14°SAN LUIS - Viernes 26 de Abril de 2024

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La fragilidad de un cristal

Una resolución publicada en el Boletín Oficial la semana pasada tomó mayor repercusión que otras: los directorios de las empresas, ahora, deberán estar formados por la mitad de sus miembros de sexo femenino. Esto provocó opiniones encontradas y el mismo punto final de siempre: ¿Es justo que las mujeres deban ingresar sí o sí a determinados espacios amparadas en una normativa? Esta pregunta presupone una suerte de “ventaja” que tendrían las mujeres frente a los varones, al tener su porcentaje de participación “asegurado”, como sucedió en los ámbitos políticos, con la ley de paridad de género en las listas de candidatos; o en la música, con la ley de mujeres en los escenarios. En todos estos casos se escucharon opiniones (e indignaciones) similares sin tener en cuenta una realidad que nos golpea.

 

La consultora Grant Thornton International releva todos los años la situación de las mujeres líderes en todo el mundo. Los resultados para nuestro país este año mejoraron con respecto al anterior, pero aún así son bajos. Solo el 24% de los cargos gerenciales son ocupados por mujeres, 9 puntos por debajo del promedio de la región; mientras que un 28% de las empresas no tienen mujeres en la alta dirección, una cifra que disminuyó considerablemente ya que en el sondeo anterior el número era del 43%. Una buena.

 

Además, la investigación revela que solo un 27% de los CEOs en las empresas argentinas son mujeres. Sí, el 73% de los directores ejecutivos son varones. Aún peor es el porcentaje en el cargo de COO (Director de operaciones), donde un 91% son hombres y apenas un 9% mujeres.

 

Lo más interesante no son los números, sino la lectura que podemos hacer. ¿Por qué las mujeres no llegan a esos cargos si en realidad representan más de un 60% de los egresados de la gran mayoría de las carreras universitarias del país? No es una cuestión de preparación. Obviamente tampoco es una cuestión de capacidades. Entonces, quienes aseguran que deben llegar a determinados puestos de toma de decisiones las personas que estén capacitadas, independientemente de su género, no están teniendo en cuenta un factor importante y es que, justamente, el género no es un dato menor.

 

Las desigualdades estructurales entre hombres y mujeres, relacionadas con las tareas de cuidado y domésticas, la división sexual del trabajo, los estereotipos, la discriminación y la falta de oportunidades, entre otras, conforman ese techo de cristal que luego se refleja en los números que vemos. Este tipo de leyes o normativas no solucionan el problema de raíz ni representan el óptimo panorama que nos gustaría tener ya que por supuesto lo ideal sería que las oportunidades para las mujeres se consiguieran de una manera natural. Pero mientras tanto, hasta que eso suceda, este tipo de medidas son pequeños golpecitos que ayudan a que ese cristal se vaya trizando.

 

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