Paola Duhalde
Directora Periodística
La tristeza de Santiago
La mujer tiene el rostro sombrío y sostiene un cartel escrito a mano. Pide por Manuel, de quien no sabe nada desde hace tres semanas. Está parada junto a la entrada de la estación Tobalaba y es un reflejo de la desesperación. Pide videos, pide datos de su hijo.
Santiago está enrejada, está alterada, está triste. "No hay clima de Navidad", dicen las madres. "Cerramos antes de que anochezca", dicen los comerciantes. "Esta crisis se va a poner cada vez peor", dicen los taxistas. En la zona del Palacio de La Moneda las vallas van paralelas a la Alameda, que en realidad lleva el nombre de Bernardo O'Higgins, figura clave del proceso de liberación chileno, un sentimiento que por estos días extrañan tras la Cordillera. En esa misma zona, sede del Gobierno, para acceder a algunos sectores incluso exigen la presentación del documento de identidad.
Los conflictos, que el 18 cumplen dos meses, empezaron por el aumento del sistema público de transporte de Chile. Cuando el gobierno de Sebastián Piñera decidió subir 30 pesos el boleto (poco más de 2 pesos argentinos) se disparó el estallido social. Y se sintió precisamente en el transporte: hay estaciones del metro santiaguino que están fuera de funcionamiento porque quedaron inutilizadas tras los destrozos. La gente salió a las calles, copó la plaza Italia y el enfrentamiento con las fuerzas públicas ha dejado saldos lamentables: 23 muertos, más de 350 dañados oculares, vejaciones y desaparecidos.
La vida en la capital chilena está alterada, pero la peor sensación es cuando cae la tarde. La gente huye, literalmente. Se esfuma, desaparece del centro. A las 20:30 caen las persianas metálicas sobre los comercios, empiezan a sonar las sirenas y los pocos negocios de alimentos que permanecen abiertos atienden detrás de una reja. Es imposible hallar un lugar para comer en la zona céntrica, en el Paseo Ahumada —que es la peatonal— o en los alrededores de la Alameda. Y a las 21, desde un balcón cualquiera, empieza a sonar el golpe de una cuchara contra una cacerola. Y después otra, y tres más. Hasta que son un montón en un concierto que dura media hora. Un sonido que envuelve y eriza, porque las veredas están vacías, pero se nota la gente detrás del ruido.
La noche sigue con algunas bombas a lo lejos y más cerca. Y sirenas en toda la madrugada. Hasta que sale el sol nuevamente. Las vallas siguen ahí, los carabineros también. Las estaciones permanecen cortadas y la gente está un día más triste.
Las manifestaciones en la plaza se repiten todos los días y las mujeres siguen replicando que el "Estado opresor es un macho violador". Las redes sociales juegan un papel fundamental hoy, cuando los medios ya no muestran todas las protestas.
Santiago está triste y aunque al caer la tarde la gente vuelve a esconderse, amanece con la esperanza de acabar con la desigualdad. "Si al fin y al cabo, todo esto es para los cabros", dice una mujer, con un pañuelo verde atado en su cartera y su hija adolescente del brazo.


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