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Seguimos empujando a Marcelina

Hace algunos días se conmemoró en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el Día de la Mujer Migrante, en recuerdo (triste recuerdo) de Marcelina Meneses.

 

Marcelina, una mujer migrante, y su bebé de 10 meses fueron arrojados del tren y asesinados al caer en las vías del ex Ferrocarril Roca. Ocurrió en 2001, tras una serie de ataques xenófobos.

 

La migración es sin dudas, también, una cuestión de género. Y urgente. Las mujeres son cada vez más importantes en la cuestión migratoria, porque representan alrededor del cincuenta por ciento de la población migrante, y porque sufren realidades diferentes a las de los hombres: son víctimas de trata, de violaciones en el medio del trayecto (por traficantes de personas) o incluso por autoridades migratorias una vez que se sienten paradójicamente a salvo en el lugar de destino. También son las que ocupan los peores lugares en el ranking de actividades económicas de subsistencia.

 

Mujeres violadas, maltratadas y ultrajadas, que se sintieron tan muertas como Marcelina. Y es verdad, hay algo que une sus historias. Sus realidades tuvieron que ver con la discriminación y la xenofobia: si las rutas fueran más fáciles no haría falta recurrir a traficantes que se aprovechan de la desesperación; si las mujeres no fueran víctimas de discriminación podrían —al menos— denunciar a los culpables.

 

Pero no es posible, porque seguimos repitiendo imaginarios y representaciones sociales: son los que vienen a ocupar espacios que no son suyos (escuelas, hospitales, trabajos), son los que vienen a delinquir, son los que no forman parte del “nosotros”.

 

Repetimos esas “verdades” como reveladas, sin indagar, sin escuchar razones de los que verdaderamente indagan: el último informe de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) analiza las cifras y señala que los inmigrantes en Argentina (menos del 5% de la población) pagaron más en impuestos de lo que generaron en gastos gubernamentales.

 

Sin dudas, es muy difícil salir de ideas creadas durante años. Ideas que consumimos en discursos, noticias y hasta en conversaciones familiares.

 

Y al repetir esos imaginarios llegamos a Marcelina, tendida en el suelo junto a su bebé. Fueron esos prejuicios los que llevaron al primer ataque contra ella y los que derivaron en su final. Por eso, somos tan responsables como quienes viajaban en ese tren. No dimensionamos el poder de nuestras mentiras, de nuestras palabras, pero calan en lo más profundo. Tanto que ni nos damos cuenta.

 

Miramos a Marcelina y a su bebé al costado de las vías. Tal vez hasta lloramos, nos indignamos. Pero seguimos en el tren de la doble moral, ese con asientos tan cómodos y de precios tan altos para los que no pueden pagarlo.

 

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