaras ‘trampas’, que también sirven para ver troncos que no tengan vida y se puedan sacar.
Otra de sus actividades favoritas es la apertura de picadas cortafuego, a las que considera fundamentales en caso de que los Bomberos tengan que venir a sofocar un incendio. Incluso fue coordinador de picadas para todo el norte, en uno de los pocos trabajos que realizó en la faz pública, ya que prefiere siempre colaborar desde el ámbito privado.
Producción, ambiente y sociedad
“La actividad agropecuaria no se puede leer sin tener en cuenta sus tres partes: la productiva, la social y la ambiental, en la que estamos aprendiendo un montón en los últimos años”, asegura Sergio, quien también está abocado a conseguir información satelital para ver las zonas predominantes en su vasta extensión de 2.930 hectáreas. “Observamos dónde domina el quebracho, cuál es la zona de algarrobos y dónde están los pastizales, superponemos esas imágenes en el mapa del campo y favorecemos el manejo, tanto en lo económico como en lo ambiental”, amplía.
Y por si fuera poco, también está decidido a abrir las tranqueras al turismo, a partir de la creación de senderos de interpretación para que todos puedan aprender sobre la flora y la fauna autóctona del norte puntano. “Estarán destinadas a técnicos interesados en aprender más de su profesión, a productores y a la gente urbana, que encontrará un mundo distinto al que ven todos los días”, se entusiasma Sergio, quien cree que los senderos “son una buena manera de entender los procesos productivos. Acá hacemos carne, miel y leña seca, por ejemplo”. Quiroga Céliz está convencido de que “los ingenieros agrónomos no se forman para trabajar en campos de cría, hay poca demanda de los productores por la baja rentabilidad”.
Por eso él se autogestiona, es ingeniero y fue aprendiendo los secretos de los rodeos de cría alimentados en pastizales naturales. Pero no se queda en ese intento, le gusta integrar grupos interdisciplinarios para trabajar sobre el ambiente. “Ahora estamos con el INTA de Villa Mercedes y el Programa Biodiversidad del Ministerio de Medio Ambiente, Campo y Producción midiendo indicadores ambientales en el tiempo. ¿Cuáles son esos indicadores? Por ejemplo el vigor de las plantas, la disminución de la cantidad de perros en el campo, la cobertura de suelos, las especies no coetáneas (de distinta edad) o los parámetros para rolar. Queremos ver si mejoran o empeoran, hacer talleres y capacitaciones y armar una cartilla modelo que tiene que ser una radiografía del campo”, cuenta con entusiasmo.
La charla bajo la galería de la casa le deja paso a una mucho más movida, a bordo de la camioneta y recorriendo esas casi 3.000 hectáreas donde todo es natural. Lo tiene dividido en seis potreros de 400 a 600 hectáreas, más otros dos de 150 a 200. En otras 18 hectáreas hay un piquete de Buffel Grass al que Sergio denomina “enfermería”, porque justamente está reservado a los animales que debe separar del rodeo por alguna zoonosis, o bien los lotes de vaquillonas que están listas para parir.
Recorremos caminos anchos de guadal, con picadas cortafuego perfectamente delimitadas y árboles añosos, algarrobos y quebrachos que podrían contar la historia de los últimos siglos del norte puntano. Incluso luce uno de 400 años en un área de descanso junto al sendero de interpretación más largo, que está separada del resto del paisaje por instalaciones de palo a pique, unos cercos de leña muy artesanales y efectivos. “Mi intención es trabajar en la época de turismo con guardaparques de Las Higueritas y Quebracho de la Legua, que ellos oficien de guía y expliquen cada centímetro de este tesoro natural”, cuenta.
Se nota que la lluvia ha sido complaciente con esta zona habitualmente árida hasta el hartazgo. Hay Gatton Panic en los senderos, una megatérmica que necesita al menos 700 milímetros para crecer, cantidad que fue sobrepasada el año pasado y la historia se repetirá en éste, en el que ya llevan cerca de 500. Por esto también anduvo bien el Buffel Grass.
Como tantos otros ganaderos, Quiroga Céliz tuvo años malos durante el kirchnerismo y ahora quiere renacer. “Hacía cría y recría, con terminación en hotelería en Cactus o Ser Beef, pero cambiábamos la plata porque entre el flete y los costos nos comían la ganancia”, reconoció. Por eso en 2009 se pasó a la agricultura, pero fue peor: “Llegamos tarde, fue el último año del oro verde”, recuerda con una sonrisa aquellos años en los que la soja brillaba a 600 dólares la tonelada, el doble que hoy. “Sembré en campos de terceros con vacas que había vendido, me extendí a Salta, Córdoba y Santa Fe. Tenía soja y maíz en un fideicomiso y me fundí”.
Por eso decidió reconvertirse, abrazar la naturaleza y darle otra perspectiva a su negocio. “Lo mío no es sólo producir carne, también quiero pasto para terminar en carne”, define. Hoy maneja una carga de 5 a 6 hectáreas por vaca, mientras el promedio de la zona es de 8 a 10 animales. “Lo que pasa es que tenemos buen forraje y diversidad de plantas, lo que ayuda al pastoreo”, explica. “La vaca de cría anda bien en estos campos, porque procesa mejor la baja calidad forrajera de las zonas de sacrificio, que son aquellas con sobre pastoreo”.
Mientras espera que fructifique su esquema, recibe un ingreso extra de los colmeneros trashumantes que pasan un tiempo por San Luis. “Yo les alquilo un lugar con wifi y señal de teléfono, donde se quedan a dormir. Traen entre 3.000 y 7.000 colmenas, es gente de Lincoln, en la provincia de Buenos Aires que llega aquí desde Villa Mercedes, alrededor de la primera semana de octubre, cuando florece el algarrobo, y se queda hasta las Fiestas. Están tan entusiasmados que tienen planes de instalar una sala de extracción”, cuenta Sergio.
Seguimos en la camioneta rumbo a un extremo del campo, pasamos por una represa que hoy no se utiliza con fines productivos. “Está de adorno, la queremos para hacer estudios ambientales y remodelarla para que se posen las aves. Por ejemplo ya hicimos una medición y sabemos que en verano se pierden 13 milímetros por día por la evaporación”. Al fondo, en los Comechingones, se ven todavía las heridas que abrió la inundación en las laderas que desembocan en Alem y Luján. “De noche es sensacional, se ven las luces de los autos que van de La Carolina a San Francisco”, amplía el anfitrión, quien define que su campo es “una biorregión con quebrachos blancos y algarrobos negros, no hay otra como ésta en la provincia”.
En el camino se cruzan una chuña y una liebre, que lejos de abrirse paso corren delante de la camioneta, mostrando parte de la fauna que habita la zona. A los costados brilla un alambrado flamante de cinco hilos que pasan por postes de retamo y tienen esquineros de quebracho colorado. Un poco más allá, entre la vegetación crecida que nos llega a los hombros gracias a las precipitaciones abundantes, descansa un bebedero con flotante que está destinado a la fauna silvestre. “Lo pusimos fuera del alcance de las vacas, es sólo para los animalitos del bosque”, cuenta Sergio, quien está de acuerdo con la eliminación de la fauna exótica, como puede ser el jabalí, un claro destructor, pero siempre con orden y sustentabilidad: “Se puede armar un club de cazadores regulado, como el que está en el Parque Nacional El Palmar, en Entre Ríos”, propone.
Las vacas tienen sus propios bebederos, también nuevos, hechos con bloques y hormigón armado. Tienen 25 metros de longitud y 5.000 litros de capacidad, agua que llega directo desde el acueducto Socoscora. El piso es de cemento para evitar hundimientos y el flotante está colocado fuera del potrero para que no lo rompan los animales. La hacienda que pasta libre por el campo tiene destino de invernada a través de venta directa. Compradores de Río Cuarto y Villa Mercedes se llevan los terneros y las vacas usadas. “Salen con buen estado corporal, yo los hago comer el sistema ‘medio pasto’, es decir mucha carga en poco tiempo”.
Quiroga Céliz está detrás de un proyecto que pueda ser amparado por la Ley de Bosques de la Nación. “Tenés que presentar una idea conservacionista y, si la aprueban, envían los fondos para llevarla adelante. El 70% del dinero es para el propietario del campo y el otro 30% para la provincia, que tiene la obligación de monitorear a los privados para que cumplan con los compromisos asumidos”, describe. Él está de acuerdo con la corriente que adscribe al concepto de ‘servicios ambientales’, o sea, poder cobrar un dinero del gobierno nacional para conservar los bosques nativos.


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