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Incierto futuro del comercio mundial

Por redacción
| 17 de marzo de 2020

Al cabo de casi tres meses de la implacable expansión del coronavirus por el planeta, uno de sus rasgos más característicos ha quedado en evidencia: se ensaña con los organismos más debilitados. Y eso es lo que acaba de ocurrir con la Organización Mundial del Comercio (OMC).

 

El organismo reconoció la imposibilidad, a causa del flagelo, de concretar su conferencia ministerial que debía sesionar del 8 al 11 de junio en la ciudad de Nur-Sultán, capital de Kazajistán. La OMC es una entidad concebida por la conferencia de ministros de comercio realizada en Marrakesh, Marruecos, en abril de 1994, y dio sus primeros pasos el 1o de enero de 1995, en Ginebra, Suiza.

 

Aquello fue posible porque los países industrializados obtuvieron cuanto pretendían de rebaja en aranceles sobre mercancías, de rigurosidad en propiedad intelectual, de apertura en el comercio de servicios, entre otras reformas de liberalización de los intercambios y de la economía en general, que por esos años hacían furor.

 

A cambio, prometieron que iniciarían negociaciones para liberalizar también la agricultura, el rubro vital para los países en desarrollo. Desde el inicio fue ostensible que los países industrializados no cederían en abrir sus fronteras al ingreso de productos de los países pobres, lo que se conoce como acceso a los mercados, ni tampoco en reducir las subvenciones que otorgan a sus propios agricultores ineficientes, la denominada ayuda interna.

 

Para enmendar esos incumplimientos, los países ricos prometieron impulsar una agenda comercial favorable al desarrollo en la conferencia ministerial que se celebraría en Doha, Qatar, en noviembre de 2001. Pero en septiembre de ese año sobrevinieron los ataques de las Torres Gemelas, en Nueva York, y la escena internacional se descalabró más aún con la invasión en diciembre a Afganistán, y los preparativos de la acometida contra Iraq, dos años después.

 

La Agenda de Doha se adoptó finalmente con algunos propósitos favorables a los países en desarrollo que tampoco se han materializado en acuerdos definitivos.

 

Desde entonces, la balanza de la OMC se inclinó siempre a favor de los países industrializados, con algunos avances, como la facilitación del comercio, destinada a acelerar trámites fronterizos que allanan las formas de comercialización en boga.

 

A este recorrido resta agregarle dos hitos más: la incorporación en 2001 a su marco jurídico de China y el advenimiento de Donald Trump en 2017 a la presidencia de Estados Unidos.

 

La potencia asiática remozó el comercio con beneficios para países del Norte y del Sur, mientras que la irrupción de Trump profundizó la inseguridad en las relaciones comerciales y paralizó actividades esenciales de la OMC como el sistema de solución de diferencias, una especie de tribunal de justicia comercial internacional.

 

Estados Unidos nunca fue contemplativo con las aspiraciones de otros países, en particular de los del Sur, que conspirasen contra sus intereses dominantes. Los europeos, que procuran los mismos fines, suelen usar en la OMC métodos menos tajantes. Pero la arremetida de Trump en los últimos tres años desconcertó a todos por sus métodos. Acometió, por ejemplo, contra el Órgano de Apelación, la instancia máxima del tribunal, hasta conseguir en diciembre pasado prácticamente su desaparición, sin explicar hasta ahora, qué propone para reemplazar ese cuerpo, esencial en más de dos décadas para mantener una cierta armonía en el sistema comercial. Y aplica prácticas de proteccionismo, como sus andanadas de aumentos arancelarios contra China, en particular, y sus aliados europeos y sudamericanos. Aunque Washington no está solo en algunas de sus políticas. Con la Unión Europea y Japón han resucitado la alianza que tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) dominaba las actividades económicas.

 

Los une ahora el afán por recuperar el predominio industrial ante la amenaza de la consagrada China y de las ascendientes India, Rusia, Brasil y Sudáfrica.

 

La OMC está debilitada por este contexto mundial, ocasionado por el coronavirus; pero ya estaba herida por las prácticas de las potencias. El futuro de la organización es más preocupante que la coyuntura actual.

 

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