Son muchos los ciudadanos que con mucha frecuencia manifiestan su fuerte apego a la Constitución y las leyes. Incluso pregonan enfáticamente la necesidad de que los gobernantes, los legisladores, los líderes políticos y los comunicadores sostengan esta consigna sin ninguna claudicación. Y, en rigor, suena como una idea valiosa y destacable. La plena vigencia de las instituciones republicanas debería encontrar en estos criterios un auténtico pilar. Por otro lado queda claro que cuando la realidad circula por los carriles habituales las cosas se facilitan, y ser riguroso en el cumplimiento de las normas es bastante más sencillo que cuando “las papas queman”. En la Argentina actual, “las papas queman”. El hecho de que falten más de cincuenta días para las elecciones generales, y que recién para el 10 de diciembre se produzca el traspaso del mando ha generado una situación singular y apremiante. El apremio surge de un grosero error de planificación institucional y política. El actual gobierno armó todo su andamiaje electoral y de gobierno en una supuesta paridad en el resultado de las elecciones llevadas a cabo el 11 de agosto. Error. Otro error. Otra falla en las previsiones de una alianza gobernante que desde el inicio de su mandato avizoró de un modo defectuoso el comportamiento de la mayoría de las variables económicas, sociales, políticas y electorales. Y ahora todos los argentinos deben enfrentar un panorama por demás complejo y dificultoso. El resultado de las PASO, otorgando a un precandidato una diferencia de más de quince puntos porcentuales de diferencia provoca alguna inquietud respecto de quienes detentan, en verdad, el poder. Inquietud que debe resolverse según lo establecen la Constitución y las leyes.
Los resultados de las elecciones generales del 27 de octubre van a dejar a un ciudadano en la condición de “presidente electo”. Esta figura no está establecida de modo alguno en las normas vigentes. Ese ciudadano será Presidente. Sin embargo, solo la resta para alcanzar la máxima magistratura del país la ceremonia formal del 10 de diciembre. Nada que ver con la realidad actual, en la cual solo existen “candidatos a presidente”. Tanto es así que el propio Presidente de todos los argentinos ratificó el último fin de semana desde el balcón de la Casa de Gobierno, su férrea voluntad de luchar por ocupar ese espacio. Mal se puede argumentar que un ciudadano “casi es”, lo que el propio presidente de la república manifiesta que será él mismo. Párrafo aparte para los estériles y penosos esfuerzos periodísticos por encontrar figuras que describan la realidad. “Casi presidente”, no existe. Copiloto, menos. El copiloto de Mauricio Macri es Marta Gabriela Michetti (cuyo nombre ni aparece mencionado dado lo opaco y decepcionante de su gestión). Alberto Fernández no es el copiloto de esta nave. No le corresponde. No participó del plan de vuelo. No eligió el destino, ni la tripulación. Lo único que comparte es el rol de pasajero con los millones de argentinos que merecen otro trato. Y le cabe una responsabilidad, y debe asumirla. Y corresponde exigirle prudencia y sensatez. Y punto. No tiene atribuciones legales para ejercer acción alguna de gobierno. Incluso su intromisión podría juzgarse muy mal en el futuro. Los resultados de sesgos, y deformaciones en los procedimientos han sido nefastos en la historia reciente de los argentinos.
Lo señalado no implica desconocer las serias dificultades que atraviesa el país, la zozobra generada por una crisis económica de tremendas proporciones, y la inquietud por las inexplicables actitudes de quienes ejercen una peligrosa acción pendular entre gobernantes y candidatos. Deberán definir su posición. Deberán asumir sus responsabilidades y obrar con mucha altura y corrección.


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