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El paisaje de las ciudades

Por redacción
| 01 de junio de 2020

Lo primero es salvar vidas, exigió la pandemia de COVID-19 en un esfuerzo con que se evitó, además, que las pérdidas económicas fuesen aún más demoledoras si no se hubieran impuesto duros aislamientos. Sin embargo, esa prioridad puede invertirse tras la crisis y desecharse lecciones que abrirían caminos para modelar mejores ciudades.

 

La pandemia sirvió a la toma de conciencia sobre la necesidad de cambiar el paradigma urbano, a la vez que despertó una solidaridad espontánea de ciudadanos en red, muchos ayudando a vecinos que antes ignoraban.

 

La desigualdad social, bien conocida en América Latina, se hizo más trágica ahora que se convierte en epicentro de la pandemia y cobra su precio en vidas, así como la precariedad de los servicios de salud, la mala nutrición, que se refleja en subalimentación y en obesidad, que se reveló como un factor de vulnerabilidad a la COVID-19.

 

Queda la interrogante de si las ciudades, especialmente las grandes metrópolis que sufrieron el ataque más brutal de coronavirus, enderezarán su desarrollo hacia necesidades humanas o seguirán en sus dinámicas dictadas por intereses económicos que les impusieron disfuncionalidades, según estimaron arquitectos y urbanistas.

 

Es muy temprano para prever qué transformaciones urbanas ocurrirán, porque ellas dependen del tiempo que durará el aislamiento y el distanciamiento físico.

 

Si la pandemia pierde fuerza o es controlada por una vacuna o medicamentos a corto plazo, las urbes volverán a la normalidad con sus contradicciones anteriores, pero si se prolongan las actuales rígidas medidas contra aglomeraciones en las calles, espectáculos y comercio, habrá cambios que aún son imprevisibles.

 

Ya es inevitable un fuerte incremento de las actividades virtuales, como las reuniones empresariales, que se comprobaron muy productivas, el trabajo remoto y la enseñanza a distancia.

 

De todos modos, es el poder político el que determinará los rumbos, aunque es previsible una fuerte presión de la sociedad por mayores inversiones en salud y reducción de la pobreza.

 

Metrópolis supermegadensas como Singapur, Hong Kong y Seúl no sufrieron ninguna hecatombe, sino una cantidad relativamente baja de víctimas. En Nueva York, el distrito de Manhattan, muy denso, no tuvo más muertos que Staten Island, menos denso.

 

En Sao Pablo y Río de Janeiro, hay favelas donde la COVID-19 plagó y en otras no, para negar el “estigma” que se pretende asociar a esos barrios hacinados.

 

En Brasil y en el mundo se nota que el mayor contagio ocurre con el flujo de circulación de personas, más que con la densidad, sostienen los especialistas.

 

La simplificación del tema interesa a grupos que construyen, por ejemplo, condominios de lujo en las afueras de la ciudad, que intentarían seducir compradores con el alejamiento de la ciudad y la posibilidad del teletrabajo, acusó.

 

Son los mismos intereses financieros que impulsan ciudades “poco resilientes”, que acumulan problemas como “viviendas cada vez más caras y más pequeñas” y la contaminación del aire por automóviles en proliferación.

 

Las cuestiones urbanas son complejas y sus soluciones no se encuentran en el pensamiento piramidal y lineal, sino en el circular, que se presenta como un “ecosistema de arquitectura, urbanismo y paisaje urbano”.

 

La pandemia quizás cambie con el tiempo el paisaje de las ciudades. No será igual que antaño. Y está bien que así sea.

 

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