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No volvería a caminar tranquilo por Puerto Deseado

En mis vacaciones pasadas visité por unos días Puerto Deseado, uno de los lugares que más recuerdo de Santa Cruz, donde me crié, por su belleza y tranquilidad.

 

La ría interrumpía con sus olas el silencio que a toda hora se sentía. Uno percibía que estaba en los confines del mundo, que allí atardecía más lento y que podía descansar de la rutina y los vínculos que mantiene durante el año.

 

Recuerdo que caminé por sus calles y a la vera de la ría, a toda hora. Más que unos adolescentes borrachos, la única compañía era la del viento frío, ininterrumpido, que nunca cesa en la provincia.

 

Iba a escribir sobre mis recientes vacaciones en Ecuador, pero un crimen horroroso me hizo recordar que hace un año recorrí los mismos lugares que ese nene de cuatro años y su madre.

 

En Santa Cruz, uno a veces camina y no hay nadie alrededor por varios metros. Ni autos, bicicletas o transeúntes. Nada. Y ellos se encontraron con dos hombres que, si bien no considero la pena de muerte como algo favorable, no creo que tengan derecho a seguir viviendo.

 

Que sigan pasando cosas así prueba que aún no hemos solucionado como sociedad, comprometida y concienzudamente, la violencia hacía las mujeres. Hoy presenciamos, de manera rotunda, a las otras víctimas de estos crímenes: sus hijos.

 

A ese niñito lo tiraron de un acantilado para poder violar y asesinar a su madre. Con valentía, ella se hizo la muerta, sobrevivió y logró describir a los atacantes, que fueron capturados hace algunas horas.

 

Algunos no mueren, pero quedan huérfanos. Las mismas manos que perpetran el crimen se vuelven muñecas con esposas, con posterior confinamiento. La otra opción que se repite es el suicidio, para evadir responsabilidades.

 

No entra en mi cabeza cómo dos hombres pueden hacer lo que hicieron. Pero siento también que dejarlos como simples monstruos, seres demoníacos que no contaron con un mínimo de empatía o respeto por la vida humana, es una reducción simple y que no da respuestas.

 

Lo cierto es que el machismo tiene que ver, la forma en que tratamos a las mujeres tiene que ver y la forma en cómo lidiamos, como sociedad, con la violencia machista tiene que ver.

 

Ver cómo se acumulan los números de esta estadística siniestra sin hacer nada o acusando a la naturaleza violenta de las personas es lo que hacen algunos hoy y nada cambia.

 

Para cambiar hay que asumir responsabilidades. Ser ciudadanos comprometidos y sensibles. Si los funcionarios públicos tienen que capacitarse, que lo hagan; pero si presenciamos actos de violencia como vecinos o transeúntes también hay que actuar. Y si tratamos a una mujer de determinada forma, quizás no venga mal repensar nuestros vínculos para que sean sanos y tendientes a la igualdad.

 

Es un trabajo enorme. Hoy la Argentina está perdiendo la batalla. Pero ya no se puede esperar más. Hoy, creo que no volvería a caminar tranquilo por Puerto Deseado y no podría ni compararlo con lo que debe sentir una mujer al hacerlo.

 

 

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