La libertad siempre se celebra. La libertad de expresión siempre se celebra. Una de las acciones más frecuentes de los regímenes autoritarios es, justamente, coartar la libertad de prensa. Esto es impedir que los ciudadanos manifiesten libremente su pensamiento. Con dureza se ejerce una fuerte presión para evitar la libre manifestación de ideas y de miradas que puedan cuestionar a los eventualmente poderosos. Esta libertad caracteriza a los períodos democráticos. Cuanto mayor es esta libertad, mayor es la calidad de esa democracia.
Hoy en Argentina hay una multitud de manifestaciones libres y generalizadas. Existe un sinnúmero de medios que generan canales aptos para que los mensajes lleguen a sus destinatarios específicos, si los hay, o resulten una expresión generalizada que es recibida en los más diversos ámbitos y posibilita las más variadas interpretaciones. Claramente la información se ha vuelto horizontal, ya no hay una relación vertical y directa entre un emisor y un receptor que solo escucha. De inmediato surgen las más variadas opiniones y brotan respuestas y réplicas a lo expresado. La radio y la televisión han generado múltiples espacios donde caben largos parlamentos y variados contrapuntos. Esos mismos espacios propician la participación inmediata del oyente o del espectador. Se multiplican las encuestas y la búsqueda de opiniones. Hay canales que tienen mucha programación en vivo y con tratamiento permanente de las noticias. La ficción casi que ha desaparecido de la programación de los canales. Se celebra la libertad de expresión. Siempre.
Los periodistas o los conductores responsables de los diferentes espacios privilegian de un modo notable su opinión por encima de la información. Es más, en muchos casos deben aclarar cuando simplemente informan. La objetividad es una materia en desuso. Los parlamentos están cargados de subjetividades y opiniones sesgadas. Incluso, ha disminuido la responsabilidad que existía por parte del emisor respecto de sus palabras. Se observan severos desajustes entre la realidad y lo que se manifiesta. En muchos casos, nadie parece hacerse cargo de esos desvíos, incluso cuando se trate de situaciones concretas e imposibles de rebatir. Como mucho, se recurre a un uso abusivo de la disculpa ligera, sin arrepentimiento y sin demasiada voluntad de reparación. Claro que no solo hablan periodistas o mujeres y hombres de la comunicación. Proliferan los panelistas, los invitados y los columnistas. Debería quedar claro que la responsabilidad no es la misma. Por lo menos, no debería ser la misma.
Por otro lado, en este sentido es muy interesante aclarar el tema de la representatividad. Todos tienen derecho, todos pueden expresarse y, de hecho, lo hacen. Claro que para hablar en nombre de cualquier colectivo es imprescindible tener legalidad y legitimidad para representarlo. Con demasiada frecuencia se escuchan expresiones de las que, por lo menos, se puede dudar en cuanto a que efectivamente quien se manifiesta es portador de un sentir o de un parecer que excede su ámbito. Están claramente los procedimientos a seguir en cada caso para obtener algún tipo de representatividad. En general, las respuestas que se generen y el rating obtenido definirán la suerte y la permanencia en el aire del dicente.
En estos tiempos se están escuchando muchas expresiones discutibles y francamente desafortunadas. Y lo dicho cabe a profesionales de los medios, políticos, artistas y tantos otros portadores de micrófonos. Sería deseable otra responsabilidad, otro cuidado, otra mesura y otro respeto en el ejercicio del derecho a expresarse.
La pandemia y sus duras secuelas, la tremenda crisis sanitaria que atraviesa el mundo generan una sensibilidad especial y otorgan a todos los mensajes un particular significado. Es mucho lo que se pone en juego. No se debería lanzar alegremente aseveraciones y comentarios acerca de cuestiones decisivas para la salud y la vida de los ciudadanos. Ningún interés, ni personal, ni sectorial, justifica algunos disparates.


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