15°SAN LUIS - Domingo 05 de Mayo de 2024

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Periodismo en tiempos de Twitter

El periodismo en general, y los diarios en particular, están en el ojo de la tormenta desde hace mucho tiempo. Lleva años la sentencia de que vamos hacia la desaparición del medio de papel, que lo digital se va a hacer cargo de la información porque “la gente ya no lee diarios”. Miles de seminarios analizaron la cuestión y la biblioteca está dividida exactamente a la mitad entre quienes piensan que esto es inevitable y quienes siguen poniéndole una ficha a los periódicos tal como los conocemos.

 

Es cierto que la tirada ha bajado considerablemente en todo el mundo y que los sitios web de noticias ganaron terreno, incluso con sus dificultades a cuestas: falta de chequeo de la información, desesperación por la inmediatez, personal sin la preparación suficiente y dependencia absoluta del humor de quienes visitan esas páginas web les quitan seriedad. Pero están siempre a mano, fáciles de abrir para informarse. Después quedará en el criterio del lector, y su conocimiento sobre contextos y todo lo que hay detrás de cada página, establecer la importancia de la noticia y otorgarle un grado de verosimilitud.

 

Un aspecto innegable es que las redes sociales en las que están inmersas estas páginas de noticias juegan su partido y tienen al periodismo “tradicional” en jaque, aun en los grandes medios de comunicación mundial, donde el ejemplo en boga de discusión crucial es el New York Times, que atraviesa una crisis de credibilidad y una ola de renuncias en su plana de editores.

 

Primero cayó James Bennet, el editor de la sección Opinión, jaqueado por haber permitido que saliera publicada en el diario una columna escrita por el senador Tom Cotton, un republicano del ala dura que pidió la intervención del Ejército para sofocar las protestas por el asesinato de George Floyd. Bennet tuvo que afrontar quejas de los lectores y también de sus compañeros de redacción, sensibilizados por el crimen de Minnesota.

 

Su salida hizo ruido, pero mínimo en comparación con el que se escuchó esta semana, cuando quien pegó el portazo fue Bari Weiss, una editora que había llegado al diario desde el Wall Street Journal de la mano de Bennet para “ampliar la mirada” del diario, en un intento de lavar el rostro del NYT, que como toda empresa periodística está preocupada por la baja de sus ingresos y no quiere perder lectores.

 

Weiss, en su carta de renuncia, interpela con lucidez al periodismo actual. Siembra afirmaciones que llevan a la introspección de quienes dirigen los diarios, tanto en lo empresarial como desde la redacción. La más demoledora dice que “Twitter no aparece en el directorio del NYT, pero se ha convertido en su editor definitivo”.

 

La periodista asegura que aun un gigante con las espaldas del diario neoyorkino aparece timorato y dependiente de los humores de los tuiteros, quienes han impuesto “la ética y las costumbres” que imperan en esa plataforma, considerada por muchos como una verdadera cloaca en la que cualquiera descarga su odio (la palabra de moda en la Argentina de la grieta) con la impunidad que dan el anonimato y la falta de consecuencias legales.

 

 Sus dardos pegan en la línea de flotación de las empresas periodísticas, porque la duda instalada no admite dobleces: ¿Vender más, incluso a costa de sacrificar la calidad del periodismo, es una opción válida? Y no se habla de la veracidad de la información, sino de la forma en la que se la presenta y la elección del camino a seguir. Weiss cree que las noticias se publican, por miedo a la ira de las redes sociales y a perder lectores y sus preciados clicks, “tras un proceso de sedación”, que por lógica lleva a que “la autocensura se convierta en la norma”.

 

Sus posturas fueron también criticadas por sus compañeros de redacción, como pasó con Bennet y su decisión de publicar la opinión de un halcón políticamente incorrecto sobre un tema sensible como el racismo. Fue calificada de “mentirosa” y “fanática” por quienes se sientan a su lado, lo que también lleva a otra discusión: ¿Hasta dónde los periodistas blanquean su percepción personal sin estar afectados por la precariedad laboral imperante en los medios?

 

El caso New York Times seguramente desembocará en otros miles de seminarios que analizarán los límites del periodismo, las consecuencias de sus acciones y el grado de intervención que les permiten a sus lectores, quienes sin dudas se sienten empoderados ante el retroceso del poder editorial de los medios para imponer temas y agendas, acosados por el avance de las redes sociales.

 

Pero lo que el periodismo necesita con urgencia es responder el principal planteo de la díscola editora: ¿De verdad Twitter ya se sienta en las reuniones de directorio y en las mesas de edición?

 

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