La recesión provocada a nivel global por la pandemia de COVID-19, solo es comparable —aunque muy superior—, a la Gran Depresión de los años ’30 y al impacto de las dos guerras mundiales durante el pasado Siglo XX.
La gravedad de la coyuntura actual reside en que la crisis perjudica en mayor medida a la población más vulnerable de los países en desarrollo. Por primera vez en décadas, la pobreza extrema aumentará en 100 millones de personas.
Además se produjo una caída de la renta por habitante en más del 90% de los países en desarrollo. La mitad de estas economías revertirá los avances de los últimos cinco años o más y una cuarta parte perderá todo el progreso realizado desde 2010.
El coronavirus provocó, asimismo, un descenso en las remesas recibidas por las familias más pobres. Por primera vez en la historia moderna, se redujo la cantidad de migrantes internacionales.
También aumentó la desigualdad. Frente al 10% de los hogares ricos que se contagian, más de la mitad de los hogares pobres lo hacen y la probabilidad de que fallezcan sus habitantes es cuatro veces más elevada.
La mayor exposición a la enfermedad se debe a diferentes factores: ocupación en actividades esenciales que no se interrumpen durante los confinamientos. Residencia en barrios densamente poblados. Imposibilidad de reducir las horas de trabajo al no contar con ahorros.
Las perspectivas en términos de crecimiento son sombrías por los recortes de la inversión debido al deterioro en las expectativas de los agentes económicos.
El crecimiento futuro también se resentirá a causa del impacto de la pandemia en el capital humano, al poner en peligro los avances en el ámbito educativo y sanitario.
El aprendizaje fue interrumpido con el cierre de las escuelas, lo que perjudicó especialmente a la población que no dispone de medios para continuar la formación a distancia. Además, la caída del ingreso de las familias obligará a interrumpir la formación de muchos niños y jóvenes.
En particular, serán las niñas las que se vean forzadas en mayor medida a abandonar las aulas.
Al mismo tiempo, la pandemia aumentó el gasto sanitario de unas familias que ya afrontaban serias limitaciones financieras para cubrir su atención médica. Se estima que se ha elevado en 130 millones el número de personas afectadas por el hambre crónico.
Los especialistas dicen que la pandemia no terminará hasta que no termine en todo el mundo. Sin embargo, la respuesta está siendo extremadamente irregular: en las economías avanzadas, los paquetes de estímulo frente a la crisis representan entre el 15% y 20% del PIB, en las economías emergentes solo suponen en torno al 6% del PIB y en los países más pobres no llegan ni al 2%.
Pensar en términos nacionales es lo más fácil, sin duda, pero salvaguardar la cooperación internacional también debería ser una prioridad.
No atender a tiempo las urgentes necesidades de los más desfavorecidos, a la larga obligará a mayores de-sembolsos para afrontar unas tragedias que se podrían haber evitado.


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