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Baile de ilusiones: la historia del merlino becado por el Teatro Colón

Por redacción
| 14 de abril de 2017
Bailando por un sueño. Mel demuestra sus habilidades en el corazón de Merlo, la Avenida del Sol.


La vida a veces es circular. El regreso es en donde partí. Así debe pensar Mel Nehuen Fazio Marco. Con sólo 12 años saltó a los pasillos de elite del baile clásico argentino. Llegó a Villa de Merlo desde Castelar, Buenos Aires, con 5 años y ahora se tuvo ir a vivir a la “ciudad de la furia”. Su estilo enamoró y el instituto, que depende del Teatro Colón, lo convocó. “Conocer el Colón fue emocionante”, dice el merlino por adopción.

 


El 16 de febrero, un llamado desde Buenos Aires cambió por completo la vida de la familia. De un lado de la línea estaba la abuela Dina Bairach con la noticia desde Capital Federal. Del otro lado, en una feria en Villa Las Rosas (Córdoba), los padres de Mel: Diego Fazio lloraba como un niño y Eli Marco trataba de asimilar la noticia, esos dolores dulces.

 


“Lo disfruto”, cuenta sobre su presente el pequeño gigante de ojos celestes y mirada rebelde. “Más que un sueño, es algo que quiero. Lo veo como una experiencia”, agrega con soltura. Aunque a veces extraña Merlo, a sus padres y a su hermana Zoe (16 años, también bailarina), poco a poco cobra dimensión de lo que le está pasando.

 


“Qué lío armé, abuela”, dijo cuando al salir del curso que fue a hacer a Capital Federal, Dina le comunicó que los profesores lo querían adentro del Instituto Superior de Arte (ISA) del Teatro Colón. Pasó el examen y no arrancó desde primero, porque automáticamente lo subieron al segundo nivel.                 

 


Vida nueva

 


En Merlo, Mel Nehuen programaba sus días para ir a la EMEI (Escuela Modelo de Educación Integral), pasear en bicicleta con sus amigos cerca de las sierras, ir a danza con las profesoras Sandy Brandauer y Silvia Labat –sus mentoras- o tomar una gaseosa en la Avenida del Sol. Eso cambió totalmente desde el jueves 2 de marzo.     

 


A las cinco de la mañana, en una ciudad en la que no cantan los gallos pero rugen los autos, se levanta a desayunar. A las seis toma un colectivo solo hasta la estación de subtes. A las siete llega en ese largo gusano subterráneo de metal a la estación cercana al Colón y cursa técnica de la danza clásica, francés, música y preparación física.

 


Sale del ISA y pasa a la Escuela "Nicolás Rodríguez Peña" para culminar sus estudios primarios. A las seis de la tarde vuelve a subirse al subte, después al colectivo y a las siete llega a la casa de su abuela. Revisa la tarea, cena y a las nueve de la noche se acuesta.

 


Pese al esfuerzo, Mel dice que le “gusta muchísimo” esta etapa de su vida. Su mirada se enciende cada vez que habla de la danza. Pero la tiene clara: “Si un día veo que no me gusta más, hago otra cosa”.  

 


Todo en un año

 


Todo fue tan vertiginoso como los giros de Julio Bocca o Maximiliano Guerra. A los 11 años empezó danza en Merlo porque se lo pidió a su papá. A los 12 fue a hacer un curso de dos semanas en Buenos Aires y fijaron la mirada sobre él. “Una de las profesoras me dijo que tenía posibilidades de entrar como becario si pasaba un examen”, recuerda. Lo que era un estudio de verano se convirtió en un estilo de vida. De los 19 convocados a hacer el examen quedaron cuatro, entre ellos el merlino Mel Nehuen, el único varón.

 


En San Luis fue a ver al reconocido Ballet Sylvia y no imaginaba que en poco tiempo iba a presenciar un ensayo, pero en el Teatro Colón, en donde dice que al entrar sintió “una presión en el pecho, un escalofrío”. En poco tiempo empezará a realizar ensayos en ese mismo lugar en donde conoció a Paloma Herrera. “Todavía no me puedo imaginar bailando en el Colón”, cuenta.

 


“Él estaba muy convencido de esto”, cuenta la mamá sobre la elección de Mel. Entiende, aunque le duela la distancia, que “es una oportunidad” que su hijo “no puede desaprovechar”. Y ejemplifica con una apostilla futbolera: “Es como si te llama el Barça”. Mel Nehuen baila en puntas de pie como Messi lo hace con la pelota.

 


Eli estuvo un mes en Buenos Aires y Diego algunas semanas para acompañarlo. Como tienen que dar clases en el CAAM (Centro de Actividades Acuáticas Merlo), que fundaron hace siete años, a veces se sobrecarga uno de ellos para que el otro pueda viajar a acompañar al bailarín precoz.

 


Cuando la abuela Dina le contó al salir de clases que lo convocaban a rendir el examen para ser becario y que tal vez tenía que quedarse a vivir en Buenos Aires, a la media cuadra de recorrido “me convencí que quería entrar y dije que sí” –recuerda-.   

 


Aunque no se presiona y lo toma con calma, en una madurez pocas veces vista en un niño/púber de su edad, tiene un objetivo: llegar al Taller de Danza Contemporánea del Teatro San Martín, en Capital Federal. “En el baile contemporáneo se crea y se expone, en cambio en el baile clásico uno baila sobre obras ya hechas”, aclara.

 


Y el niño se pone calzas negras y badanas blancas en los pies y baila. Y mientras baila, para él el mundo para. Nada más tiene importancia que ese baile. Y parece decir como Agüero: “sobre la oreja de la muchedumbre, /yo seré siempre libre”. Fuera de ese baile pasa el mundo y su crueldad. “Y el niño responde solo: / -Oh, mira las mariposas”.  

 


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