SAN LUIS - Martes 16 de Abril de 2024

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La privacidad y la hipocresía

Por redacción
| 25 de agosto de 2018

El artículo 19 de la Constitución Nacional expresa con absoluta precisión: “Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe”. 

 

Bajo el título: “De la libertad y respeto a la persona humana”, el  Artículo 15 de la Constitución de la Provincia de San Luis señala: “… Nadie puede ser obligado a hacer lo que la ley no manda ni privado de lo que ella no prohíbe... Las acciones privadas de los hombres que no afecten el orden y la moral pública ni perjudiquen a terceros, están exentas de la autoridad de los magistrados. Los poderes públicos garantizan el derecho a la paz, la intimidad y la privacidad de la persona humana…”. 

 

Internet ha creado una red formidable. Tan compartido resulta todo, que se las termina denominando “redes sociales”. Son de toda una sociedad que se conecta de un modo antes nunca visto. Se conecta lo mejor y lo peor de cada uno. Fotografías, imágenes, videos, momentos, secuencias, sensaciones, historias muy profundas, naderías. Todo. La vida. Nadie avizoró tan bruto potencial. Se le decía “la nueva biblioteca del mundo”, y lo que parecía demasiado grandilocuente, ha quedado fatalmente corto. Es mucho más que eso. Han explotado contenidos y herramientas. En instantes, luego de una fatal indiferencia, ya la política no puede prescindir de ellas. Nadie pudo pensar un ágora tan universal y gigantesca. Allí se congregaban en la Antigua Grecia los ciudadanos de las polis. Era un espacio abierto, centro del comercio (mercado), de la cultura y la política de la vida social de los griegos. Estaba normalmente rodeada por los edificios privados y públicos más importantes, como las stoas (pórticos columnados), pritaneos (oficinas administrativas), bouleterión (edificio para las reuniones de la boulé) y balaneia (baños). Todos estos estos espacios, toda su actividad está hoy en las redes. Y lo ve el mundo. Y se proyecta allí lo público y lo privado. Lo puro, lo sano y lo perverso. El avance de Internet y de las redes arrasó con todo. Allá por los noventa el genial Giovanni Satori, en su “Homo videns” cuestionaba: “…Ante el avance imparable de la edad multimedia ¿aparecerá una nueva forma de pensar, un postpensamiento acorde a la nueva cultura audiovisual…?”. Para la respuesta adecuada se hace menester filósofos de la misma envergadura. Sin embargo, y respondiendo con alguna ligereza, sin duda el cambio brutal de las formas ha dado lugar a un nuevo pensamiento. Con un minúsculo teléfono en las manos, se viven al mismo tiempo alegrías y dramas, se desdoblan estados de ánimo y se comparte el devenir de la vida con varios grupos a la vez. 

 

A lo que le va a llevar mucho tiempo entrar en sintonía, es a un infame y mediocre dedo acusador que vive señalando para el lado de la hipocresía. Que aparece siempre implacable en el hipócrita juicio del otro que, bien lejos, entre cuatro paredes o con un exquisito mar de fondo, en circunstancias absolutamente privadas, hizo lo que tenía ganas de hacer sin involucrar a terceros, a cuartos, ni a nadie más que a su pareja. Y decidió grabarse, muy coherente con los tiempos que corren. Y no pretendió ser ejemplo para nadie. Ni para grandes ni para chicos. Por su puesto la vieja hipocresía no perdona. Subida al elixir de la perfección que pregonan juzga, descalifica y despedaza. “Se es funcionario público las veinticuatro horas”, declaman los más audaces. Por favor…tómense tres minutos para examinar con seriedad con qué grado de coherencia tolerarían exhibir las veinticuatro horas de todas sus actividades. Hay cosas que puedan no estar bien, y puede no ser demasiado sensato exhibirlas. Mejor hubiera sido que no. Pero la función pública y la vida toda, se honran de otra manera. Y no cae en el juicio de estos fariseos quién lo hace y quién no.

 

Ah, y que conste…la juventud y el placer, no se perdonan nunca. Y a cada uno, en su vida privada, le da placer, lo que le da placer. Y eso en nada lo desmerece.

 

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