En muchas oportunidades cuando se habla del sector agropecuario se lo relaciona con su importante rol de proveedor de alimentos a nivel mundial. Harto conocido es el argumento de que el campo y la agroindustria argentina pueden generar alimentos para más de 400 millones de personas, es decir 10 veces la población total de nuestro país. También es famosa la idealización del gobierno nacional hacia el sector, la cual asegura que la Argentina debe convertirse en el supermercado del mundo, explotando su potencial en la producción de materias primas, pero además incrementando el agregado de valor.
La FAO se plantea si en el futuro los sistemas agrícolas y alimentarios mundiales serán capaces de satisfacer, de manera sostenible, las necesidades de una población mundial en crecimiento.
Pero en contraposición a estos conceptos, que según las diferentes miradas pueden ser verdades o utopías; la realidad del campo y la ilusión de alimentar al mundo van más allá de lo que pretenden los gobernantes y hasta los propios productores.
Lo primero que hay que entender es que en los distintos eslabones que componen la cadena del sector agropecuario, como en todos los sectores económicos, hay tensiones que tienen que ver con los diferentes intereses que la conforman. Difícilmente pueda festejarse que la producción agropecuaria argentina esté en capacidad de generar alimentos para más de 400 millones de personas cuando en nuestro propio país, a las afueras de esos campos o en las veredas de las ciudades, la gente todavía sufre y muere de hambre. Por eso, aunque el problema de la falta de alimento, o mejor dicho de la inaccesibilidad a ellos, es económico, la realidad social se impone y marca la agenda de la discusión desde la planificación política hasta la productiva.
Y en esas discusiones anda el mundo hoy. En la importancia trascendental del acceso a la comida, a las necesidades básicas y urgentes por sobre los bienes materiales y reemplazables. A ese debate aportaremos información
Para eso analizaremos el último informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), denominado “El futuro de la alimentación y la agricultura: Tendencias y desafíos”.
La seguridad alimentaria
Según diferentes indicadores, el futuro de la seguridad alimentaria a nivel mundial peligra debido a múltiples desequilibrios y fuertes desafíos, y la solución es lo que la FAO pretende conseguir. En este sentido, el último informe del organismo asegura que si no se realizan medidas adicionales a las actuales será imposible alcanzar la meta de acabar con el hambre en 2030.
“La capacidad futura de la humanidad para alimentarse está en peligro a causa de la creciente presión sobre los recursos naturales, el aumento de la desigualdad y los efectos del cambio climático” destaca la FAO.
Pensar en cómo llegar a la meta de "hambre cero" se convierte en la principal preocupación de quienes trabajan en beneficio de los más desfavorecidos. La pregunta clave que plantea hoy la FAO es si, de cara al futuro, los sistemas agrícolas y alimentarios mundiales serán capaces de satisfacer de manera sostenible las necesidades de una población mundial en persistente crecimiento y desarrollo.
La respuesta es sencilla, pero no por eso alentadora. La realidad es que sí, que los sistemas alimentarios del planeta son capaces de producir comida suficiente y de manera sostenible, pero aprovechar ese potencial y que beneficie a todos los habitantes de la Tierra todavía requiere “profundas transformaciones”.
Sin cambios en dichos sistemas alimentarios, muchos habitantes de este planeta seguirán padeciendo hambre en 2030, año en el que la agenda de los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) ha fijado la erradicación de la inseguridad alimentaria y la malnutrición crónica. “Sin esfuerzos adicionales para promover el desarrollo en favor de los pobres, reducir las desigualdades y proteger a las personas vulnerables, más de 600 millones de personas estarán todavía subalimentadas en 2030”, asegura el estudio de la FAO. De hecho, el ritmo actual de progreso ni siquiera sería suficiente para erradicar el hambre hacia el año 2050.
En la misma línea, el organismo ya nos había adelantado este punto el año pasado en el trabajo denominado “Panorama de la Seguridad Alimentaria y Nutricional en América Latina y el Caribe 2016”, donde sostenía que “para alcanzar el ODS/Hambre Cero, América Latina y el Caribe deben erradicar tanto el hambre que afecta al 5,5% de la población regional como la desnutrición crónica y el sobrepeso, que sufren actualmente el 11,3% y el 7,2% de los menores de 5 años, respectivamente.” Además aseguraba que “si bien la disponibilidad de alimentos en América Latina y el Caribe es suficiente para cubrir las necesidades energéticas de toda su población, existen tendencias preocupantes”. Y que “las señales de ralentización del crecimiento económico, sumadas al estancamiento de la reducción de la pobreza, suponen riesgos significativos para la seguridad alimentaria y nutricional”.
Tendencias: el camino que debemos corregir
El propósito del informe de la FAO consiste en comprender los desafíos a los que la agricultura y los sistemas alimentarios se enfrentan actualmente y seguirán enfrentándose durante el mediano y largo plazo. En este sentido, se desprenden 15 tendencias y 10 desafíos, los cuales están estrechamente interrelacionados y dan forma a los desafíos que obstaculizan la meta de la seguridad alimentaria, la nutrición para todos y la agricultura sostenible.
No es una opción que todo siga como hasta hoy, sin cambios profundos. Para que sea posible aprovechar el potencial del sector alimenticio y de la agricultura con miras a conseguir un futuro seguro y saludable, “serán necesarias grandes transformaciones en los sistemas agrícolas, las economías rurales y el ordenamiento de los recursos naturales”.
Según las previsiones, “la población mundial aumentará a 10 mil millones de personas en 2050, lo cual dará lugar a un crecimiento de la demanda agrícola –en un clima de modesto crecimiento económico– de un 50% en comparación con 2013. El aumento de los ingresos en los países en desarrollo aceleraría la transición alimentaria hacia un consumo mayor de carne, frutas y verduras -con respecto al de cereales–, exigiendo las modificaciones correspondientes en la producción y añadiendo presión sobre los recursos naturales”.
Claramente significa que el crecimiento económico y la dinámica demográfica están determinando el cambio estructural de las economías. Y si bien las inversiones agrícolas y las innovaciones tecnológicas aumentan la productividad, el incremento de los rendimientos se ha ralentizado, alcanzando tasas más bajas de lo que sería deseable.
Pero no sólo lo que se produce y lo que se consume es lo que debemos evaluar, también hay que poner el ojo en lo que se desecha. Es una tendencia que ineludiblemente es necesario cambiar: “Las pérdidas y el desperdicio de alimentos representan una proporción considerable de la producción agrícola y, si se redujeran, disminuiría la necesidad de incrementar la producción”. Muchas personas podrían hoy cubrir su necesidad básica de alimentos si el negocio económico que hay detrás de ellos no les imposibilitara el acceso.
Entre otras de las tendencias que se observan en el mediano y largo plazo, el informe destaca que “el cambio climático afecta desproporcionadamente a las regiones expuestas a la inseguridad alimentaria, poniendo en peligro la producción agrícola y ganadera y la pesca. Es probable que, con las prácticas agrícolas actuales, satisfacer el aumento de la demanda de productos agrícolas conduzca a una competencia más intensa por los recursos naturales, al aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y a una mayor deforestación y degradación de la tierra”.
Por supuesto que no todas son malas al momento de hablar sobre el impacto que ha tenido el actual sistema de producción de alimentos. Hay una verdad indiscutida y es que el hambre y la pobreza extrema se han reducido desde la década del '90. “Sin embargo, unas 700 millones de personas, en su mayoría de las zonas rurales, siguen siendo extremadamente pobres. Además, cerca de 800 millones de personas padecen hambre crónica y 2 mil millones, carencias de micronutrientes”. Conocidos estos números y si todo sigue igual, es decir que no se realice ningún esfuerzo extra para promover el desarrollo en favor de los pobres, el informe de la FAO muestra que la tendencia a 2030 es que “unos 653 millones de personas seguirán estando subalimentadas”.
Otras dos tendencias importantes que podemos observar es que “los productores en pequeña escala y los hogares sin tierras son los primeros en salir perdiendo y, cada vez más, buscan oportunidades de empleo en sectores distintos a la agricultura”. Significa que la migración interna no se detiene y que los grandes centros urbanos son lo que siguen recibiendo flujos de trabajadores campesinos desocupados y generalmente pobres. La segunda es que “los conflictos, crisis y catástrofes naturales están aumentando en número e intensidad. Así reducen la disponibilidad de alimentos, trastornan el acceso y debilitan los sistemas de protección social, empujando al hambre y la pobreza a muchas de las personas afectadas”
Desafío: cambiar es la única opción
El informe de la FAO señala que estas “tendencias” generan desafíos. El principal es "modificar los sistemas de producción agropecuaria que exigen cuantiosos recursos e insumos, que causan la deforestación masiva, la escasez de agua, el agotamiento de los suelos y elevados niveles de emisiones de gases de efecto invernadero”; y que además “no permiten lograr una producción agrícola y alimentaria sostenible”. Por lo que se vuelve necesario, “establecer sistemas innovadores que protejan y potencien la base de recursos naturales, mientras aumentan la productividad. Se necesita un proceso de transformación hacia enfoques holísticos, como la agroecología, la actividad agroforestal, la agricultura inteligente en función del clima y la agricultura de conservación”.
Otros desafíos son la necesidad de reducir la utilización de combustibles fósiles y lograr una mayor colaboración internacional para evitar que surjan nuevas amenazas transfronterizas para los sistemas agrícolas y alimentarios, como plagas y enfermedades.
En cuanto a la pobreza extrema, o para evitar que quienes salieron de allí vuelvan en el corto plazo, es necesario adoptar medidas para reducir las diferencias. “Implica abordar las desigualdades, tanto dentro de los países como entre ellos en lo relativo a los niveles de ingresos, oportunidades y propiedades de activos, incluidas las tierras. Las estrategias de crecimiento favorables a los pobres, que garantizan que los más débiles participen en los beneficios derivados de la integración de los mercados y las inversiones en agricultura, mejorarían sus ingresos y las oportunidades de inversión en las zonas rurales y harían frente a las causas profundas de la migración” señala la FAO.
Por último, el desafío final que plantea la FAO pasa por la integración y el trabajo en conjunto. “Uno de los mayores desafíos consiste en lograr una gobernanza nacional e internacional coherente y eficaz, con objetivos claros de desarrollo y el compromiso para alcanzarlos. La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible encarna esa aspiración, que trasciende la división entre países “desarrollados” y “en desarrollo”. El desarrollo sostenible es un desafío universal y una responsabilidad colectiva de todos los países y exige cambios fundamentales en la forma de producir y consumir de todas las sociedades”.
Esto discute la comunidad internacional hoy, de esto se trata el futuro de la generación actual y de las próximas. Y mientras muchas veces nos olvidamos de lo que realmente importan y solamente nos centramos en nuestro pequeño mundo personal, nunca es tarde para sentarnos y mirar un poco más lejos. Emparentarnos con los demás y tratar de buscar las herramientas para que todos estemos mejor.


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