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Volar a oscuras: la experiencia de saltar al infinito con cuatro sentidos

Por redacción
| 25 de junio de 2017
El pasajero. Jorge Arellano (izq.) y su instructor luego del aterrizaje en el Aeropuerto de San Luis.

“Siempre quise saber qué se siente volar. Y es una sensación indescriptible, creo que no la puedo comparar con nada que me imagine", así describió Jorge Arellano su salto de bautismo en el Club de Paracaidistas de San Luis en el aeropuerto puntano. Luego de enterarse en una nota que publicó El Diario de la República sobre esta actividad, Jorge no dudó un segundo y llamó a Sergio Moyano, uno de los encargados del lugar, para reservar su lugar en la avioneta.

 

El Club de Paracaidistas de San Luis organiza saltos de bautismo en el aeropuerto capitalino.


Jorge tiene 56 años y una condición que lo acompaña desde que nació. Es una enfermedad genética que se llama retinosis pigmentaria, también conocida como ceguera nocturna porque si no hay luz no ven nada. "Yo nací con un 50% menos de visión, y mis padres se dieron cuenta cuando tenía 3 años. Me llevaron al médico porque en la familia de mi mamá había antecedentes de ese problema. Estuve toda mi vida con tratamientos y gracias a eso logré llegar a los 40 con algo de visión", resumió. A partir de esa edad, Jorge empezó a ver como si lo hiciera detrás de un papel manteca, borroso y con sombras negras que se distinguen sólo si el día está despejado. Ahora prefiere valerse de un bastón, porque su vista lo engaña. "Por ejemplo, puedo ir caminando por la calle y ver la figura de lo que podría ser un árbol o un poste, y a lo mejor lo veo una vez, pero en un momento la iluminación cambia y no lo veo más, y me lo llevo por delante", explicó.

 


"Mi deseo de volar empezó cuando era muy chico, yo quería sentir esa sensación. Toda mi vida me gustó. De niño jugaba con barriletes, de hecho lo fabricaba, me gustaba mucho. Además que jugar al fútbol era complicado porque no veía bien. Por ahí me costaba hacerlo volar, pero me adapté. Y eso me empujó a que me gustara el tema del vuelo. Tenía la esperanza de que algún día podría entrar a las Fuerzas Armadas y ser piloto de avión, pero a los 16 me di cuenta que no iba a poder pasar el examen médico", recordó con pena.

 


Sin embargo, el destino y el deseo actúan de maneras misteriosas, y por una nota que "leyó", a través de un programa de computadora que se llama Jaws, Jorge se pudo contactar con el Club de Paracaidismo y hacer su salto de bautismo. Al principio pensó que no lo iban a dejar, pero pudo ser hijo del aire. Después de una breve instrucción, fijaron una fecha, el 20 de junio, y sellaron la aventura.

 


Una vez arriba de la avioneta empezó la experiencia. "Cuando se abrió la puerta del avión y sentía el aire, me pregunté: '¿Dónde me metí?', pero ya era tarde para arrepentirme y yo venía con todo el impulso, así que saqué los pies afuera del avión y después de eso ya estaba en las manos del instructor. Él se acomodó y se largó conmigo", contó Jorge.

 


"Fue una sensación que nunca tuve, como de caer. Al principio, hasta que abrís las manos cuesta respirar, por la sorpresa me parece. Por eso te dicen que abras las manos y ahí empezás a respirar. Y aparece la sensación de que vas volando, realmente hasta podés maniobrar un poco, porque según los movimientos que hagas podés ir para un lado o para el otro", describió al detalle y continuó: "Cuando abrió el paracaídas, yo pensaba que era un sacudón fuerte, pero es suave. Sentí un ruidito nada más que es de cuando lo abre. Se frena un poco, como una frenada de un auto, y después sentí suavidad, silencio y el planeo. Me gustó un giro un poco brusco que sentí antes de aterrizar. Fue una linda sensación que volvería a experimentar".

 


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