Un domingo 2 de enero puede ser un día ideal para reflexionar acerca de situaciones que deberían modificarse en este 2022 recién estrenado. Pueden llamarse deseos, sueños, anhelos, objetivos, planes, como cada cual quiera denominarlo. Sueños puede parecer algo romántico y, en el otro extremo, planes puede ser un poco riguroso. Como parece conveniente que se acepten responsabilidades y cada quien se ocupe de las suyas, valen algunas ideas sobre los medios y el periodismo en general. Este general es lo suficientemente amplio como para abarcar, por lo menos en esta instancia, a todos quienes se consideran exponentes del género periodístico. Lo sean efectivamente o no.
De ninguna manera se pretende un profundo aporte, ni una sentencia acerca de la cuestión. Solo algunas inquietudes para aportar en un momento tan difícil. Ningún ser humano tuvo frente a la pandemia de coronavirus una respuesta cierta, inmediata y firme. Ni los científicos, ni los gobernantes, ni quienes detentan algún poder, ni quienes debieron enfrentarse a decisiones en la más cruel incertidumbre. Ni los periodistas, ni los medios. Y frente a estas situaciones, no basta con ceñirse a los manuales y pretender que “la función de informar” resuelva todos los dilemas. No los resuelve. Hay un criterio de responsabilidad que requiere apelar a otros recursos. Y hubo quienes estuvieron a la altura y quienes mostraron algunas vacilaciones inquietantes. Está claro que todos los ciudadanos tienen derecho a expresarse y a manifestar sin obstáculos su mirada acerca del coronavirus, de la pandemia, de la cuarentena y de la crisis desatada en todo el mundo. El debate acerca de si se debe entrevistar a todos, a algunos, a muchos, es eterno. Pero en esta circunstancia hubo una variedad de voces algo exagerada. Quedó más o menos claro que ser médico no resultó una condición suficiente para saber de la cuestión. Quedó claro que aparecieron algunos improvisados que expusieron posiciones difíciles de digerir. Hubo medios que cada mañana rescataban la palabra de especialistas locales o de lejanas latitudes que defendían propuestas confusas y desmedidas. Cuando, incluso, no se comprendía con precisión qué hacer exactamente, o cuando incluso la prédica oficial vacilaba, hubiera resultado conveniente ajustar algunos mensajes. Brotaron algunos disparates de muy grueso calibre.
A esta altura está claro que el mote de “medio independiente” define poco y a muy pocos. Y se han adoptado y defendido las más variadas posiciones en muchos rubros. Pero la pandemia no debió ser una cuestión en la cual se defendieran posiciones según la postura de cada medio en lo político o en lo ideológico, si se quiere. Y la denominada “grieta” se metió entre el supuesto informante y los supuestos informados. Entonces, entre lo que se desconocía, lo que se improvisaba y lo que se quería defender, se generaron algunas mezclas demasiado corrosivas. Ni los guarismos de fuente internacional lograron zafar del tamiz de algunos pretenciosos. La humildad fue un buen recurso. Siempre cabe reconocer ignorancia y apelar al silencio. Pero la soberbia imperó en muchos casos, generando improvisación o directamente disparate.
La ausencia de federalismo en la información fue otro rasgo saliente de la acción de muchos medios. Y resultó grave porque se exhibían y se generalizaban realidades locales, como fenómenos nacionales o incluso mundiales, y hasta se enunciaban como obligatorias en todo el país medidas de estricta aplicación en espacios determinados.
Vale quedarse con el aprendizaje. Aunque a esta altura ya queda claro que no se mejoró demasiado. Tal vez más cautela, más sensatez, más respeto por la audiencia de cada medio, vendría muy bien para mejorar como sociedad y para realizar un serio aporte a esa mejora. Es difícil convivir con tanto bombardeo de dudas, de mentiras, de escándalos. Es otra la función del periodismo. Por supuesto que lo ocurrido con las redes sociales merece un capítulo aparte.


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