En un acto habitual que suele requerir la participación del cerebro, la mayoría de los seres humanos piensa lo que quiere manifestar y luego activa los mecanismos necesarios para expresarse. Los especialistas cuentan con herramientas mucho más idóneas y eficaces para describir con precisión este complejo proceso. Pero, en líneas generales y sin profundizar demasiado, se supone que cada uno manifiesta lo que piensa. No es necesario indagar en objetivos, intereses, ideologías u otras tantas razones para decir lo que se dice. Sin embargo, muchos personajes de la farándula local suelen realizar manifestaciones disparatadas, luego disculparse, señalar que cualquiera comete un desliz y que en realidad no piensan lo que dijeron. Que fueron sacados de contexto y si alguien se sintió molesto o aludido por sus dichos le presentan sus disculpas y sanseacabó. No caben historias y, en tal caso, lo que piensan es lo de menos. Incluso cuando pretenden aclarar algún exabrupto, suelen culpar a sus destinatarios de “no tienen sentido del humor” o carecer de capacidad para interpretar sus “sesudos mensajes”. Los mediáticos juegan este juego casi perverso que suele ganar mucha audiencia y aumenta los niveles de popularidad. En otros ámbitos, hay recientes versiones locales del fenómeno, por ejemplo cuando un sacerdote del sur de la provincia realizó declaraciones francamente desgraciadas, y al pretender “supuestamente disculparse” profundizó el agravio.
Pero lo sucedido en estos días adquiere otra gravedad institucional y política.
Una diputada provincial cordobesa de Juntos por el Cambio publicó en Twitter: “Falta mucho para que aparezcan los Falcon verdes (sic) para impartir la justicia a la medida ideológica de Grabois y compañía?”. Por las dudas, cabe aclarar que los Falcon verdes son el vehículo símbolo de los procedimientos más aberrantes de la última dictadura militar. Remiten a la desaparición forzada de personas.
Por supuesto, pocas horas después, borró el mensaje y percibiendo la catarata de repudios por sus dichos, escribió en la misma red social: “Con motivo de un último tweet de una serie que publiqué, y borré al ver que era malinterpretado, quiero dejar en claro que el sentido no fue el que le atribuyen. Siempre he repudiado la dictadura y las violaciones a los DDHH. No fue clara la redacción y pido disculpas por ello”. O sea, como es de estilo, el problema es de redacción y de falta de interpretación. El problema nunca es lo que piensan y luego manifiestan. Siempre va la disculpa y hay que entender que no escriben lo que piensan. Esta señora pertenece a un partido centenario. Es autoridad partidaria. No puede desconocer a Hipólito Yrigoyen, a Leandro N. Alem, a Raúl Ricardo Alfonsín, a Ricardo Balbín, a Luis León, a Florentina Gómez Miranda, a Moisés Lebensohn, a Amadeo Sabattini. ¿Conocerá del durísimo derrotero de Hipólito Solari Yrigoyen? ¿Recordará el heroísmo de Mario Abel Amaya que, incluso, militó en la Universidad Nacional de Córdoba? ¿Ubicará los centros clandestinos de detención “La Perla”, “La Ribera”, “Hidraúlica”? Se trata de una representante del pueblo cordobés.
Es muy difícil calibrar responsabilidades en la Argentina. Con mucha razón rugieron los bramidos por una escena por demás impropia, protagonizada y grabada por un diputado nacional que ya fue apartado de su cargo. Y parece que corresponde. Habrá que esperar para saber cuál será la reacción frente a tan desgraciadas manifestaciones. Y no se trata de crucificar a nadie. Simplemente empieza a resultar imprescindible otra seriedad, otro compromiso institucional, otro reconocimiento de un pasado muy doloroso y demasiado desgraciado como para mencionarlo con tanta ligereza y desubicación. Las redes sociales son muy tentadoras, pero las mujeres y los hombres de la política deben elevarse y procurar algo más que “me gusta” y cientos de seguidores. En otros tiempos, y por estas cuestiones, se fue la vida de muchos argentinos de un inmenso valor. Merecen otra prudencia y otro respeto.


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