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"Don Andrés", un campo donde cultivan sabiduría

Además de la producción de soja y maíz, la estancia de la familia Bongiovanni, ubicada al norte de Tilisarao es una usina de información, ensayos y datos útiles para toda la agricultura del Valle del Conlara.

Por Juan Luna
| 27 de mayo de 2018
Dos generaciones. Américo y Marcelo Bongiovanni trabajan codo a codo en las parcelas. Las tierras las compró el papá de Américo.

Entre los brotes de soja y los tallos del maíz, ambos cobijados por el sol cálido del Valle del Conlara, nacen algo más que plantas. Es impalpable, no se mide en toneladas ni su importancia se calcula en dinero, pero es tan valioso como los propios cultivos. En el establecimiento “Don Andrés”, un pequeño campo agrícola de Tilisarao, se siembran preguntas, crecen datos y se cosecha conocimiento.

 

Esas tierras, que se enclavan en el kilómetro 886 de la Autopista Nº 55, fueron las que acunaron a tres generaciones de los Bongiovanni, una familia que forjó su historia en esa zona cándida de la Provincia de San Luis, pero que lleva en su apellido italiano el sello indeleble de su origen. Como muchos habitantes de esa región, sus raíces se remontan a principios de siglo, cuando inmigrantes piamonteses desembarcaron en busca de un destino a través de la siembra de trigo.

 

A lo largo de un siglo, la estancia sufrió divisiones, cambios de mano y transformaciones, y vivió los vaivenes de la agricultura y la ganadería hasta convertirse en un campo exclusivamente dedicado a los cultivos extensivos. Pero más allá de su propia actividad productiva, desde hace una década se convirtió en una usina de información donde se realizan ensayos para medir la respuesta de diferentes semillas de soja, híbridos de maíz, fertilizantes, herbicidas y especies de cobertura, entre otras pruebas.

 

“Estas tierras las compró una sociedad formada por mi padre con sus hermanos, cuando todavía vivía mi abuelo. Después yo heredé una parte, unas 250 hectáreas, pero es una tradición familiar que hoy la continúa mi hijo Marcelo”, describió Américo, un hombre sereno de 68 años que sigue poniéndole el cuerpo a las tareas del campo todas las tardes sin faltar un solo día.

 

Su único hijo varón (tiene otras dos mujeres) es quien hoy encabeza y guía los caminos del establecimiento. Y es también uno de los grandes responsables del perfil educativo que adquirió la estancia. En 1998 culminó su formación como ingeniero agrónomo en Villa Mercedes y regresó a su hogar para aplicar en sus propias tierras todo lo que había aprendido.

 

“Empezamos con un campo que venía con una forma de manejo, de agricultura y ganadería convencional, con suelos degradados, no se hacía rotación de cultivos, ni fertilización, y no se aplicaba la tecnología. En realidad, se hacía el manejo que conocía el productor normal de la zona en ese momento”, describió quien además se desempeña como asesor agrícola y docente universitario.

 

De modo que hasta hace veinte años atrás el campo tenía una producción mixta y combinaba la siembra con la cría vacuna. Pero varios factores confluyeron para que se convirtiera en una unidad totalmente agrícola.

 

“Empezamos a incursionar en la siembra directa y a reconvertir todo de la mano de otra actividad como la venta de insumos, que nos lleva mucho tiempo. Al ser una superficie chica, no alcanza a dar una rentabilidad que permita sostener una familia. Entonces tratamos de diversificar los trabajos y compatibilizarlos”, explicó.

 

Es que la familia también tiene en el pueblo de Tilisarao un comercio de venta de insumos agropecuarios y otros productos de ferretería industrial. “Se dio la posibilidad en 2002 de empezar con la venta de agroquímicos. Primero éramos sucursal de una casa de Venado Tuerto y después empezamos por cuenta propia. Fue ahí que vendimos las vacas y nos dedicamos a la siembra nada más, porque con un negocio y un campo que es chico, no era factible seguir con la ganadería”, recordó Américo.

 

Más allá de eso, si de gustos se trata, padre e hijo están un poco divididos. El primero afirma que su idea era continuar con una producción mixta. “Pero para eso tendría que tener otro campo más grande para las vacas”, aclaró. “No se dio, pero siempre le aconsejo a la gente que no deje la hacienda porque es una reserva para quien se dedica al campo. Tenés una garantía todo el año de que vas a tener ingresos, en cambio la cosecha es mucho más arriesgada”, expresó el mayor de los Bongiovanni.

 

Marcelo, en cambio, aunque también tiene su cariño por la ganadería, cree que su inclinación hacia la agricultura viene arraigada como una herencia de sus antepasados. “Ellos vinieron a hacer trigo a San Luis, hace cien años atrás. Tenían más incorporada la siembra. La ganadería vino después”, dijo para justificar sus gustos.

 

Lo cierto es que con tiempo, esfuerzo e inversiones, emprendieron una transformación del campo. Cambiaron la labranza tradicional por un sistema de siembra directa, implementaron las rotaciones de los lotes e incorporaron el uso de fitosanitarios, herbicidas y fertilizantes en una búsqueda de aportar materia orgánica al suelo para mejorar su calidad y vencer las malezas y plagas que puedan afectar la vegetación.

 

De ese modo, desde hace varios años casi la totalidad del terreno productivo de la estancia se reparte entre la siembra de maíz y soja, los dos principales cultivos de la zona. “Este año también hicimos una experiencia con poroto mung, pero desgraciadamente tuvimos una helada temprana el 25 de marzo que lo afectó bastante”, lamentó Bongiovanni junior.

 

Entre una campaña y otra, por lo general apuestan a una práctica que está en pleno crecimiento pero que no tenía la misma difusión y aceptación unas décadas atrás: los cultivos de cobertura, como el centeno, la cebada, o el triticale, que brindan grandes beneficios al suelo.

 

“Todo depende de cómo viene el año. Esta temporada fue muy seca y por lo tanto la superficie de la cobertura fue menor. Solamente pudimos hacer los lotes que tienen buena cantidad de agua en el perfil”, aclaró el ingeniero agrónomo. Entre las virtudes de la práctica, dijo que permite “aprovechar el agua que normalmente se pierde en invierno por evaporación, para generar una biomasa en el cultivo y mejorar el suelo con raíces y poros. También ayuda a la estabilidad de los agregados y al control de malezas. Pero no todos los años se puede hacer si no hay suficiente humedad, es una herramienta interesante que hay que saberla ubicar en tiempo y espacio”.

 

 

 

Con ensayo sale mejor

 

Más allá de buscar el propio crecimiento y aumentar su productividad, los Bongiovanni notaron por entonces una falta de información útil para los agricultores del Valle del Conlara. Un hueco que había que llenar con referencias climáticas, registros de precipitaciones y de temperatura, fechas probables de heladas y granizos, reacción de los suelos a distintos cultivares y ciclos, y rendimientos esperables, entre otro gran cúmulo de pequeños datos que son fundamentales para reducir riesgos ante cada nueva e incierta campaña de siembra.

 

“Pasa lo mismo que en casi toda la provincia, hay poca información. La que existe es la generan algunas instituciones públicas, como la universidad o el INTA, y algunos grupos de productores, como Aapresid o CREA. Pero nunca alcanza. Hay un montón de cosas de la que se conoce muy poco o hay datos que vienen de otras zonas pero no tenemos la referencia local, que es la que importa. San Luis tiene sus propias características de clima y suelos que la hacen muy particular con respecto a otras zonas productivas, por eso tenemos que generar nuestra propia información”, sostuvo Marcelo.

 

Es por eso que desde hace por lo menos una década, decidieron abrir las puertas de “Don Andrés” y ofrecer sus tierras para hacer ensayos y pruebas que arrojen resultados que sirvan para los productores de la región. Varias empresas semilleras, fabricantes de fitosanitarios y de otros productos acuden a la familia puntana para hacer experiencias con sus insumos y mostrarlos en funcionamiento.

 

Pero además, gracias al trabajo de Bongiovanni hijo como docente en la carrera de Ingeniería de Agronómica de la Universidad Nacional de San Luis, pudieron concretar un convenio entre su empresa y la alta casa de estudios. Así, desde hace un poco más de cuatro años el establecimiento es reconocido como Campo Experimental de la Facultad, y los alumnos viajan con frecuencia para hacer sus experiencias prácticas en el lugar como parte de su formación profesional.

 

Incluso, algunos estudiantes avanzados eligen la estancia como terreno para desarrollar investigaciones que sirvan de sustento a su tesis para graduarse. En estos momentos, por ejemplo, un alumno realiza un ensayo sobre fertilización nitrogenada con fertilizantes de liberación lenta.

 

“Tratamos de que lo que hacemos acá sirva para la formación de los estudiantes, y que luego se publique y también sea de utilidad para otros técnicos y los productores de la zona”, manifestó.

 

Asimismo, el INTA instaló una estación agrometeorológica en el campo, que permite tener datos certeros e inmediatos sobre los niveles de lluvia, intensidad del viento, temperatura del suelo, entre otros factores climáticos. Antes de contar con esos instrumentos de medición, en la zona solo contaban con la Red de Estaciones Meterológicas (REM) del gobierno provincial, que tiene fuerte presencia dentro de los pueblos y no tanto en las inmediaciones rurales.

 

Gracias a ese trabajo con el organismo nacional, un investigador de la Experimental de Villa Mercedes realiza un estudio sobre cultivos de cobertura y fertilización con zinc, además de los ensayos anuales sobre cultivares de soja e híbridos de maíz.

 

“Lo bueno es que de esta forma sabemos que hay un punto en la provincia en el que se está generando información que es importantísima porque año a año salen cosas nuevas y no nos podemos quedar atrás”, enfatizó Marcelo Bongiovanni, quien de esa forma logró interrelacionar y hacer confluir sus distintas tareas, tanto en la actividad privada como asesor agrícola, como en su labor docente y en la producción de su estancia.

 

Porque toda la información que ahí se genera, también les sirve a los dueños de “Don Andrés” para conocer a fondo sus tierras, probar nuevas tecnologías y las últimas novedades del mercado, y mejorar la eficiencia de su agricultura, que es en definitiva el fin último de todo establecimiento.

 


Una zona que crece

 

A sus 68 años, Américo ha visto crecer el sector agropecuario del Valle del Conlara como nadie. Nacido y criado en esas mismas tierras, sostuvo que al igual que ellos, muchos otros productores fueron evolucionando en tecnología, prácticas y volúmenes de producción. “Es tremendo el avance que hubo. En el año 2000 no se sabía lo que era la siembra directa, por ejemplo. Nosotros empezamos con una máquina convencional que la adaptamos. Así arrancamos muchos, bien de abajo”, recordó.

 

Para el hombre, fueron los foráneos los que trajeron nuevos empujes y recursos a una zona de terratenientes muy aferrados a sus usos y costumbres. “Los propietarios de los campos no se animaban a cambiar. El progreso tecnológico empezó con la gente que vino de afuera y ahora prácticamente el 60% de los que trabajan las tierras son los hijos de los dueños, muchachos que se han ido tecnificando tanto en la siembra como en la cosecha, porque antes tenías que esperar que vinieran las máquinas de afuera. Ahora por suerte tenemos contratistas y la zona dio un salto tremendo”, aseguró Américo.

 

También los campos sufrieron los cambios de la economía social, el boom agrícola, los declives de la ganadería y su más reciente recuperación. Así, muchos campos de cría se fueron transformando en superficies laborables que apuestan a los cultivos extensivos.

 

Marcelo describió a esa franja de campos que se bifurcan a ambos lados de la autopista 55 como una región que no escapa a las generalidades del área productiva de San Luis. “Tiene un clima semiárido, con lluvias estacionadas muy ubicadas en primavera, en el verano y un poco del otoño. Los inviernos son muy fríos y secos”, graficó.

 

El 90% de la superficie agrícola se destina a los cultivos de verano insignia de la provincia: el maíz y la soja, y solo un pequeño sector tiene como siembra el sorgo y otras especies estivales. Pero una de las principales dificultades que deben enfrentar a la hora de sembrar es el estrecho período libre de heladas con el que cuentan para arrojar las semillas. Las últimas heladas del año se dan en octubre y las primeras del siguiente se estiman siempre para el 1º de abril. De modo que la actividad productiva está muy concentrada en noviembre y diciembre y cuentan con apenas cuarenta y cinco días para trabajar, una ventana mínima.

 

“Aquí también las precipitaciones son muy variables. Hay años en que llueve bien y otros en que se reducen las precipitaciones, como sucedió en esta última temporada”, explicó el agrónomo. Por eso, el gran manejo agrícola que tienen que hacer consiste en administrar el agua, insumo principal en la agricultura de secano. Ante el panorama que presenta el Valle del Conlara planteó: “Tenemos que tratar de mejorar el suelo, aportarle materia orgánica y cobertura para que pueda retener la humedad y aguantar mejor en períodos de escasez. Si no se hace un buen manejo desde el principio, no se llega a buen puerto. Las producciones son de alto costo y no nos podemos dar el lujo de perder recursos que son valiosos”.

 

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